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Como siempre, estos capítulos gays son para ti anoth3rp3rson . Te amo y te extraño, nunca te olvido.

El rugido de su moto y el viento en su rostro eran unas sensaciones que lo llenaban de inmensa felicidad. La velocidad, la emoción del viaje, el notar que la civilización, las casas, los edificios, las personas y demás, estaban a muchos metros abajo de sí, convirtiéndose en un mundo miniatura, eran cosas que lo hacían sentir vivo. Sí, Harry James Potter amaba volar. No era una sorpresa, considerando también su afición al quidditch. Pero el rugir de un motor, el sentir los puños de goma, ligeramente gastados por los años, del manubrio de la moto era diferente a aferrarse al palo de su escoba. Si tuviera que elegir entre una y otra, tendría que inclinarse por su moto. Sí, aquella que había recuperado de un vertedero junto con su padrino y su padre para arreglar y hacerla volar, era una pequeña joya. Aparte de amar volar, Harry amaba su moto.

En esos momentos se dirigía a su trabajo en ella. A lo lejos divisó el Callejón Diagon, por lo que empezó a descender. Al tocar la calle adoquinada con las llantas tuvo que soportar la fuerza que chocó contra los amortiguadores, la cual lo intentó derribar, sin embargo, corrigió la postura y siguió el camino. Ya estaba más que acostumbrado a ese tipo de aterrizajes, eran gajes del oficio. Con la moto pasó por los locales que comenzaban a abrir hasta llegar al número 93, deteniéndose allí. Al estacionarse en la mera entrada se quitó el casco, los guantes y reemplazó los visores por sus lentes de aro dorado normales, lo demás lo guardó en el compartimento del asiento, de donde sacó su varita. Un par de movimientos y ligeros golpecitos fueron suficientes para encogerla tanto como un juguete y poder guardársela en el bolsillo. Al terminar sólo tuvo que volverse a la puerta del local, donde un par de cabezas con cabellera rojiza se asomaban, cuyos dueños lo veían atentamente.

—Llegas temprano —dijeron al unísono.

—Tengo qué, ¿no? Finalmente, estoy trabajando aquí.

Ambos muchachos sonríen y lo dejan pasar, claro que no sin antes preguntarle por el fin de semana.

—¿Y qué hicieron? —preguntaron ambos al unísono.

Harry avanzó hasta la trastienda para agarrar su uniforme, comenzó a quitarse la chaqueta de cuero mientras respondía.

—Nada más salimos, una cita normal. Y antes que pregunten, lo llevé a pasear por las calles del Londres Muggle, más tarde al cine a ver una película y quise regresarlo a su casa, pero no me dejó.

Ambos dueños de la tienda intercambiaron miradas pícaras. Harry no se inmutó, y se colocó encima la túnica magenta, uniforme del local.

—¿Seguro que sí vieron una película...?

—¿O se la pasaron...? —Y para completar la frase el chico tuvo que dar la espalda, se abrazó a sí mismo y comenzó a hacer soniditos como de un beso sucio.

—Si quieren masturbarse, consíganse una revista o, mejor aún, una computadora, sé de buena fuente que pueden encontrar algo ahí también.

Los gemelos intercambiaron risitas nerviosas. Harry sabía que ellos querían detalles, de cómo había ido la velada, pero sobre todo, querían detalles de cómo era su novio en la cama. Cuestión que bien Harry había tenido a muy buen recaudo desde siempre, y ellos, cada vez que Harry les contaba que tenía una cita, intentaban sonsacarle algo de información. ¿Para qué la querían? Ni idea, pero estaba seguro que no era para algo tan bueno, al fin y al cabo estaba trabajando para unos maestros bromistas en potencia. Y sus intenciones no siempre eran buenas.

18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora