Mientras la niña esperaba agazapada en el oscuro ascensor, se cerró la puerta automáticamente. Por un momento no supo si dejarla así o no, decidió dejarla abierta para poder vigilar el aparcamiento. Pulsó el botón de apertura y atrancó la puerta con los trozos de fluorescente que había por el suelo.
El aparcamiento tenía el silencio de una cueva. De vez en cuando se oían los movimientos de algún coche entrando o saliendo, la reverberación de las puertas al cerrarse, rebotando entre el suelo y el techo bajo.
Entonces apareció una mujer andando cargada de bolsas, se dirigía hacia donde estaba la niña, pero aún estaba lejos. Al llegar a cierta altura cambió de dirección y pulsó un mando a distancia que seguramente llevaba en la mano. Las luces de un coche parpadearon y se oyó un bip electrónico. La niña se tensó, mientras permanecía en cuclillas apoyó las segundas falanges de las manos en el suelo como si fuera un chimpancé, pero con la intención de un atleta a punto de comenzar la carrera. Rápida como un animal salvaje salió corriendo agachada del ascensor y se fue desplazando por el espacio que había entre los coches aparcados y la pared. Iba descalza, no hacía ni el más mínimo ruido.
La mujer había abierto la puerta del conductor, tirado dentro un bolso y se había ido a la parte de detrás a dejar las demás bolsas en el maletero. La niña llegó justo hasta el coche que estaba junto al de la mujer. Esperó un segundo a que tuviera la cabeza bien dentro del maletero y se escabulló en el interior por la puerta abierta, casi sin tocarla. Se acurrucó detrás del asiento del conductor hecha un ovillo. En la oscuridad era prácticamente invisible.
La mujer cerró el maletero, se subió al coche y cerró la puerta. Mientras metía la tarjeta de arranque en la ranura sintió algo, una presencia, aunque no sabía que la niña estaba allí. Se le erizaron los pelos de la nuca, pero no quiso ceder al miedo. Arrancó, encendió la radio y salió del aparcamiento.
Después de callejear un rato, salió a una carretera secundaria que le llevaría hasta el pueblo de al lado, donde estaba su casa. Era noche cerrada, no había luna, cuando las luces de la ciudad quedaron atrás, sólo los faros del coche rompían la oscuridad a su alrededor.
La niña sintió que era el momento de salir de su escondite, se incorporó lentamente, en absoluto silencio y se sentó en el centro del asiento trasero.
La mujer iba conduciendo atenta al brillo de los ojos de algunos animalillos que se movían cerca de la carretera, no quería atropellar a ninguno por accidente. De vez en cuando miraba por el espejo retrovisor como parte del acto reflejo de conducir, pero esta vez, cuando miró el espejo rectangular, en vez de la negrura de la noche dejada atrás por su coche, la vio a ella sentada inmóvil mirándola fijamente. La niña se levantó muy despacio acercándose al asiento de la mujer centímetro a centímetro. En cuanto comenzó a moverse, la mujer empezó a gritar histéricamente, abrió la puerta con el coche en marcha e intentó saltar sin dejar de gritar, pero el cinturón de seguridad se lo impidió. Mientras intentaba soltar el cinturón, volvió un segundo la vista y se encontró a la niña tan cerca, casi encima de ella, que pudo oler su olor a pelo quemado. La niña, en un gesto instantáneo, agarró la cara de la mujer con la mano. Era una mano pequeña, apenas abarcaba la distancia entre los dos ojos de la mujer, pero apretaba con tanta fuerza que la mujer tuvo claro que le sacaría los ojos si no se la quitaba de encima.
Para entonces ya había soltado el volante y los pedales y el coche iba derivando poco a poco hacia fuera de la carretera. La rueda delantera se salió por fin y comenzó a traquetear entre los matojos y la tierra que bordeaban aquella ruta. El resto del coche siguió de inmediato la trayectoria de la primera rueda y en un par de segundos el coche saltaba violentamente campo a través.
Ocurrieron varias cosas a la vez, la mujer consiguió liberar el cinturón y salió despedida por la puerta, la rueda trasera le pasó por encima de las piernas mientras rodaba por la tierra, la niña aunque estaba agarrada a los asientos, rebotaba por el interior del coche golpeándose con el techo y los reposacabezas y el coche, tras un violento salto, acabó girando sobre sí mismo y dio varias vueltas de campana.
Entonces se hizo el silencio.