Después de todas mis quejas, finalmente Tom me acompañó a casa.
-Gracias - musité.
-No fue nada. Nos vemos mañana - concluyó.
Se acercó a mí y me besó la frente con pura naturalidad. Los ojos me brillaban, quizás por las posibles lágrimas que iba a derramar. Agaché mi rostro hacia sus pies, que estos se dieron la vuelta y empezaron a caminar, mientras la lluvia los empapaba cada vez más.
Saqué las llaves mojadas que guardaba en mis vaqueros y abrí una de las puertas que daba hacia el portal. Me observé en el gran espejo que había. Lágrimas empezaban ya a salir sin razón alguna. Miré mi rostro, más empapado normal. Gotas de agua caían sin parar. Empecé a toser, seguramente me hubiera resfriado así que me dirigí hacia el ascensor dispuesta a entrar en casa, sin ganas de nada
Al abrir la puerta, me encontré a mis padres sentados en las sillas de nuestra pequeña cocina, haciendo un silencio sepulcral hasta que entré en esta.
-¡Anna! ¿Dónde has estado? ¡Mírate! ¡Estás empapada! ¡Seguro que cojerás un resfriado!, quítate la ropa, que la tenderé - me habló inquietamente mi madre - hemos estado muy pero que muy preocupados por ti, no aparecías.
-Me he retrasado un poco... lo siento... - intenté transmitirles calma.
-¡Mira tu mochila! ¡Está también empapada! Saca todas tus cosas. ¿Pusiste las cremalleras como te dije? ¿Para un lado para que no se mojara nada?
Asentí.
Mi padre solo me saludó con la mano, mientras que mi madre me estiraba hacia nuestro pasillo estrecho, donde iba directa hacia mi habitación. Cerró la puerta detrás mía y se dispuso a quitarme la mochila y a revisar que todos pocos libros que poseía estuvieran secos. De mientras, yo me iba quitando mi ropa para dársela. Mi mente solo pensaba en el estúpido trabajo que tenía que terminar.
. . .
-Tienes fiebre, princesa mía - dijo mi madre, sacándome el termómetro - 38ºC. Maldita lluvia - susurró esto último - tendrás que quedarte en casa por hoy.
Suspiró frustrada.
-Iré a mirar si quedan ibuprofenos.
Musité un triste sí. Genial, un martes con fiebre. ¿He mencionado alguna vez que odio enfermarme? ¿No? Pues ya se sabe, lo odio con toda mi alma, no soporto estar en la cama todo un día y hasta que dure la fiebre.
Mi madre entró con un vaso y me lo entregó. Miré dentro, y ahí estaba, todo el ibuprofeno disuelto. «Qué asco», pensé. Finalmente, me lo tomé, poniendo una cara de asco mientras sentía el gusto del medicamento.
-Mamá - la llamé, ella se giró en mi dirección - ¿Te importaría mucho ir al colegio a entregar el trabajo de mi parte? Es decir, si puedes pedir que lo pongan en el casillero de Rubén Tortosa.
-Claro - sonrió - ahora iré.
Dicho esto por su parte y darme un beso en la mejilla, salió de mi habitación, y en breves segundos entró mi padre.
-Mejórate hijita, quédate en la cama por hoy, reposa - dijo antes de darme un beso en la frente - Volveré a las cinco, que me llamaron para trabajar.
Tan solo asentí y dejé que mi padre se fuera por la puerta. Lo último que oí fue un adiós por parte de los dos antes de salir por la puerta.
El día era todo lo contrario al anterior, bonito y soleado, como odiaba tanto estos cambios de temperatura tan bruscos.
Cansada de estar en la cama, me levanté de la cama y fui al baño, odiaba que todo fuera tan pequeño, en fin. Observé mi rostro detenidamente, estaba horrible para mi gusto, como solía estar siempre. Mis ojos estaban cansados, todo mi cuerpo lo estaba. Quizás lo que necesitaba era descansar más, o yo que sé.
Finalmente me tiré a la cama, quedando bocabajo y así me dormí por unos cuantos minutos.
Un ruido proveniente del pasillo me despertó. Seguidamente se escuchó como una puerta se cerraba con cautela. Yo me levanté tranquilamente de la cama y me asomé al corto pasillo de la casa, pudiendo ver perfectamente a mi madre, que esta me saludó con un simple hola cariño, será mejor que vuelvas a la cama. Yo rodé los ojos cuando ella se giró y me dirigí de nuevo a la cama, qué aburrido era esto.
Pasaron las horas, y no hice más que comer y volver a la cama. Que alguien me saque de aquí por favor, dudo que aguante más tiempo.
Empecé a hojear cuadernos que tenía guardados. Saqué múltiples cosas para ganar a mi aburrimiento. Encontré mi caja azul, no muy grande, guardada al fondo del armario más bajo de mi escritorio. La coloqué encima de mi cama. Tenía puesto un candado con contraseña. Esta poseía cuatro dígitos. Puse la única contraseña que tenía y en este caso, que ponía siempre a todo, mi fecha de nacimiento: 1710. Como era de esperar, se abrió y junto a ello, la caja también.
Saqué algunas cosas y las coloqué por encima de mi cama. Oí como el timbré sonó, eran las cinco de la tarde, seguramente era mi padre que se había dejado las llaves en casa. Seguí
sacando los objetos que había dentro y me topé con una pequeña nota en el fondo, algo arrugada y escrita a mano. La leí.
«Hey, princesita. mmm... no, eso sonó muy cursi ¿Qué tal con un Hola bonita?, tampoco, no me gusta. Entonces probaré con un hola normal y corriente. Hola mi querida Anna, ¿cómo está la chica más bonita del mundo? siento si he hecho algo mal escribiéndote esta carta pero... realmente necesitaba que lo supieras, necesitaba que supieras lo que quiero decirte desde hace varios meses. No es fácil, ¿sabes?... »
Tocaron la puerta. Mierda, mierda y más mierda.
-¡Un momento por favor, estoy desnuda!
¿Mi padre? ¿Mi madre? Me da igual, pero fuera quien fuera de los dos no quería que supieran la existencia de esta caja, donde ahí guardaba algunos objetos, algunos de los que había robado. Cuando dejé la caja en su sitio, fui hacia la puerta de mi habitación, mis padres me matarían la verla, tan pequeña y tan desordenada.
Me quedé helada al ver el rostro que se escondía detrás de la puerta.
-¿Tom? ¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha dejado entrar? ¿Por qué?... - balbuceé.
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Mi inocencia engaña.
Novela JuvenilSu vida estaría en peligro si su secreto salía a la luz. / Portada @countingsmiles