Ella y el olvido

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And my soul from out that shadow that lies floating on the floor

Shall be lifted - nevermore!

Edgar Allan Poe

Él había visitado antes el cementerio; le parecía extravagante el que fuera un museo y que se hiciera toda clase de actividades allí, hacía el asunto de la muerte algo decorativo. Era decorativo ir a ver lápidas de mármol con nombres reconocidos, donde ahora sólo había huesos; pues seguramente una familia, unos instantes atrás, estaba lamentándose por la muerte de un pariente y probablemente desde hace mucho tiempo ya era así: alguien llorando por otro humano, por la ausencia de otro, pero sin extraños que presenciaran su dolor.

Todo eso era como leer el periódico o escuchar al vecino contar cómo habían matado a alguien esa semana y ver que era un evento, una cifra, tan sólo un nombre, y ya no más una persona. Además, bastaba por sí solo el asunto de los cementerios para estresarlo. Él pensaba que uno tenía que vivir y morir en el comercio: "¡pagar por tener un lugar donde se pueda pudrir tu cuerpo! ¡Ah! Y, sobre todo, los horribles cajones. Vives toda tu vida en uno, más grande que un ataúd, pero al fin y al cabo un cajón, encerrado, asfixiado".

Reflexionaba también sobre la sociedad en la cual el humano resultaba aplastado por algo, inaprensible, que lo vuelve un autómata; la sociedad en sí misma era un autómata y, sí, todo para que una vez muerto se cambie una última vez de caja para siempre jamás. "Descansa en paz, encerrado y putrefacto como en vida", pensaba que era un epitafio apropiado para todas las tumbas.

Sin embargo, esta vez había decidido darle una nueva oportunidad, ya que ir al cementerio también tenía sus atractivos. No podía negar que verla, aunque sólo fuera una vez y en la distancia del mármol, lo había entusiasmado; quería encontrársela, decirle lo mucho que le fascinaba y contarle todo lo que habían hecho con sus obras. Quizá esto le haría más fácil el acercamiento.

Entre las altas tumbas el momento se acercaría corriendo, pasaría a través de los blancuzcos, esquivaría obstáculos y él, pacientemente, esperaría. Lo aturdía la idea de que este flirteo lo llevaría muy pronto a ser descrito por muchas mentes y lápices, traspasaría los teclados y las hojas, y finalmente sería prontamente olvidado; no obstante, debía superarlo, es más, por eso iba a su encuentro. Iba a donde pudiera verla para después cumplir su sueño de volar. No aprendería, pero lo haría: él volaría y vería todas las caras. Y, si no funcionaba, si tal vez ella no estaba allí, tal vez su madre le haría el favor y hallaría la forma de guiarlo. Su madre sabría que él querría ser esparcido y no dejado en el olvido y el encierro, pudriéndose.

En caso de que ella no estuviera segura, él había escrito su voluntad. Ese día el muchacho se acercó a su madre y le compartió su nota.

—No la leas hasta esta noche —le susurró al oído luego de darle un beso en su arrugada mejilla—. Te amo.

Después se dirigió solo al cementerio de San Pedro. Se sentía feliz, estaba inundado con plenitud y esto causaba que tocara todo y se entretuviera en cada sensación: rasposa, suave, húmeda, lisa, corrugada, fibrosa. Por primera vez en años disfrutaba y estaba en éxtasis. El joven entró al cementerio y no volvió a salir. El único rastro de su ingreso era su nombre pintado en mármol. Era su recuerdo ydecoración; sin embargo, sus huesos al aire fueron esparcidos. Así comenzó a volar y apareció en todas partes, pues ni su madre, ni ella lo olvidaron.

Belleza en la muerte (Cajón de relatos II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora