Capítulo 1
Destacaba. Excepcionalmente alto y guapo a rabiar. Rebekah no
podía evitar mirar al hombre que se encontraba al otro lado del jardín,
el corazón latiéndole con fuerza. Tenía unas facciones perfectas. Por
el aspecto, con piel color oliva y cabello negro, parecía de origen
mediterráneo. De fuerte mandíbula y boca sensual. Cejas espesas y
negras por encima de unos ojos que ella muy bien sabía que eran
grises.
Él estaba hablando con uno de los invitados, pero quizá sintió su
mirada porque volvió la cabeza y sus ojos se encontraron desde un
lado y otro del césped. Entonces, él sonrió, deleitándola y haciéndola
sonreír a modo de respuesta. De repente, el resto de los invitados
pareció desaparecer, solo Dante y ella existían en ese dorado día
estival impregnado del olor a madreselva.
Oyó unos pasos a sus espaldas y, por el rabillo del ojo, vio a una
alta y delgada rubia enfundada en un escotado vestido color escarlata.
Notó que la mujer miraba hacia el otro lado del jardín y, de repente, se
dio cuenta de que Dante no la había estado mirando a ella, sino a su
amante, a Alicia Benson.
Sonrojada por su equivocación, se volvió de espaldas a él y
forzó una sonrisa mientras pasaba la bandeja de canapés a un grupo
próximo a ella.
«Idiota», se dijo a sí misma en silencio al tiempo que rezó por
que Dante no se hubiera dado cuenta de que le había estado mirando
como una quinceañera enamorada. En realidad, no era extraño que
hubiera creído que Dante Darrell le había sonreído a ella. Durante los
últimos dos meses, habían establecido una buena relación de trabajo.
Pero solo era una relación profesional entre jefe y empleada.
Rebekah era la cocinera de Dante: preparaba las comidas de él
y también la de las fiestas que daba. Era consciente de que, para él,
era poco más que un objeto funcional y necesario, como el ordenador
o el teléfono móvil. Le avergonzaban sus sentimientos hacia Dante y
ahora estaba muy disgustada consigo misma por haberse atrevido a
creer que Dante le había dedicado a ella su sensual sonrisa.
Al contrario que la encantadora Alicia, ella no atraía la atención
de guapos y multimillonarios playboys, pensó mirándose el uniforme
de pantalones a cuadros blancos y negros y chaqueta
inmaculadamente blanca. Llevaba una ropa práctica que no sentaba
bien a su curvilínea figura; peor aún, enfatizaba que no tenía un