IV: Aethäe.

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Mi segunda charla con Isadore fue más constructiva. El chico accedió a contarme cierta información acerca de la ciudad que los oscuros habían recolectado.

Al parecer, Aethäe era el último centro de civilización humano que existía; y sus aproximadamente noventa mil habitantes, los últimos humanos del mundo. Estaba rodeada por un gran desierto que se extendía a lo largo de todo el mundo, completamente muerto y vacío. Parecía ser que los humanos habíamos acabado por cargarnos el mundo con las bombas nucleares hacía algunos cien años, cuando los antiguos científicos creyeron crear una bomba perfecta que destruiría solo a los humanos de la zona afectada y no ofrecería contaminación a largo plazo, pero a pesar de que los primeros intentos parecieron funcionar bastante bien, terminaron soltando una epidemia en el medio ambiente que comenzó a matar lentamente a todo ser vivo que tuviese contacto directo o indirecto con ella.

La humanidad comenzó a extinguirse y a llevarse toda la vida y ecosistema del planeta con ellos, de paso, hasta que un grupo de científicos de renombre (muchos rumores apuntan a que fueron los mismos que comenzaron la epidemia en primer lugar) construyeron una ciudad apartada en el medio de un ya constituido desierto, de modo que la epidemia no los alcanzara (no tenía forma de propagarse). A esta ciudad, llamada Aethäe, se llamó a vivir a ciertos grupos de familias privilegiadas y se la clausuró luego, ya preparada para autoabastecerse cuanto le fuera necesario. 

Todos los demás humanos que no pudieron entrar en la ciudad, murieron.

Y según Isadore, para preservar a la especie y que no hubiese más conflictos, los Científicos a cargo de Aethäe decidieron usar drogas y recursos similares para crear a la sociedad eternamente feliz que yo había conocido. Se los convencía de que en la ciudad estaba todo lo que necesitaban para ser felices y se les expropiaba la libertad. Todo ciudadano tenía que cumplir un conjunto de reglas:

 - No vestir el negro (es el color de la muerte y de lo malo).

 - No salir de Aethäe.

 - Como mínimo, aprobar primaria y secundaria.

 - Casarse (entre los 15 y los 40 años de edad).

 - Tener por lo menos un hijo (en caso de esterilidad, adoptarlo).

 - Nunca desobedecer a los Científicos.

 - Aceptar la Revisión (según Isadore, era un "chequeo" de la salud de la población cada año, en el que en realidad se dedicaban a renovar las drogas de la felicidad).

 - No empuñar armas.

 - No robar, asesinar ni hacer daño alguno a otro ciudadano.

 - No discutir sin necesidad.

La mitad de aquellas reglas eran tan absurdas que, cuando las confirmé con mi copia de la Constitución de Aethäe que tenía en casa, tuve que releerlas varias veces y comprobar la autenticidad del libro otras tantas. Pero era cierto, no había fallos: en verdad existían.

Los oscuros, según me contó el chico, se dedicaban a protestar contra aquellas normas opresoras y buscar la libertad. Se negaban a aceptar la droga (la llamaban "Arcoíris") y vivían tratando de romper todas las reglas a la vez. Buscaban derrocar al Estado de Científicos y establecer uno nuevo, más justo y libre. Pero la lucha de unos chicos descalzos con cuchillos y pistolas contra hombres con armas químicas no era tarea que tomarse a la ligera. Tenían suerte de que, al parecer, los Científicos los desestimaban y se reían de ellos, sin tomar realmente cartas en el asunto.

Cuando pregunté por qué no les contaban lo que me había contado a mí a más gente, me dijo que ya lo habían intentado, pero nadie les creía. No es que fueran estúpidos. Sabían que existían las reglas, pero les hallaban sentido. La droga, según Isadore, los hacía creer lo que fuera que los Científicos les dijeran. Si se les ocurría decir que la zanahoria sabía ácida, cada uno de los ciudadanos defendería a muerte la acidez de las zanahorias.

En la actualidad, los oscuros estaban tratando de luchar contra la droga. Habían intentado evitar la Revisión cada año, pero iba en el décimo y no habían logrado acercarse: las fuerzas enemigas eran abrumadoras en aquella época del año. Habían intentado proclamar sus ideas a voces durante esa temporada (la gente tiene menor influencia del Arcoíris encima entonces), pero los habían aplastado y expulsado, y la gente se había reído de ellos.

Lo que buscaban ahora era  atacar los lugares donde creían que producían y almacenaban la droga, e intentar a su vez desarrollar un antídoto. Cuando le pregunté por qué, si el Estado era tan poderoso, no los habían aplastado aún, Isadore se encogió de hombros.

 - Esos locos son pacifistas, dentro de todo - contestó con desprecio - Te atacan si los atacas, pero en general tratan de no matarnos. Supongo que toda su política se basa en que los humanos no mueran y la especie vuelva a expandirse envuelta en rollos de alegría. No lo sé - se encogió de hombros con un suspiro - Pero estoy seguro de que la solución que buscan no es la correcta. Estos no son humanos. Son muñecos. Y esto - hizo un gesto con la mano, tratando de abarcar toda la ciudad - No es vida.

Aquella noche tuve mucho qué pensar. Ahora entendía mejor el modo de pensar de los oscuros. Tenía sentido. Robaban para comer, secuestraban en intentos desesperados por hacer entrar en razón a la gente... Pero solo eran considerados vástagos del mal. Bueno, en cierto modo tenía sentido...

Suspiré y cerré los ojos, llevándome una mano a la frente. Los oscuros no lograrían nada. Solo se ganaban el desprecio de la sociedad, y no podían vencer solos al Estado. Eran tan solo un grupo de eternos protestantes en busca de una libertad que nunca obtendrían más allá de su hambre y miseria.

Abrí los ojos y contemplé el techo blanco de mi habitación. Ese día, como todos los días, mis padres me habían despertado con cariño, hecho el desayuno y dado un beso de despedida y, al llegar, me habían acompañado en la cena, preguntándome sobre mi día y sonriéndome con afecto. Mi madre se asomaba cada noche cuando creía que estaba dormido para acariciarme la cabeza y darme un beso en la frente, susurrándome mis buenas noches.

Me pregunté si estaba mal. El objetivo de los Científicos no parecía malo. Paz, tranquilidad y felicidad. ¿Qué más valía si usaban una droga para lograrlo?

En realidad, era difícil tomar un bando. Fruncí ligeramente el ceño.

Sin embargo, había cosas que no encajaban. Recordaba muy bien la primera vez que me había despertado, rodeado de gente en batas blancas. Recordaba la inyección en mi cuello.

Entonces, ¿cómo era que yo no estaba drogado?

Porque era evidente que no lo estaba. Mi amnesia me despertaba nada más que curiosidad, y los pocos recuerdos que me quedaban me picaban en la conciencia como mosquitos, molestándome. De haber estado bajo el efecto de la droga, debería de haber asumido fácil y rápidamente mi nueva/vieja familia, amigos y vida en general, y haberme dedicado a ser tan feliz como todos. Debería de haberme embotado los sentidos y plantado una sonrisa constante en mi rostro, así como un sentimiento de alegría risueña en mi corazón. Tan satisfecho que sería casi molesto. Como si el ser humano fuera un ser conformable...

Pero estaba lúcido. Completamente consciente y en busca de respuestas.

Además, todavía recordaba mis sueños de la primera noche. ¿Quién era Elias? El lugar donde estábamos... podía dudar de muchísimas cosas, pero si de algo estaba seguro era de que aquello no era Aethäe.

Y no era un desierto.

Identity // ORIGINAL.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora