XII: Huida.

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Ted fue al liceo al día siguiente. Parecía nervioso y cansado, con la piel pálida y ojeras. Cualquiera diría que había estado enfermo. Lance se pasó la mañana correteándole detrás y confortándolo, mientras Elias me correteaba a mí, impaciente, para que hiciéramos planes rápido y dejáramos la ciudad con destino a Sand.

Yo también quería dejar la ciudad, a decir verdad. Las únicas respuestas que tenía ésta que ofrecerme las guardaban los Científicos, y necesitaba recuperar muchos más recuerdos antes de saber cómo enfrentármeles. Después de todo, no quería volver a perder la memoria.

Pero me daba pena Ted. No quería dejarlo allí, trastornado, el único despierto entre una ciudad drogada. Tenía a Lance, claro, pero... Probablemente él lo dejaría volver a drogarse. Parecía odiar con su ser el que yo hubiese despertado a su amigo y arrebatado su supuesta felicidad. Además, no era solo Ted. En sí, Lance me daba mala espina, para dejarlo allí... E Isadore. ¿Qué hacer con él? Sí es cierto que llevó las noticias mejor que Ted, pero de igual modo no parecía buena idea devolverlo a los oscuros. Una vez que sabes que el mundo que te rodea es mentira, cuesta seguir viviendo en él con normalidad.

Además, no quería del todo que los oscuros se enteraran de aquellas revelaciones. ¿Qué harían de enterarse? Enloquecer e ir en ataque contra los Científicos en un suicidio masivo (a menos que los volvieran a drogar, pero seguramente de un modo más definitivo, con lo que no podríamos convencer a nadie cuando nos conviniese más); o tal vez solo se deprimirían y decidirían que su lucha no vale la pena. O quizás (un rayo de esperanza cruzó mi mente) decidieran unirse a Sand y luchar contra los Científicos de una manera más organizada.

Lamentablemente, cuando se lo propuse a Elias él negó con la cabeza, apenado.

 - Imposible - dijo - Nunca podríamos mantenerlos. No hay sitio a menos que duerman en los pasillos y patios, y de todos modos se acabarían las provisiones. Nuestras huertas crecen lentamente.

De modo que, o volvíamos a drogar a Isadore y Ted, o nos los llevábamos. Elias no parecía muy emocionado con la segunda opción, y a mí la primera me rechinaba.

Al final, resolví preguntarles. Tenían derecho a opinar sobre su futuro, ¿no? Lance, que se la había pasado tenso desde que les propuse decidir, respiró aliviado cuando Ted quiso volver a su realidad virtual de alegría, demasiado abrumado por la otra realidad. Sin embargo, me sorprendí mucho cuando Isadore quiso ir con nosotros.

 - Entiendes por qué no es buena idea que vuelvas con tu tío, ¿no? - me quise asegurar. Él asintió, serio. 

 - No soy bueno ocultando cosas. Y algo como esto... No tardarían en sonsacármelo. Y nada bueno pasaría después de eso. Pero... No quiero volver a ignorarlo, de algún modo. El objetivo de los míos es luchar contra este sistema... Me niego a volver a caer bajo su influencia. Esta vez lucharé de verdad. Fuera de la ciudad - Por un momento, pareció mayor de quince años - Pero no tengo ni idea de qué decirle a mi tío.

 - Eso déjamelo a mí. Ya se me ocurrirá algo - lo tranquilicé - Nunca creerán que los traicionaste, puedes estar seguro.

Me sonrió. Debía ser la primera vez que lo veía sonreír de verdad: cansado y triste, pero consciente. Era una persona bastante agradable cuando estaba tranquilo, aunque tengo que admitir que su sonrisa lo hacía verse más femenino. Era algo extraño de contemplar.

Decidimos irnos aquella noche, a eso de las cuatro menos cuarto de la madrugada. Quizás hubiese algún chiflado que se despertaba a las cuatro para ir a trabajar, y quizás algún otro adolescente se acostaba a las tres o tres y media después de estudiar, pero nadie estaría despierto a las cuatro menos cuarto. De modo que, tras apagar la alarma con modo vibrador a las tres, tardé unos quince minutos en hacer mis bolsos con algo de ropa, libros y agua, dejé una nota sobre la cama con un gran sentimiento de culpa (disminuido en buena parte porque sabía que la droga los ayudaría a olvidarme rápidamente), y salí a hurtadillas de la casa.

Nos juntamos ante las puertas de una zapatería cerrada a unas cuadras del portón de entrada de la ciudad, que estaba, por supuesto, cerrado. Tanto Elias como Isadore habían pasado las noches anteriores en casa de Lance, cuyos padres al parecer nunca estaban en casa, de modo que llegaron juntos. El primero traía una mochila con algo de ropa y comida para un día, y el segundo se había agenciado un par de camellos en algunos sitios de la ciudad que prefería no conocer. 

La puerta no fue muy difícil de abrir. La verdad es que a ningún ciudadano u oscuro debía de habérsele pasado por la cabeza huir de Aethäe, sabiendo que es el único sitio vivo del planeta y que lo único que hallarían fuera sería el destierro y la muerte, pero nosotros teníamos nuestras razones para discernir. Entre los dotes de cerrajero de Isadore y algunos juramentos estuvimos fuera muy pronto.

Definitivamente, era un desierto.

Mirase adonde mirase, la noche se extendía infinitamente sobre un suave suelo ondulado de una arena que parecía eterna. Cerca de la ciudad era más aplastada y compacta pero, a medida que nos alejábamos (Elias en un camello e Isadore y yo en el otro, pues el joven ex drogado no confiaba en el malhumorado joven rebelde) se iba haciendo más fina y seca, y adquiría matices más claros bajo la tenue luz de la luna.

El frío nos atravesaba, de pronto sin el abrigo de las paredes de la ciudad, y el viento nos silbaba de tal modo en los oídos que no podíamos hablar. Es así que, callados y abrigados, anduvimos toda la noche a lomos de los camellos a un buen ritmo (para un camello, al menos) antes de que, a los primeros rayos del amanecer, Elias nos mandara detener ante una pequeña duna, igual a otras tantas que habíamos rodeado.

 - Es aquí - dijo, alzando la voz para que lo oyéramos. A pesar de que el frío comenzaba a disminuir, el viento seguía anunciándose a viva voz en nuestros cansados tímpanos. Probablemente por eso no oí a nadie acercarse.

Cuando me bajé del camello, poco después que Elias y con mucha naturalidad para haber sido mi primera vez (tenía una gran sensación de tranquilidad y familiaridad con aquellas bestias a la hora de montarlas), ayudé a Isadore a desmontar. Entonces me vi súbitamente rodeado.

Un gran número de mujeres, chiquillos, jovenzuelos e incluso hombres adultos nos rodeaban a los tres y a los camellos, gritando, saltando y riendo con una felicidad desaforada. No habían acabado de calmarse cuando una joven se me lanzó al cuello con un grito ahogado en lo que parecían lágrimas.

 - ¡Thyan! ¡Thyan, santo Cielo, estás vivo! ¡Oh, Dios, cuánto te he extrañado! ¡Ni siquiera sé qué hacer sin ti! Yo... ¿Thyan? - la chica, sollozando, se apartó un segundo de mí para mirarme a los ojos. Los suyos, azules oscuros, estaban rodeados de pecas en las mejillas y la nariz.

Tardé un segundo en darme cuenta de que aquella era la niña de mi sueño, pero unos diez años más tarde, o tal vez más. Aquella era Genna. Y también tardé en darme cuenta de que yo no estaba reaccionando a su abrazo o su llanto más que con un leve fruncimiento del cejo, analizando la situación. Vaya, qué frío que era.

Ella me miró, llorosa, y una expresión preocupada se apoderó de su rostro. Más lágrimas acudieron a sus ojos, pero ella no las dejó caer.

 - Oh, por favor, dime que me recuerdas - susurró - Dime que no... No lo has olvidado. Por favor.

La miré a los ojos, aquellos ojos sinceros y llenos de fortaleza. Me pregunté si nos pareceríamos. No había caído en la cuenta antes, pero desde que había despertado en Aethäe no había encontrado un solo espejo en toda la ciudad. No lo sabía, pero esperaba ser tan fuerte como ella. De otra forma, no podría soportar decirle lo que le dije.

 - Lo siento.

Identity // ORIGINAL.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora