CONOCE A SHUN KURONOII

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Mitsumasa tuvo que apresurar a su lento invitado. Si Shun se tomaba su tiempo, jamás llegarían a la empresa a tiempo. Shun se bañó rápidamente aunque estaba enfadado de no poder disfrutar del agua de la ducha. Se puso uno de los trajes que habían comprado la noche anterior. Mientras Shun trataba de anudarse la corbata, Hyoga llamó a la puerta.
   -Tengo que irme, pero este es mi número de teléfono – dijo Hyoga dejando un papel sobre el tocador -. Por si te aburres de estar con papá, el hospital no queda muy lejos.
   -Sí – dijo Shun todavía tratándose de hacer el nudo.
   Hyoga esbozó una sonrisa y después de pedirle permiso a Shun, se encargó de anudar la corbata para el joven. Shun lo miró fijamente y luego sonrió.
   -¿Así qué así se hacen? – dijo Shun finalmente.
   -Son un fastidio – respondió Hyoga sonriendo -. A mí tampoco me gusta usarlas.
   -Iré a buscarte – aseguró Shun metiéndose el papel con el teléfono de Hyoga en la bolsa.
   El médico se despidió de la Muerte y se apresuró para poder llegar al trabajo. Shun se quedó unos instantes quieto, olfateando el olor que Hyoga había dejado detrás de él y sonriendo ante los latidos del corazón vivo en su pecho. ¿Era eso lo que los humanos llamaban atracción?
   Mitsumasa no tenía ningún deseo de llevar a Shun a la empresa, pero no tenía otra opción, así que llevo al joven al trabajo. Al llegar, Kido le informó a Shun que tenía una reunión importante y que no podía ir, pero Shun le recordó su trato.
   -No podré ayudarte si no me dejas entrar – dijo Shun sonriendo.
   Cuando entraron al salón de reuniones, los miembros se sorprendieron del extraño. Mitsumasa les explicó que, además de ser hijo de un amigo, iba a trabajar como su secretario personal por un tiempo. Shun divertido miraba a todos lados. Todos tomaron asiento y fue Isaac Yoshida quien pidió la palabra y comenzó a explicar que la Compañía Solo estaba dispuesta a comprar por entero a la Fundación Graude.
   Pese a lo que la mayoría hubiera pensado, Mitsumasa Kido no era un empresario tan descorazonado. Otra de las cosas que más le preocupaba de vender la empresa, completa o en partes, era el futuro de los empleados. Por ningún motivo deseaba que esas personas se quedaran sin trabajo de la noche a la mañana.
   -Pero... ¡señor Kido! – exclamó Isaac -. Eso es... irremediable. Es decir, no podemos vender la empresa y además pedir que recontraten a todos.
   -¿Por qué no? – gruñó Kido -. ¡Es mi maldita empresa, carajo! Se vende con todo y empleados.
   -¿Es consciente de que después será peor? – continuó Isaac -. La otra empresa podría despedirlos.
   -No necesariamente – intervino el señor Ueno -. Si se firman contratos de por lo menos siete años, no podrán hacerlo. Al menos no injustificadamente.
   -¿Quién compraría una empresa con....?
   Isaac se interrumpió al notar que Shun lo miraba con frialdad, como si estuviera analizando cada parte de su cuerpo. Isaac tragó saliva sintiéndose incómodo.
   -Señor Kurono, ¿quiere intervenir? – preguntó Isaac.
   -Sólo me gustaría saber si alguien tiene mermelada – dijo Shun con una sonrisa.
   -¿Merme...? ¿Y también le gustaría té y galletas? – murmuró Isaac sarcásticamente.
   -Sí, gracias.
   Mitsumasa esbozó una sonrisa divertida, lo mismo que el señor Ueno y los miembros más viejos de la mesa. Con esa interrupción, Kido volvió a tomar la palabra y esta vez no dejó que Isaac interviniera más. A Kido le importaba la opinión de todos, de otra forma, no habría hecho una mesa directiva; pero él era el presidente y por muy inteligente que fuera Yoshida, no era más que un hombre hambriento de poder. Mitsumasa lo acababa de comprobar.
   Cuando terminó la junta, Kido le pidió a Shun que lo dejara solo un momento. Shun se sintió molesto de ser despachado de esa forma, pero no dudó en aprovechar esa oportunidad. En el despacho de Mitsumasa, se quitó el saco y la corbata, le preguntó a la secretaria la dirección del Hospital No. 10 y decidió ir a dar un paseo.

   Como era de esperarse, el hospital estaba casi repleto. Shun pudo reconocer el olor familiar; enfermedad y muerte. De igual forma, se acercó hasta la recepción y preguntó por Hyoga. La recepcionista le dijo que el doctor Kido estaba en el área geriátrica pero que no podía verlo. Shun hizo una mueca y se sentó en una de las sillas de espera, pero en cuanto la mujer se distrajo, se coló hasta el segundo piso. Nada más dar dos pasos en la zona geriátrica, se topó con Hyoga. El joven médico hablaba con una mujer y su madre. Shun se acercó sin titubear.
   -¡Hola! – saludó Shun sonriente.
   La mujer, la anciana y Hyoga dieron un respingo, todos por razones diferentes.
   -Kurono... dame un segundo – dijo Hyoga y luego le pidió a la mujer que lo acompañara para firmar los papeles correspondientes para empezar con el nuevo tratamiento.
   -¡Oni! – gritó la anciana.
   -Oi, silencio, mujer – regañó Shun -. No hagas alboroto.
   -¿Vino por mí, señor?
   -No, todavía no.
   -Sería lo más fácil – murmuró la mujer jalando la mano de Shun -. Duele tanto.
   -No funciona así – respondió Shun impasible.
   -A pesar de lo que haga el doctor... voy a morir.
   -Todos se mueren... a pesar de los doctores – dijo Shun soltándose de la mano.
   -Sé que puedes quitarme un poco de dolor. Sólo un poco – suplicó la anciana.
   Shun la miró de soslayo, cualquiera que los viera de lejos, la mirada del joven le hubiera parecido fría e inexpresiva, pero la realidad era que sus ojos eran compasivos y dulces. Con un solo roce en el hombro, Shun alivió un poco el dolor de la anciana.
   -Todavía no – le recordó suavemente antes de dejar de tocar a la anciana.
Hyoga y la mujer regresaron después de hablar sobre los procedimientos que iban a seguir para tratar de aliviar el dolor.
   -¿Por qué molestas a este señor, madre? – regañó la hija suspirando – Discúlpela, por favor.
   -Él es amigo de mi papá – explicó Hyoga -. Su nombres es Shun Kurono. Kurono-san, ellas con mis pacientes favoritas, la señora Kudou y la señora Ishida.
   -¿Tus favoritas? – repitió Shun lentamente.
   La mujer hizo una reverencia y sonrió, luego se inclinó para explicarle a su madre lo que iban a hacer a partir de ahora para detener el dolor de los tumores de su abdomen, pero la anciana no le quitaba la vista a Shun.
   -Kurono-san... ahora estoy un poco ocupado – dijo Hyoga apenado -. Me gustaría pasar el rato contigo, pero justo acabo de terminar mi hora de descanso.
   -Ya veo – respondió Shun mordiéndose el labio inferior -. Pensé que podríamos ir a tomar café.
   -Lo lamento, Kurono-san – se disculpó Hyoga otra vez.
   -Sí, entiendo – dijo Shun tranquilamente -. No quería molestar. Nos veremos pronto.
   Shun esbozó una sonrisa y sin decir nada más, se dio la vuelta y se alejó. Hyoga resopló dándose por vencido, algo definitivamente no encajaba. Hyoga trató de sacarse de la cabeza a Shun y dedicarse a su trabajo.
   -Kido-sensei. Ese amigo suyo... quizá no sea un amigo – advirtió la anciana Ishida mientras Hyoga la recostaba en la cama.
   -Lo sé. No es mi amigo, Ishida-san – aseguró Hyoga sonriendo pero sin salir de su asombro.
   Dejó el tema y le explicó nuevamente a la anciana lo que haría. Al menos con el sueño, la pobre mujer dejaría de sentir esos molestos dolores abdominales.
   Mientras Hyoga caminaba por los pasillos con aire meditabundo, Shiryu se acercó a él sacándolo de su ensoñación con un chasquido de dedos.
   -Me dijeron las enfermeras que un chico muy guapo vino a visitarte.
   -Es el hombre que llevó papá ayer en la noche – le explicó Hyoga girando los ojos.
   -¿Estás seguro de que es la misma persona? Quizá sólo se parecen.
   -No, Shiryu – afirmó Hyoga frunciendo el ceño -. No podría confundirme, no con él.
   Shiryu se encogió de hombros sin darle más importancia y se despidió de Hyoga para seguir con su trabajo. Hyoga también siguió a lo suyo aunque cada momento volvía a pensar en la sonrisa de Shun. ¿Podría volver a ver esa sonrisa tan tímida y sincera?

 Conoce a Shun KuronoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora