Capitulo 9

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Capítulo 9

La mañana le trajo alguna sorpresa. Estaba tumbada a la luz gris del amanecer escuchando la respiración de Jam y comprendió que la intimidad de dormir con un hombre no podía compararse con la intimidad de despertarse con él.

Yacía de lado, con los ojos cerrados y un hombro y parte del pecho al descubierto. Parecía más joven dormido.

Se movió ligeramente. Carraspeó, arrugó los párpados y, antes de que ella pudiera volverse, descubrió que la estaba mirando.

Se quedó inmóvil, preguntándose qué aspecto tenía; qué era lo que él veía.

¿Debía darle los buenos días? Por un momento, pensó que ya lo había hecho. ¿Debería levantarse y entrar en el baño? ¿Y si él necesitaba usarlo antes?

James no dijo ni hizo nada. Cerró los ojos, los abrió y siguió mirándola.

Un rato después se volvió, con tal indiferencia, que la joven se avergonzó de sus pensamientos. Tenía que relajarse. Si seguía tomándoselo todo tan en serio, no conseguiría sobrevivir a la semana.

Miró la espalda de él y, cuando creyó que se había vuelto a dormir, salió de la cama, buscó su ropa y entró de puntillas en el cuarto de baño.

Jam se quedó en el cuarto mirando a la pared y tratando de controlar los latidos de su corazón. ¡Vaya modo de despertarse! ¡Abrir los ojos y encontrarse de frente con Lucy! Pero lo que le asustaba era que no se había encontrado sorprendido ni desorientado. Le pareció natural encontrársela allí, tan cerca. Por un momento, se preguntó si era una visión: parecía la prolongación natural de sus sueños.

No tardó en sentir claustrofobia. Se volvió de espaldas y se pasó la mano por la frente. El corazón le palpitaba en el pecho. Era un cuarto muy pequeño y no podía respirar bien. Tenía que salir de allí. Necesitaba más espacio.

Apartó las mantas, salió de la cama, se puso algo de ropa y buscó su casco.

Pasó una hora montando en moto. Al regresar, se sentía mucho mejor. El cielo era muy azul y el aire tenía la cualidad del otoño que se acercaba; le aclaraba la mente y le hacía pensar que seguía controlando su vida, que todavía era libre. No podía permitir que sus urgencias sexuales o sus sueños lo convencieran de lo contrario.

El único detalle que amargó su paseo fue pensar que no había dejado una nota. Lucy estaría preocupada. Creería que se había largado. Por eso volvió antes de lo que había pensado.

Al bajar de la moto, entró en la caravana y descubrió que ella seguía en el baño.

—Hola —dijo la mujer, cuando al fin salió—. Creí que seguías dormido.

James se llevó una mano a la frente. Aquella mujer lo volvía loco.

Era evidente que había pasado todo el tiempo ocupándose de sí misma. Las ondas de su pelo estaban de nuevo en su sitio y, aunque no podía ver su maquillaje, eso no indicaba que no lo llevara. Probablemente se lo había aplicado con el cuidado de una experta. Aquel día vestía unos pantalones de algodón marrones, una chaqueta de ante beige con coderas y una blusa con corbata sujeta por un broche en forma de herradura.

Fue probablemente el broche lo que le hizo preguntar:

—¿Adónde piensas ir? ¿A un partido de polo?

La joven lo miró confusa; no tardó en ruborizarse y James se arrepintió de sus palabras. Su intención era burlarse un poco, pero no hacerle daño.

Lucy miró su ropa y murmuró algo incoherente sobre que el día era fresco. Luego preparó una taza de té y una tostada y se llevó el desayuno al dormitorio.

Tres en la CarreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora