Después de dos reuniones de seguimiento con clientes y de parar en la nueva casa del señor Muller en Holland Park para dejarle unas cuantas muestras, estoy de vuelta en la oficina escuchando cómo Patrick despotrica de Irene. Es lo habitual los lunes por la mañana después de que haya soportado todo el fin de semana con su mujer y lejos de la oficina. La verdad es que no sé cómo el pobre hombre la aguanta.
Tom entra con una sonrisa de oreja a oreja y de inmediato sé que ha ligado durante el fin de semana.
—Cielo, ¡cuánto te he echado de menos! —Me da un beso sin llegar tocarme y se vuelve hacia Patrick, que se protege con las manos en un gesto que dice: « ¡Ni se te ocurra! » Tom pone los ojos en blanco, sin ofenderse ni un ápice, y baila hasta llegar a su mesa.
—Buenos días, Tom —lo saludo con alegría.
—Esta mañana ha sido de lo más estresante. El señor y la señora Baines han cambiado de opinión por enésima vez. He debido cancelar todos los pedidos y reorganizar a una docena de obreros. —Mueve la mano, frustrado
---- Me han puesto una maldita multa por no colocar la tarjeta de aparcamiento de residentes y, además, me he enganchado el jersey nuevo en uno de esos horrendos pasamanos que hay a la salida del Starbucks. —Se pone a tirar de la lana desgarrada del dobladillo de su jersey rosa fucsia con cuello en V.
— ¡Míralo, jolines! Menos mal que eché un polvo anoche, porque si no estaría en el pozo de la desesperación. —Me sonríe.
Lo sabía. Patrick se va negando con la cabeza. Todos sus intentos por disminuir el amaneramiento de Tom hasta niveles más tolerables han fracasado. Ahora ya se ha rendido.
— ¿Una buena noche? —pregunto.
—Maravillosa. He conocido a un hombre divino. Va a llevarme al Museo de Historia Natural el fin de semana que viene. Es científico. Somos almas gemelas, estoy seguro.
— ¿Qué ha pasado con el entrenador personal? —vuelvo a preguntar. Era su alma gemela de la semana pasada.
—Olvídalo, un desastre. Apareció el viernes en mi apartamento con un DVD de Dirty Dancing y comida india para dos. ¿Te lo puedes creer?
—Me dejas de piedra —me burlo.
—Lo peor. No hace falta que te diga que no voy a volver a verlo. ¿Y qué hay de ti, cielo? ¿Qué tal ese guapísimo ex novio tuyo? —Me guiña el ojo. Tom no oculta que Matt lo atrae, cosa que a mí me hace gracia pero que incomoda a Matt.
—Está bien. Sigue siendo mi ex y sigue siendo hetero.
—Qué lástima. Avísame cuando entre en razón. —Tom se marcha tranquilamente, retocándose el tupé rubio y perfecto.
—Sally, te mando por correo electrónico la factura por una consulta de diseño para el señor Colunga. ¿Podrías asegurarte de que se envía hoy mismo?
—Así lo haré, Lucero. ¿Pago a siete días?
—Sí, gracias. —Regreso a mi mesa y continúo casando colores. Alargo el brazo para coger el móvil cuando empieza a bailar por mi mesa. Miro la pantalla y casi me caigo de la silla al ver en ella el nombre de «Fernando». Lo miro durante unos segundos, hasta que mi cerebro se repone del susto y el corazón se me acelera en el pecho. Pero ¿qué demonios?
Yo no guardé su número, Patrick no me lo dio y, tras pasarle el proyecto el viernes, ya no lo necesitaba. Decía en serio lo de que no iba a volver. Y, en cualquier caso, no lo habría grabado con su nombre de pila. Sostengo el teléfono en la mano, echo un vistazo a la oficina para ver si el ruido ha llamado la atención de alguno de mis compañeros.
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Seducción
FanfictionSucedió algo que nunca imaginé... me enamoré de quien menos me lo esperaba.