Capítulo 2 (Parte III)

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Se detiene y yo con él. Tiene una forma física y un tono muscular que son demasiado.

- ¿Qué clase de deportes extremos?

- Snowboard, sobre todo. Pero he probado el rafting en aguas rápidas, el puenting y el paracaidismo. Soy un poco adicto a la adrenalina. Me gusta sentir la sangre bombeando en las venas.

Me observa mientras habla y siento que me está analizando. Tendrían que anestesiarme para que yo me atreviese con esos pasatiempos que bombean sangre en las venas. Prefiero salir a correr de vez en cuando.

-Extremos -digo sin dejar de estudiar a ese hombre cuya edad desconozco.

-Muy extremos -confirma en voz baja. La respiración se me acelera de nuevo y cierro los ojos mientras me grito mentalmente por ser tan patética.

- ¿Seguimos? -pregunta. Percibo la sorna que tiñe su voz.

Abro los ojos y me encuentro con su penetrante mirada verde.

-Sí, por favor.

Ojalá dejase de mirarme así.

Medio sonríe otra vez y se encamina hacia el bar. Saluda a los hombres que he visto antes, dándoles palmaditas en los hombros. La mujer ya no está. Los dos clientes del bar son muy atractivos, jóvenes -probablemente aún no hayan cumplido los treinta- y están sentados en los taburetes mientras beben botellines de cerveza.

-Chicos, os presento a Lucero. Lucero, éstos son Sam Ketl y Drew Davies.

-Buenas tardes -dice Drew con voz cansada. Parece un poco triste. Su aspecto (es guapo si te gustan los tipos duros) y su carácter me dicen que es inteligente, seguro de sí mismo y probablemente un hombre de negocios.

Lleva el pelo negro peinado a la perfección, el traje impoluto y hace gala de una mirada astuta.

-Hola -sonrío educadamente.

-Bienvenida a la catedral del placer -ríe Sam al tiempo que levanta el botellín-. ¿Puedo invitarte a una copa?

Veo que Colunga sacude un poco la cabeza y pone los ojos en blanco. Sam sonríe. Es el polo opuesto a Drew: informal y relajado, con unos vaqueros viejos, una camiseta de Superdry y unas Converse. Tiene un rostro insolente con un hoyuelo en la mejilla izquierda que lo favorece. Sus ojos azules brillan, cosa que lo hace parecer aún más insolente, y lleva el pelo rubio ceniza a la altura de los hombros y hecho un desastre.

-No, gracias -contesto.

Mueve la cabeza hacia Colunga.

- ¿Fernando?

-No, gracias. Le estoy enseñando a Lucero la ampliación. Va a encargarse del interiorismo -dice sonriéndome.

Me río por dentro. No lo haré si puedo evitarlo. De todos modos, se está precipitando un poco, ¿no? Todavía no hemos hablado de las tarifas, de lo que quiere, ni de nada.

-Ya era hora. Nunca hay habitaciones libres -gruñe Drew pegado a su botellín. ¿Por qué nunca he oído hablar de este sitio?

- ¿Qué tal el snowboard en Cortina, amigo mío? -pregunta Sam.

Colunga se sienta en un taburete.

-Alucinante. La forma de esquiar de los italianos se parece bastante a su estilo de vida relajado. -Esboza una gran sonrisa (la primera sonrisa de verdad desde que lo conozco), recta, blanca y exuberante. Este hombre es un dios-. Me levantaba tarde, encontraba una buena montaña, bajaba las laderas hasta que me cedían las piernas, echaba la siesta, comía tarde y, al día siguiente, vuelta a empezar. -Está hablando con todos pero me mira a mí. Su pasión por los descensos queda reflejada en su amplia sonrisa.

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