Obsesión

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Luis esperaba sentado en las gradas de la entrada a la universidad

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Luis esperaba sentado en las gradas de la entrada a la universidad. Vestía pantalón jean entubado color negro, botas de caña alta café, camiseta blanca en V. Eran las nueve de la mañana de aquel miércoles y fumaba su quinto cigarrillo. Inhaló una pitada más y una pizca de ceniza cayó en su corta barba de tres días. Se la sacudió con la mano derecha y acto seguido se acarició su cabello negro, enviando hacia atrás los mechones que les estorbaban en la cara. Desde que terminó el colegio, había dejado crecer su cabellera y hoy, a sus veintitrés años, le llegaba hasta la altura de la clavícula. Inspiró su tabaco una vez más y después acomodó sus gafas oscuras que ocultaban unas incipientes ojeras, provocadas por las largas noches dedicadas a estudiar para los exámenes finales. Las gafas ocultaban también sus grandes ojos negros, brillantes, su arma de seducción preferida. Mientras fumaba, acariciaba el dorso de su mano izquierda, recorría las prominentes venas, un anillo plateado colocado en el dedo medio. Sus dedos eran largos y delgados; y sostenía el cigarrillo con las falanges medial.

Dos días más y terminaba el semestre. Estaba cansado y deseaba con ansias que por fin llegara el viernes, cuando podría viajar a Santo Domingo de los Colorados a 150 km de distancia. En este lugar, los padres de Renato, su mejor amigo, tenían una casa de campo que pasaba desocupada la mayor parte del tiempo. El plan era perfecto: Luis viajaría con su novia Paulina, la mujer más hermosa de la Universidad Benalcázar (una de las más prestigiosas de Quito) donde estudiaban. Era una mujer alta y delgada; cabello lacio castaño, largo hasta la cintura. Su cara ovalada, con labios grandes que, casi siempre, los pintaba de fucsia. Su nariz un poco gruesa y sus grandes ojos verdes la hacían perfecta. Junto a ellos iría Renato, un muchacho de veintidós años de edad, medía 1,79 de estatura, cuerpo fibroso, su cabello, castaño oscuro, lo llevaba muy corto a los lados y largo en la parte superior. Lo peinaba hacia atrás. Era lampiño. Quijada recta, nariz delgada y ojos pequeños marrón oscuro. Por su actitud extrovertida, su virilidad y su buen sentido del humor, pudo conocer cientos de mujeres desde los trece años. En este momento tenía una 'relación abierta' con Lorena, una chica que conoció en un bar dos semanas atrás, y con quien disfrutaba su tiempo libre. Luis aún no la conocía.

Renato llegó, se sentó junto a Luis y le quitó el tabaco de los labios. Le dio dos pitadas y dijo:

- ¿Cómo va lo del viaje?

- Está todo preparado. Ya compré las cervezas y el whisky para entrada la noche. Pero mi papá me quitó la licencia de conducir y no hay quien maneje.

- No jodas... ¿Por qué te quitó la licencia?

- Mi papá descubrió que el viernes pasado manejé algo tomado.

- Ya sé... dile a Daniel que nos acompañe. Él sabe manejar y, si sabe que voy a ir, seguro querrá acompañarnos.

- ¿Al hermano de Paulina? No creo que quiera. ¿Qué va a hacer? ¿Cargarnos el arpa o pasarnos los condones? – Rió – pero igual le voy a decir. Espero que mi viejo nos preste el auto.

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