El Día

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Salí de casa y fui corriendo a buscarla. Ayer la dejé dormida en su cama después de sacarla de casa cuando su padre se volvió loco. Pensé que no debería ir a clase hoy, no como estaba, así que cuando llegué a su casa, ni me molesté en llamar.

La puerta estaba ligeramente abierta y cuando la empujé, la vi colocando su mochila, a punto de llorar. Corrí a darle un abrazo, y ella  me respondió con un beso en la mejilla, fuerte, pero que le sirvió para desahogar todo el sufrimiento que llevaba dentro.
Nos quedamos toda la mañana de aquel viernes en su casa, viendo una película bajo una manta, con palomitas. Intenté hacerla reír, hacerla feliz y que olvidase todo lo malo que le había pasado, pero no lo conseguí plenamente.

Entonces se me ocurrió la peor idea que pude haber tenido... Nuestro grupo, con el que salíamos, habían quedado esa noche para ir a dar una vuelta y beber. Ya habíamos salido con ellos, pero ella nunca bebía. La pregunté si le apetecía ir y aceptó, algo que me pareció extraño. Me imaginé que la tendría que convencer, pero no fue así.

Salimos de su casa después de que se arreglara y la llevé a comer a un restaurante cerca del ayuntamiento. Nos lo pasamos bien, o eso creo. Compartimos risas, abrazos, besos... No puedo negar que cada día que pasaba me enamoraba más de ella. Entonces volvimos a su casa. Me dijo que se tenía que arreglar para salir y que la esperase en la calle, y eso hice. No tardó mucho en salir, no comparado con otras veces que la tenía que esperar. 

Sin embargo, cuando abrió la puerta no parecía ella. Estaba espectacular. Se había rizado el pelo como a mí me gustaba, y se había maquillado lo justo como para resaltar aún más lo guapa que era. Me abrazó muy fuerte cuando salió. Se había echado un perfume que olía genial, a vainilla, o quizás era una mezcla de varias esencias.

Fuimos dados de la mano hasta donde habíamos quedado con nuestro grupo, una parte del descampado que estaba junto a la carretera que entraba en el pueblo.

Algunos amigos ya habían empezado a beber, y otros ya estaban borrachos.

No era mucho más tarde de las 9 pero el sol ya se había escondido y, aunque las farolas estaban encendidas, no había demasiada luz. Los coches pasaban muy deprisa y los gritos de nuestros amigos se podían oír hasta en la ciudad, a pesar de estar algo alejados de ella. No había muchos que quedaban sin beber, pero estuvimos hablando con ellos, de las clases, de novias y no sé, de algo más pero no me acuerdo.

Lo siguiente que puedo contar, es cuando la convencí para beber. La dije que iba a olvidarse de todo por un momento, que no le iba a importar que no le prestasen atención ni que su padre le pegase. No quería beber, me advertía que se le subía demasiado deprisa el alcohol, que se emborrachaba fácilmente. Pero yo insistí, insensato. No dejé de asegurarla que le iba a sentar bien hasta que empezó a beber. No tardó mucho en acabarse el primer vaso de whisky, y pidió más. Parecía que la gustaba aquello, y yo me alegraba por ella.
Pude ver que se olvidaba del infierno que ahora estaba instalado en su vida, y que empezaba a disfrutar poco a poco de lo que hacía.

Pero duró poco. Tras un par de vasos o tres empezó a bajarle el ánimo. Empezó a llorar, a gritar y a maldecir a sus padres, a su vida en general. Sacó todo lo malo que llevaba dentro,  lo que había aguantado por miedo a decirlo frente a su padre. Pude ver el sufrimiento que llevaba dentro, que la había consumido hasta el punto de llegar a formar parte de su realidad. Y había explotado. La forma con la que creía que se iba a divertir se había convertido en el desahogo que necesitaba. Supuse que aquello también era bueno, así que la dejé gritar en aquel rincón.

Pero entonces fue cuando se complicó la noche. Íbamos todos los del grupo bebidos, sin saber hacia donde íbamos, perdiendo el equilibrio con cada paso que dábamos. Y fue cuando la vi; Miraba fijamente hacia el final de la carretera, con las lágrimas en los ojos y difícilmente de pie. Fui a verla, pero tardé demasiado; me tambaleaba mientras me acercaba a ella.

Entonces me miró. Y no vi en ella tristeza, enfado o rabia. Vi desesperación, ganas de que todo esto acabase. Y en ese momento comprendí lo que quería hacer. Apreté el paso todo lo que pude, pero no fue suficiente. En el horizonte aparecieron dos luces, las luces de los focos de un coche. Entonces pensaste que ese era tu momento; avanzaste despacio, con precaución hasta la mitad de la carretera y esperaste.

Te grité, grité que no lo hicieses, que salieses de ahí, que todo se iba a arreglar. Pero no me escuchaste. Ni siquiera te dignaste a mirarme por última vez. Tan solo esperaste a que el coche te llevase por delante. "Tal vez tuviste suerte" pensé al ver que el que conducía el coche estaba distraído, hablando por el móvil sin prestar atención a la hermosa pero desesperada chica que ayudó a suicidarse.

Cuando te llevamos al hospital no me dieron oportunidad alguna para verte. Me dijeron que era casi imposible que te recuperase. Entonces ahí comprendí que... que mi vida había muerto contigo.

Sin Tí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora