— ¿Diga? -descolgué el teléfono desde el sofá no muy interesado.
— Soy Matt, ¿recuerdas?
— Hombre, Matt, ¿cómo te va? -me senté bien del sofá al oír su voz.
— Muy bien, queriendo que te pongas al día con la última parte de tu trilogía. -soltó de golpe.
— ¿Ya? Pero... si no hace ni un mes que publicamos la segunda.
— Lo sé, Liam, pero tus lectores quieren más. ¡Les encantas!
— Matt... sé que eres mi mánager en esto, mi colega, ya sabes, pero no me metas presión, ¿quieres? -me levanté y me puse a caminar un poco por el pasillo de casa.
— Perdona, pero es que estás teniendo mucho éxito, Payne.
— ¡No digas eso, Noel! -la oí reír fuertemente desde fuera de mi casa. Fui a la ventana para ver si podía contemplar una vez más su hermoso rostro a través de estos dos cristales que nos separaban.
— Luego hablamos, Matt -colgué de golpe y aparté las persianas. Y ahí la veía, entrando a su casa con su chico, riendo como ella solo sabía hacer.
Igual, algún día me diga algo más que un simple '¿tienes azúcar de sobra?' o que me salude cuando vaya a bajar a su perro y yo esté sacando la basura antes de que pase el basurero, como siempre, a última hora. Igual, algún día me invite a tomar a su casa un café, pero mientras tanto, la veo sonreír desde mi casa.
Absorto en mis pensamientos, ideando una nueva forma de cómo comenzar de una vez el maldito tercer libro que cerraría mi trilogía, el timbre sonó. Por una milésima de segundo, tuve la ilusión y la esperanza de que pudiera ser ella pero, ¿no tendría otra cosa mejor que hacer que ir a visitar a su vecino? Sería imposible.
Desvié mi vista sobre la ventana, frente a la casa de Scarlett, y fui a abrir al cual llamaba con tanta concentración en mi dichoso timbre. Le daría con la puerta en las narices a quién estaría llamando así.
— Para, joder -grité sin más, sin mostrar el mínimo interés por quién estaba tras la puerta de madera robusta.
— Lo siento. -escuché una voz femenina, la que hizo que sobresaltara sobre mí mismo. Quedé absolutamente asombrado por quién era, también por el comportamiento con el que le había tratado.
— Oh, no yo sí que lo siento. -mi sobresalto me llevó a ver los hermosos ojos turquesas de la chica.
— Lo lamento, de veras. -negué un par de veces con mi cabeza.— Venía por si tenías azúcar.
— Claro, pasa. -sonreí evitando mostrar mi gran decepción que me había llevado apenas unos segundos. Creía que esto podría haber sido el siguiente paso pero no, sólo era una simple visita más para pedir azúcar.
Me dirigí hacia la cocina, ella sólo estaba situada a dos simples pasos más de la entrada. Se la veía tan hermosa observando todos y cada uno de los detalles de la sala. Por fin, encontré el azúcar, que estaba entre las especias.
— Aquí tienes. -tendí el bote casi a la mitad del recipiente.
— Gracias. -dirigió su mirada al bote de azúcar.
— No tienes por qué darlas. -sonreímos. Sus diferentes facciones se iluminaban por la luz que aportaba la sala.
— Oye, tú eres el famoso escritor de Scarlett, ¿no? -asentí algo confundido; temía por su respuesta. Pero no fue más que otra que un carraspeo de garganta.
Un silencio incómodo estuvo presente entre nosotros. Quería dar el paso y preguntarle que por qué esta repentina acción. Pero… no podía.
— ¿Lo has leído? -por fin pude decir algo.