Suspiró mirando a la calle, a lo lejos los ladridos un perro se dejaba oír sobre el ligero murmullo de la lluvia. Asomado a la ventana intentaba evitar lo inevitable, oprimiendo el instinto que le llamaba a actuar, ignorando la silenciosa orden que le había sido ordenada por su reina. Los ladridos de perro pasaron a ser frases de aviso, empezó a entender lo que decía y en el momento en el que fue consciente de lo ocurrido se rindió.
Cuando volvió a abrir los ojos lo vio todo de otra manera. Se apoyo sobre el alfeizar de la ventana y saltó a la calle. La lluvia empezó a empapar su pelaje al tiempo que las gotas de lluvia se empezaban a acumular sobre su hocico. Apoyo las cuatro patas en el suelo y comenzó su lenta marcha hacia el lugar donde sus hermanos le esperaban para dirigirse hacia la guerra.
Había intentado evitar a toda costa que ese día llegase pero no fue posible. El destino de ambos dos estaba forjado, estaban destinados a forjar una amistad eterna, a yacer ambos en la misma cama, a odiarse locamente, y a morir juntos. Y su destino había llegado. Tras subir la última cresta alcanzó la cima de la pequeña colina. Su reina, imponente en lo alto observaba como su pequeño elegido cumplía con su cometido. Se levantó sobre sus patas traseras, inhaló todo el aire y aulló. Aquel aullido hizo que su fiel ejército de lobos se lanzará contra aquellos seres que esperaban en la otra cara de la colina. En unos segundos la guerra fue un intercambio de dientes y garras, desgarrando cuellos y tripas, aullidos de dolor, maullidos de sufrimiento. La guerra entre dos especies enemigas terminaba aquella noche allí, y solo podía quedar uno. Aquel que ganase aquella guerra no solo seria el vencedor de una disputa de miles de años, si no que seria recordado a lo largo de los siglos. Una figura llamó su atención, la esperaba en medio de aquella batalla, con los cadáveres de los insensatos que habían intentado atacarla. Raudo y veloz se lanzó directo hacia su presa, unos cuantos enemigos intentaron cerrarle el paso pero sus cabezas no duraron demasiado sobre su cuello. La sangre aun chorreaba de entre sus colmillos y caía hacia el suelo junto con estelas de vapor que recordaban el frio presente en el ambiente. Ambos líderes se lanzaron el uno contra el otro, sin más armas que sus propias garras y dientes. Ambos dos cayeron al suelo y rodaron por el fango, el intentando clavar sus colmillos en el cuello de ella, y ella buscando clavar sus garras en el cuello de el.
En lo que duró su batalla, ambos consiguieron su objetivo. Ella fue la primera en caer, su cuerpo se derrumbó en el suelo. El recogió su cuerpo y lo llevó junto a la torre que se mantenía impotente sobre lo que fue un ejército. El se derrumbó con ella en brazos, notaba como su sangre se escapaba a gran velocidad de su cuello. Levantó su cabeza con la mano derecha. Se miraron a los ojos y le susurró con sus últimas fuerzas su mensaje: Te amo.
Los dos jóvenes dejaron el libro en la estantería y apagaron la lámpara con la que habían leído la historia.
-A estado interesante, la señora tenia razón.- Comentó el mientras le abría la puerta a ella.
-Tienes razón, ¿te imaginas que eso ocurrió de verdad?-Dijo ella con una pequeña risa entre dientes intentando ocultar algo de preocupación.
-Bueno, no lo creo, de todos modos es tarde ya, volvamos a casa.
Mientras se dirigían hacia sus casas, un perro salió de un patio y empezó a gruñirle a ella. El se acercó y el perro saco la lengua mientras movía la cola.
-¿Por que te tendrá manía? Siempre pasa igual.- Dijo el mientras llevaba el perro hacia su patio.
Ella no dijo nada y ambos siguieron su camino. Cerca de la casa de ella, un gato negro salió de debajo de un coche y se dirigió hacia las piernas de ella. Se restregó y ronroneo mientras ella se agachaba y le hacia mimos. El dio un paso atrás al comprobar que como otras veces el gato se erizaba y le fuñía si se encontraban cerca.
-A ti también te pasa, ¿esto se parece mucho a la historia no crees?-Le preguntó ella.
El solo rió intentando disimular su preocupación.
Los dos se dijeron adiós y se metieron en sus casas, separas por veinte metros. Los dos se querían, los dos eran incapaces de dar el primer paso, los dos estaban preocupados, pues su reina ya les reclamaba con su silenciosa orden, esperando en el mismo lugar donde vio a sus elegidos morir en aquella batalla.
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Las siete obras del guardian
Short StoryEste es el final de una larga serie de reslatos que empecé a escribir hace ya muchos años.