Parte 1 - Fuiste tú

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La Avenida Rivadavia es una de las principales calles de la ciudad de San Fernando, por cosa inexplicable esta noche se encuentra sin iluminación, pero, con los vehículos que circulan iluminan a todo aquel que se encuentre en la misma. Esta Avd. aparte de ser una de la principales, también se centra en el popularismo atlético; torneos, maratones, hasta familias enteras congregan para armonizar dicho evento. Situación paralela y contraria en la que se encuentra él. Su nombre es Mateo y está atravesando la Avd. a toda velocidad. No es una maratón, no es entrenamiento, él está huyendo lo más rápido que puede sin mirar atrás, en donde las personas se reencontraban para ennoblecer sus recuerdos y brindar felicidad, mateo enloquecía en su llanto y estruendosas lágrimas.

—yo no fui...yo no fui—susurraba con dolor.

Horas antes Mateo se encontraba a un par de cuadras de su casa en una tienda 24hs a altas horas de la madrugada (3:30 am). En su casa estaba todo aburrido y no podía dormir. Se le antojaron unas bolsas de papas fritas y un refresco de manzana, todo normal para pasar el tiempo y saciar sus necesidades.

—Oye niño, ¿Cuántos años tienes?—le preguntó el cajero de turno, un joven universitario con trabajo de medio tiempo—. Ya es muy tarde para andar por estos lugares—replicó otra vez.

—Tengo la misma edad que tú, "joven"—contestó Mateo con ironía. Él es de estatura baja, de unos 1.65 m que le avergonzaban desde el bachillerato, aun así su edad de 22 años no lo delata.—Tengo hambre, y en mi casa no puedo concentrarme para dormir—dijo al terminar de beber su refresco—. Me hace bien salir a fuera a despejarme, tomar un poco de aire o comer algo—Suspiró de cansancio.

—Ha, entiendo—dijo el cajero—. Cómo eres tan enano pensé que aun eres un niño jajá. —Mantenía su carisma a estas horas de la noche, una burla inofensiva. Pero a mateo no le dio tanta gracia, desvió la mirada con desprecio hacia la puerta y se acercó con la billetera en mano a la caja. No quiso mirarlo, su mal humor ha ido empeorando desde que conoció el insomnio. Terminó de pagar, se dirigió a la salida y se sentó a un lado de la puerta, justo en frente está el estacionamiento de la tienda.

Por un momento Mateo agachó la cabeza pensando en los exámenes finales que no pudo estudiar, algo estaba distrayéndole. La angustia le carcomió la cabeza. Con las ultimas rodajas de papas fritas que le sobran mateo decide por fin irse a casa.

Levanta la mirada y ahí, en frente de sus ojos, estaba parada ella. Totalmente descalza, de aspecto inofensivo que emitía una hipnotizadora ternura que aprisiona la atención, un cabello castaño hermoso que le ondulaba por los hombros hasta casi cubrirle la cara y un vestido blanco que parecía pijama. Realmente era una presencia que puede confundirse con la fuerza de una Deidad. Mateo quedó paralizado, no sentía para nada miedo pero tampoco estaba tranquilo, una misteriosa mujer apareció de la nada.

— ¿A dónde te encontrabas? —indagó primero ella, tan dulce como su voz.

Mateo es un chico muy escondido, le dificulta entramar una conversación a tal punto que solo tiene un par de amigos en su vecindad. Los últimos años ha estado esquivando cualquier contacto con las personas, sus padres pensaron que es un cambio normal en el comportamiento por su edad, no iba a ser el mismo niño llorón de siempre.

—Ohm, ¿Te conozco? —le pregunto fríamente.

— ¿Estas triste? —contestó ella—. ¿Alguien te hizo daño?

— ¿Qué? —Se mostró sorprendido—. ¿Tú quién eres?

— ¿No te acuerdas quién soy? —dijo ella en un tono triste.

Ha mateo no le interesan los estúpidos juegos de adolescentes, tampoco les da mucha importancia, solo piensa en él. No es la primera vez que una chica se acerca a hablarle, tiene ese algo que las atrae. Pero nunca tuvo ganas o la iniciativa de construir una relación amorosa, está interesado absolutamente en nada.

Con la paciencia a punto de explotar se levanta, sacude con su mano derecha el polvo de tierra en su pantalón y con la otra sostiene la bolsa de papas. De un solo bocado termina de comer el resto que le queda, estruja la bolsa y la tira a un costado.

—No sé quién eres, no me molestes—le replicó de manera vil.

—Soy verónica, Mateo. —Su tono de tristeza es más notable.

—Espera, ¿Cómo sabes mi nombre?—dijo mientras fruncía las cejas.

Verónica no volvió a decir ni una sola palabra, estaba mirando el suelo apenada de tristeza, era visible que el mal humor de Mateo le afectaba y él se dio cuento de ello.

—Agh... Lo siento, no es mi noche—dijo arrepentido.

«Silencio incómodo por un par de minutos»

No es tu culpa, odio no dormir y la broma tonta del cajero empeoró aún más esta fea noche. —De alguna manera buscaba la forma de solucionarlo.

No recibió ninguna respuesta que lo dejara tranquilo, se quedó mirándola por un buen rato esperando alguna señal, en realidad ni siquiera sabe que es lo que espera. Qué momento más extraño para que el sueño reaparezca, tiene tantas ganas de volver a su casa que en cualquier otra situación similar ya se hubiera marchado sin importarle nada. Pero la presencia de esta mujer anestesiaba su propia voluntad, había algo que no lo dejaba ir.

Verónica deprimida, camina lentamente hacia la entrada de la tienda, y pasa sin levantar la mirada. Mateo estaba en el mismo lugar de siempre observándola como se alejaba. La tensión estuvo siempre a la espera. Afuera se hallaba un poco fresco, corría una suave ventisca y la luna destacaba en su apogeo.

« ¿Con qué motivo entró verónica?»

Al cabo de unos largos 20 minutos no hay indicios de ella. Mateo por mera curiosidad decide entrar, un poco nervioso y a pasos lentos como si fuera a robar. Verónica no estaba a la vista, tampoco el cajero. Se dirigió otra vez a las estanterías de donde había cogido las papas. Justo en el suelo al costado de la zona para comestibles una persona estaba en cuclillas, como queriendo protegerse de algo o alguien. Era otro chico empleado de ese lugar, vestía el mismo conjunto del cajero aunque era más joven. Mateo no tardó en reaccionar, lo agarró del brazo y con fuerza comenzó a agitarlo.

— ¡Hey! ¡Amigo! ¡Reacciona! —le decía cuando trataba de volverlo en . Parecía imposible, presentaba signos de un shock post traumático. Varios intentos de reanimación sin suerte. En el último esfuerzo, este chico por fin logra recuperarse vomitando el suelo en posición de gateo.

—Por fin reaccionas—dijo aliviado—. ¿Qué es lo que te ha sucedido?

El joven un poco aturdido intenta ponerse de pie pero su cuerpo no reaccionaba por completo. Mateo se agacha para ayudarle pero cuando sus miradas se cruzan entre si este recibe un fuerte golpe en el pecho. El chico utilizo toda su fuerza para apartarse lo más lejos que pudo a un rincón, los nervios y la adrenalina consumían su ser. Estaba a punto de desplomarse, no sin antes levantar su brazo señalando hacia la dirección de Mateo y gritar con odio.

— ¡Fuiste tú! ¡Tú asesinaste a mi hermano! 


Él, ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora