Rosas para Jude | TERMINADA

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Por un instante, creo que el mundo entero se ha detenido.

Mi cabeza intenta encontrar una respuesta, pero un mareo repentino sacude mi interior y miro hacia todas partes en busca del sujeto sospechoso que me miraba.

¿De quién se trataba? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso? La respuesta más sensata que hallo es que Alex insiste con sus bromas de mierda y ya fue suficiente con tener que darle una explicación a mi primo (cual no se creyó) de que se trata de un chistecito sin gusto por parte de mi amigo o "ex amigo", ahora sólo compañero de banda.

Busco el número de Alex en mi móvil y le escribo:

Déjalo, ya. ¡Te vuelves odioso al extremo con tus jueguitos sin gracia!

Le doy Enviar y me lo guardo, sin embargo, vuelve a vibrar el móvil.

Es otro mensaje.

Otra vez el número desconocido.

Trago saliva y casi con la certeza de que no es Alex, decido abrirlo con mi dedo pulgar temblando.

Lee el mensaje completo.

Mierda.

¿Cómo supo? El mensaje me llegó por SMS, no desde las apps modernas que muestran si has leído o no el texto y hasta qué punto lo has abierto o cerrado.

Miro a mis costados para corroborar si alguien está espiando lo que haga, pero sólo tengo a una viejecita, un chico de quince encerrado en sus auriculares como yo y una madre que ignora a sus hijos jalándole de las manos mientras juegan entre sí.

Vuelvo al mensaje anterior.

Lo conozco.

Es la canción de Alex con algunas...variaciones.

Mi Ángel es Sangre.

Sangre de Noches Rotas.

Jude, ¿no ves que está llorando?

Tinta, ¿no ves que estás sangrando?

Y ahí termina.

Sólo la primera estrofa.

Vuelve a vibrar el móvil.

Otro SMS.

Perfecto. Eres una chica buena.

Y tú quién mierda eres, le respondo.

El tren se detiene en otra parada y la puerta delante de mí se abre. No es donde yo tengo que bajar así que me hago a un lado, pero aun así una persona de muy mal genio me empuja de un golpe con su hombro para poder salir del tren.

—¡Hey!—le grito.

Pero quedo en silencio al distinguir su llamativo sombrero negro y las manos enfundadas.

Me mira por encima de un hombro y se va.

Me siento terriblemente insegura hasta el momento que la puerta se cierra. Punto en el cual caigo en la cuenta de que he contenido la respiración durante los últimos segundos, minutos, horas. Desde el día en que nací.

Agacho la cabeza en busca de mi celular en la espera de tener un nuevo SMS pero descubro que el mensaje es otro.

Y está en el bolsillo de la falda en mi uniforme: un papel y algo rojo sobresaliendo.

Quito de su escondite una rosa de color intenso como la sangre y mis manos empiezan a temblar horrorosamente.

Mi celular vuelve a vibrar:

Tu primera rosa, Jude.

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