Té morado y antiguo.

Hola, mente.

Hola, mente.
Perdona la molestia.
Sé muy bien que estás mal, pero quería decirte algo serio.
No busco contarte mi vida.
No busco explicarte nada, en lo más mínimo.
No busco ahogarte con otra de mis estúpidas e incoherentes poesías.
No busco llenarte de lágrimas otra vez.
No busco explotar e inspirar a que me odies otra vez.
No busco nada de eso.
Busco ser el traductor de nuestras lenguas.
Busco ser la velocidad de nuestra carrera y la precisión de nuestro salto.
¿Crees que te tengo miedo? ¿Crees que eres capaz de superarme de alguna manera? ¿Te consideras superior a mí? ¿Consideras ser capaz de abrir una quinta pared entre mi pensamiento y tu prepotencia?
Esta vez no te dejaré ganar. La guerra no ha terminado. Mataré a quién tenga que matar y no voy a pensármelo dos veces. Me da lo mismo cuanto me destroces, cuanto me hagas dejar de comer, cuanto me hagas insultarme. No te tengo miedo. Soy tu víctima, soy víctima de mi propia mente. Soy la carnada en la pesca, pero aquí terminó todo. Hoy te pondré fin y te voy a torturar con esa maldita sonrisa sarcástica que tanto te cuesta interpretar. Voy a hacer acción de todas mis palabras. Cumpliré todas mis promesas y no tendré más alucinaciones. Te voy a follar como nunca lo han hecho. Seré la metáfora en tu hipérbole. Seré el sujeto del verbo. Lo haré. Por mí. Por ti. Por amor al arte.
No quiero que me llores, pues moriremos ambos. Estamos solos en el limbo. Este será mi único pecado.
Mi té se enfría, mi cigarro se consume, mis manos tiemblan, pero; ¿crees que eso me detendrá?
El miedo no existe. Lo creas tú. Estás viendo tu final. Estás viendo nuestra puta vida entera pasar por mis ojos y te estás dando cuenta de todo lo que me has hecho pasar.
Estas serán mis últimas palabras, y las únicas que te diré en serio.
Adiós, mente y adiós, vida.