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Los cambios son difíciles, complicados. Dejar atrás viejas costumbres y malas mañas; llegar a acuerdos, hablar con el otro, entenderse mutuamente; es difícil. Y todavía con el corazón y el alma, usando ambos, lo intentaron.

Habían tenido un inicio, uno falso, sí. Pero, no pudieron más con sus sentimientos ni con la mentira. Lo que era un juego se había vuelto su nueva realidad. Aquella tarde que dio lugar a su correspondiente noche, Harry y Draco compartieron una pizza, varios besos, unas cuantas lágrimas y rehicieron su trato. Sin artimañas, sin falsedades, simplemente eran pareja, de verdad. Y aceptaron serlo hasta que se pudiera.

—Bebé, ven conmigo, no quiero sentirme solo.

No era sorpresa, tiempo después, verlo dormir en la misma cama. Esperar a que el otro regresara de su trabajo o de sus estudios profesionales.

—Bebé, bésame.

—Eres un caprichoso.

Draco rió.

Sí, Harry había cambiado eso de "niño" a "caprichoso", no para que se sintiera mal, sino que era una pequeña burla. Y, bueno, también Draco era caprichoso, demandante. Quería que Harry le hiciera caso al menos en las noches, cuando estaban solos en el departamento del moreno, cuando no había chicas a las que atender o clases a las que asistir.

Harry se acercó a su novio, y lo besó, poniéndose encima de él, ambos recostados en la cama. Draco presionó las mejillas del otro, luego se vieron a los ojos. Hacía ya tiempo atrás que se habían conocido, sus miradas habían cambiado. Draco ya no era un puberto alelado y Harry ya no era un adolescente hormonal y atolondrado, hacía tanto de eso, de sus años en Hogwarts.

"Te he amado desde que teníamos dieciocho. Mucho antes de que pensáramos la misma cosa sobre amar y estar enamorado."

Ambos se abrazan. Disfrutando de lo que el otro lo hacía sentir.

Lo habían intentado, Merlín y Morgana sabían que lo hicieron, y sin embargo, había calma en ellos al estarse besando, como si supieran que estarían bien.

—Sírveme un trago, amor, —pidió Draco en su oído—. Disfrutemos de toda la extensión de la noche.

Harry se arrepentía de andarle invitando alcohol a Draco. No eran alcohólicos, pero a veces se le antojaba, y no cualquier cosa, sino un buen vino francés añejado. Cosa que era cara y que a Harry no le parecía tan elemental de comprar, y todavía siempre se aseguraba de tener una botella para esos momentos.

Un par de copas de vino, unos besos y muchas cursilerías dichas, eran una forma más, dentro de muchas otras, en las que disfrutaban de ese amor que había florecido a los dieciocho.

Bueno, los dos ya eran adultos, por lo que podían decidir qué hacer con sus vidas y esas decisiones sólo les deberían de preocupar cómo les afectaban a ellos.

Como su decisión de estar juntos, de mudarse juntos, de que Draco comenzará su estudio profesional para ser medimago, de que Harry comenzará a comportarse para que en un futuro ya no tan distante pudiera demostrarle a sus padres que sabía tomar responsabilidades, y de que la intimidad del sexo era suya y ellos decidirían cuando era el mejor momento de tenerla, no por nadie más. Ni por la diversión de los hermanos Weasley que no entendían como su amigo se había enamorado de un niño pijo como Draco Malfoy.

No le debían nada a nadie. Que hablaran lo que quisieran, que apostaran cuanto más durarían, no importaba porque ellos se conocían y ellos lo intentaban de verdad.

18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora