<<Nadie encuentra el río de Dios hasta que experimenta la sed del desierto>>
Un hombre muy rico y orgulloso le preguntó a un anciano sabio que vivía en las afueras del pueblo, qué debía hacer para encontrar a Dios. El anciano lo llevó a la montaña y no le permitió beber agua durante dos días. Luego lo llevó a una naciente de agua en el suelo que abastecía a todo el pueblo y le dijo:
--Necesitas beber agua para poder sobrevivir, ¿Cómo harás para tomar de esta agua ahora?
--Inmediatamente el hombre se arrodilló y bajando la cabeza bebió del agua que brotaba del suelo.
El sabio le dijo:
--Eso es exactamente lo que debes hacer para encontrar a Dios. Dejar a un lado tu orgullo, reconocer tu necesidad de Él, arrodillarte e incluso humillarte hasta llegar al suelo.
<<... oh jehová, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma. Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte...>>--- Isaías 26:8-9
Al citar este pasaje no puedo dejar de pensar en el amor apasionado del escritor. Las palabras de Isaías expresan el gran enamoramiento que sentía por la Presencia de Dios. El énfasis de su expresión lo demuestra con claridad. Abre su corazón con espontaneidad y frescura para expresar su amor, y el medio para demostrarlo es la expresión del deseo.
Insistentemente confiesa: <<Mi alma te desea aun en las noches, cuando el día se va apagando, cuando cada hombre termina sus labores y se entrega al descanso restaurador, aun allí mi deseo es tan intenso que no puedo dejar de pensar en ti. Y mientras tenga fuerzas yo te buscaré>>.
Desear es anhelar y a la vez poner el movimiento enérgico de la voluntad hacia la posesión y el disfrute de aquello que despierta nuestra pasión. Por momentos me pregunto: <<Encontrará Dios en mí el ferviente del deseo? ¿Me hallará Dios enamorado de Su Presencia? ¿Lo encontrará en usted?>>
Al transitar esa senda encontrará señales que lo confrontarán a tomar decisiones: