Capítulo 3

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Había cambiado de oficio tres semanas atrás. El caballete permanecía a un lado de la mesa de estudio soportando un lienzo a medio terminar... un rostro joven y atormentado que, en su forma pictórica, diseminaba la emancipación de una tragedia. No había más espacio para el dolor.

Sobre la mesa, la pequeña paleta de madera ostentaba una mezcla de colores parduzcos. A su lado la acompañaba un juego de espátulas de acero templado, hoja delgada y variadas terminaciones; las que no relumbraban por nuevas, bruñían manchadas por las mezclas de colores. El pincel redondo de pelo largo enlucía desaliñado por el descuido. Y el de pelo corto, lucía rígido por la resequedad. Daba la impresión que el artista había perdido el interés.

Antes sus pinturas eran sobre paisajes. Pero había alterado la temática desde el accidente.

Ahora contaba con un lienzo de papel de varias hojas. Y de pincel, usaba un bolígrafo redondo de una sola cerda. Pero cuando no los utilizaba, el arte llegaba a la pantalla del computador desde el teclado. Desde hacía tres semanas estaba esgrimiendo una nueva obra pictórica con palabras.

Era su forma personal de desahogo.

Un inoportuno y leve cansancio con forma punzante y atrevida lo sorprendió de repente en la geografía de su cuerpo.

Llevó la mano derecha a su pecho. Habría querido soltarla desde el pectoral y engancharla a su oído derecho como un fonendoscopio. Fue solo un pensamiento necio. Como tantos otros que ha fabricado su cerebro desde la muerte de...

¿Cuál de ellas?

Prefirió no recordarlas al tiempo.

Fue inevitable gimotear como si fuera un niño...

Era suficiente atormentarse con una sola pérdida para afrontar las pinceladas literarias de un capítulo. Era el número... En fin. Era el que ahora estaba en desarrollo. Y para nada quería fabricar en un santiamén, un collage que recopilara todas las tragedias vividas.

Las diversas temáticas correspondían a distintos capítulos.

Todo estaba planeado con suficiente tiempo y así debía ser. Además, demasiadas torturas para un corazón atribulado no traerían nada bueno. Y probablemente, incumpliera lo que a sí mismo se había prometido.

Por un momento presionó con fuerza la mano sobre el pecho como si intentara borrar desde la superficie de la piel, aquella última pesadumbre que quedó escrita en el corazón con el dolor. Lo cierto es, que había sido escrita con tinta indeleble destilada de lo más profundo del alma. Era imborrable. Ni siquiera la muerte era suficiente para ignorarla.

Retornó la mano sobre el papel.

—Bla, bla, bla. Maldita sea —sentenció descargando el bolígrafo con fuerza que rasgó la hoja escrita. Era evidente que las ideas se habían atrofiado en su cerebro.

Había acertado al escribir antes... y transcribir después desde el papel a la computadora. El teclado, probablemente, no había soportado la ira destructora de la mano.

El rostro fotografió los gestos atizados sin dejar de masajear el pecho.

Se levantó de la silla. Esta vez, las manos aprisionaban su cabeza con fuerza. La cefalea que lo atormentaba desde tempranas horas del día se había convertido en un incordio intolerable. No debía recordar. No debía recordar. No debía recordar... Debió taladrar como una canción psicológica en la órbita de su cabeza quien sabe cuántas veces, para hacerse a la idea de que era lo correcto. Pero fue inevitable...

Ya estaba recordando.

¿Qué?

«Neela posó la mano sobre el vientre que ya empezaba a curvarse. Él le sonrió, conduciendo sus labios sobre la esfera blanquecina cubierta de tela algodonada. La fragilidad de su corazón enamorado no lo dejaba razonar. Había olvidado que estaba al frente del volante y los paisajes se movían con rapidez que daba la impresión de resbalar sobre el asfalto. Fue precisamente lo que ocurrió con el vehículo».

No pudo recordar más.

Era cierto. No había nada más para recordar de aquel momento así lo hubiera querido.

El siguiente instante en su memoria tenía que ver con un tubo fastidiando en su garganta y una cánula en sus fosas nasales. Y un instante después cuando la vida le recordó que no estaba solo... le llegó la verdad para enlutarle el alma.

Su hermana Kay fue la mensajera. No quería enterarlo tan pronto recuperara el conocimiento. Sucedió tres días después. Pero se vio forzada a hacerlo cuando «Neela» fue la primera palabra que floreció en su boca. Y la primera que se marchitó cuando...

Entonces... solo lágrimas.

Después... solo gritos.

Se aferró a su hermana desde el borde de la cama y con su voz enardecida reclamaba la presencia de Neela y de Sailon.

La enfermera joven de sonrisa de cristal y piel lechosa le aplicó un sedante.

No debía recordar.

—Estúpida cabeza —dijo, liberando las manos.

Decidió encender un cigarrillo, quizá, con la idea de quemar los pensamientos para no atormentarse más. Se dirigió al baño y hurgó en el botiquín ubicado en una de las gavetas al lado del lavabo. Finalmente, se engulló un par de píldoras y tomó un vaso con agua para combatir la cefalea.

Suspiró profundo mientras se reflejaba en el espejo ubicado sobre la palangana.

Era hora de continuar pintando con las palabras. Retornó a la mesa que ahora era su caballete, y cuando se disponía a reanudar el escrito, sonó el celular.

¿Neela?—Se preguntó imaginando una llamada celestial.    

A una palabra del abismo *PAUSADO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora