Capítulo 8
La llamada de Lucy a Chloe no fue un modelo de sinceridad. Necesitaba contarle a su amiga su cambio de planes, pero, como no quería alarmarla, no mencionó a Jam. Se limitó a decir que había decidido ir más despacio, visitar Pennsylvania o la costa de Carolina, lugares que siempre había deseado ver. Chloe pareció confusa, pero no se le ocurrió otro modo de explicarle aquel nuevo giro en sus planes.
La entrevista de trabajo era otro problema. La había concertado el marido de Chloe y, aunque era sólo como recepcionista temporal en una clínica dental, el dentista era amigo suyo y la entrevista, un favor personal.
—No sé si podrá retrasarla —le dijo su amiga—. El doctor Taylor ha rechazado ya a alguien porque le pedimos que te esperara.
—Lo siento, Chloe.
—No te preocupes. Veré lo que puedo hacer.
Antes de colgar. Lucy recordó su cartera. Le dijo a su amiga que no se alarmara si llegaba por correo. Le contó que la había perdido, sin entrar en detalles, y había dado su dirección a la policía. También le dijo que seguramente llegarían sus nuevas tarjetas de crédito. Chloe le hizo muchas preguntas, pero su amiga las evitó diciendo que tenía la comida en el fuego.
Lo cual no era mentira. Cuando volvió a la caravana, Jam había limpiado los peces, los había envuelto en papel de aluminio y estaba listo para colocarlos sobre los carbones de la hoguera junto con las tres patatas que se asaban ya allí y las cuatro mazorcas de maíz que había pedido a la familia que acampaba a su lado. A cambio, les dio tres de los pasteles de espinacas de la joven.
Lucy se sentó a la mesa de picnic y lo observó.
—Se te da muy bien esto —comentó.
James levantó la vista y sonrió.
—Se me dan bien muchas cosas.
Aunque ella no lo dudaba, dijo:
—Necesitas una buena dosis de humildad.
—¿Yo? —se ofendió él.
—Sí, tú.
En el silencio que siguió, cuestionó una vez más la sabiduría de viajar con aquel hombre durante una semana entera. Era algo muy distinto al plan que tenía en mente al salir de casa. Trató de pensar cómo había llegado a ese punto, pero no lo consiguió.
Observó a James moverse en torno al fuego y pensó que era a causa de él. Había elegido aquel camino porque quería permanecer a su lado.
Sintió un nudo en la garganta. ¿Qué había hecho? La respuesta le llegó al mirar a aquel hombre alto y fuerte que la intrigaba más que cualquier misterio.
Se dijo que aquello no era ningún problema. Lo único que tenía que hacer era recordar sus circunstancias. Estaba embarazada. Necesitaba un empleo, atención médica y un lugar permanente donde aparcar la autocaravana. Y eso era sólo en el plano físico. Quedaban todavía los problemas emocionales, la impresión que recibió al enterarse de sus orígenes. Tenía tantas cosas pendientes, que ningún hombre en su sano juicio querría tocarla; si es que las conocía, claro. James no conocía todas.
Tendría que tener cuidado, asegurarse de no hacer nada para incitarlo. Eso podía ser difícil. Había veces en las que se sorprendía contemplándolo con arrobo. Pero podía lograrlo si se lo proponía. Estaba segura. Siempre había poseído un dominio de sí excepcional.
Lo observó apartar el papel de aluminio del pescado, con cuidado de no romperlo, y se negó a pensar en la habilidad de aquellas manos largas.
—¿Has acampado mucho? —preguntó.