I. Cuando las estrellas dejaron de brillar

66 3 0
                                    

Un día más comenzó, aquel sol volvió a nacer desde el horizonte, el aire fresco de aquella mañana se había colado entre el cabello rizado de Geena, de aquella jovencita que estaba sentada cercas del muelle, continuamente escribia una frase en su libreta vieja, nada a su alrededor podía vencer su concentración, tanto así que no se dió cuenta de aquellos que le comenzaron a aventar piedras, claro y con obvia razón ella se enfado pero para cuando volteo a ver de quien se trataba todo estaba completamente vacío, no había nadie.

—Es una tonta...—unas risillas sonaban detrás de una estructura abandonada.

—...ni siquiera vio.

Geena buscaba a aquellos quiénes perturbaron su tranquilidad y se los encontró escondidos detrás de un contenedor oxidado.

—Cobardes, déjense de ocultar y respondan por sus actos.

—¿A...a quién le dices cobarde?—Un jovencito, más alto y mas joven que Geena salió seguido de su grupo de amigos.

—¿Cuándo van a dejar de molestarme?.

Ya habían sido demasiadas veces del constante acoso que se convirtió en una enorme piedra dentro del zapato de la joven, por lo que con justa razón se enfrentó a ellos.

—Nunca tonta—ese altanero hombrecillo se siguío acercando.

—Deja de holgazanear y ve hacer algo de provecho—quizo restarle importancia e irse pero él se lo impidió.

—No hasta que...

Él volteo a ver a sus amigos y después de sonreírse entre ellos, volteo hacía Geena.

—...la sangre sucia deje de contaminar las calles de Vermeo.

—¿Sa...sangre sucia?—sus dedos se aferraron a su libreta.

—Es un preciso nombre para los hijos de padres que asesinan inocentes—mientras el actor principal de esa escena hablaba todos a su alrededor le daban la razón.

—Mocoso tonto—Geena se lo dijo entre dientes.

—¿Qué dijiste?—aquel flacucho niñato se le insinuó tomándola del cuello de aquel suéter roto.

—Mi padre no fue un asesino—la mirada de Geena no reflejaba más que enojo.

—Las personas que matan a otras, ¿Qué nombre se les da?.

Actuando de una manera "dudosa" con la mano libre se rasco la barbilla.

—Quizá... asesino.

Aunque no le estaban apretando el cuello, ella sentía la presión de sus agarre.

—Él no lo fue... no tuvieron pruebas—la joven jamás declinó la idea de defender su punto.

—Él estaba ahí—el "lavado de cerebro" que los mayores contaban, por sus habladurías y chismes que rondaban, había resultado efectivo ante los más inocentes.

—¡Él no hizo eso!.

—Si lo hizo, ¡¡tu padre asesinó a muchas personas inocentes que confiaban en él!!.

CUANDO DOS ALMAS SE ENCUENTRANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora