1. La hoja

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Anna de despertó, como cada mañana, por la alarma de su pequeño reloj metálico.

Eran las 08:00 A.M

Se quitó el pijama y se puso unos vaqueros desgastados, una camiseta negra con unos dibujos medio borrados en blanco y unas Converse grises.

Miró al reloj de nuevo.

Marcaba las 08:03.

Abrió las ventanas y unos tenues rayos de sol atravesaron los sucios cristales.

Era tal la mugre en ellos que parecía un cristal translúcido, como esos que se ponen en los baños.

Cogió un libro del escritorio y leyó el título "Cuentos para niños sin miedo"

Se sentó en la cama y abrió el libro por donde marcaba la hoja de un árbol el cual no conocía.
Tan sólo conocía un árbol, el que estaba en el jardín.

El relato que iba a leer tenía por título "El ser que no come"

Estuvo leyendo hasta que lo terminó. Había leído el libro cientos de veces, y ese relato en especial era su favorito. Después de horas de lectura, ya se lo sabía al completo, pero cada vez que lo leía seguía transmitiéndole las mismas sensaciones que la primera vez.

Justo al acabar de leer, la puerta de la habitación de abrió y una señora mayor, de unos 65 años, apareció por ella.
El pelo lo tenía corto, a la altura de los hombros, y era gris con canas blancas.
Una grande y amable sonrisa mostraba unos blancos dientes, que aunque eran parte de una dentadura, le daban a la señora un toque jovial.
Llevaba una camiseta roja con una falda verde, cubierto todo por un mandil blanco con manchas de chocolate.

-Buenos días Anna, ¿has dormido bien?

-Si, genial. Incluso he soñado que iba a un lugar lleno de árboles como el del jardín.

-Seguro que ha sido genial. Bueno, el desayuno está listo, ve bajando mientras yo despierto a Marcus.

-¡Vale! -dijo alegremente.

Mientras bajaba por las escaleras de madera, la cual crujía levemente por el paso del tiempo, escuchó como su hermano decía que no quería salir de la cama.
Sonrió. Él era adorable, a veces, como todo hermano menor, podía llegar a ser muy pesado, pero se hacía querer.

Ya le estaba dando el último mordisco a su tostada cuando él apareció por la puerta de la cocina, aún con el pijama puesto y un oso de peluche que iba arrastrando por el suelo.
Bostezó, abriendo la boca de tal forma que parecía que se le iba a desencajar la mandíbula.
Anna también bostezó.
Se sentó en frente de ella y comenzó a mordisquear el pan untado con mermelada.

Al acabar, Anna se levantó de la mesa y fue directa a a lavarse los dientes.

Escupió el agua en el lavabo y levantó la mirada. Observó la marca rectangular de la pared. Era de un marrón clarito, un tono diferente al del resto de la pared.

Siempre se había preguntado que había allí antes.
Tenía que haber habido algo.
Lo sabía.

Salió de sus divagaciones y volvió a la habitación para coger el libro que estaba leyendo por la mañana.
Salió al jardín, se tumbó a los pies del árbol y se puso a leer.
Estaba por la mitad del relato cuando una hoja le cayó en las páginas amarillentas del libro.

Cogió la verde hoja con las yemas de sus dedos y la observó.
Le recordaba a algo, pero no sabía que.

La casa de las luciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora