--¡Michelle cuidado! -- sólo escuché la voz de Noah para después desmayarne.
Estaba en una habitación blanca llena de rosas rojas, la cama de la habitación era blanca con pétalos blancos.
–¿Hola?, ¿hay alguien ahí? – supe de quien era la habitación cuando vi a dicho personaje.
–¡Michelle!, Mírate, pero que alegría verte, al parecer no se te a quitado en encantamiento, que alegría.
–Pues para mi no, con esto en un campo de batalla no me sirve de mucho, ¿no cree?, acaso...¿sobreviriremos? – bromeé a lo que la diosa de rio y rodó los ojos apareciendo en su mano una manzana que no tardó en morder.
–Eres igual a tu padre, dejan en glamour ahí tirado, sin más, pero en algo si estoy de acuerdo, y eso es en que Zeus nunca pierde su estilo.
La diosa tronó los dedos haciendo que estuviera sentada en uno de sus carísimos sofás.
–¿Algo de beber?
–No, gracias, estoy bien así.
–Esta bien, ahora, para lo que te traje – me sirvió un té.
–Gracias pero no quería uno, estoy satisfecha con la comida del campamento. – Afrodita resopló y me miró.
–Ahora no te estoy preguntando niña, te estoy ordenando que tomes el té, anda, el pobre Cupido tardó en aprender a cocinar para ovaciones especiales.
–Esta bien - tomé del té que por supuesto no estaba nada mal – puedo saber, ¿cual es la ocasión?
–Pero claro que si querida, hablaremos sobre Percy y Noah – la diosa me miró pícara.
–Pues no hay mucho que contar, los dos hijos de Poseidón y ojos del mismo color, eso es todo. – dije con simpleza.
– Ya veo...– la diosa se sirvió otra taza de té y tomó un sorbo. – para tu desgracia yo se todo acerca del amor, y eso que dices con simpleza sabes perfectamente que cada vez que lo dices algo estalla dentro de ti. – tragé saliva.
–¿Porque debería de provocarme algo así? – la diosa se encogió de hombros.
–No lo sé, dímelo tú, ¿por qué?
–Pues...