Capítulo 7: ''Amigos en malos momentos.''

15 0 0
                                    

Desperté.

Al principio lo único que vi fue el techo blanco de una habitación enfermiza, con aparatos de medicina y con olor a muerte. Estaba en un hospital. Me encontraba en un camilla completamente incómoda y mi ropa había desaparecido para dejarme una bata blanca en su lugar, con una cobija que parecía hecha de papel para abrigarme.

Me estremecí. No era un buen lugar para pasar el rato, y aunque yo parecía estar de maravilla me sentí un poco desalentado. No fue hasta que empecé a recordar los acontecimientos que habían pasado antes de llegar hasta aquí que ya no estuve tan bien como lo había creído en un principio.

-¿Thomas? -Dijo una voz grave, que podría reconocer en cualquier parte. -Veo que has despertado.

-¿Qué haces en Miami, papá? -Fue lo único que se me ocurrió preguntar. Todo me estaba resultando borroso e irreal, así que mejor empezaba por cosas pequeñas. Lento y seguro.

-Hijo, me sorprende que después de todo lo que ha pasado pienses en preguntarme algo como eso.

-¿Qué quieres decir? ¿Qué tanto ha pasado? -Mi voz se quebró en la ultima frase. No pude evitarlo.

William Jill estaba de pie frente a un sofá gastado y viejo, dentro de la habitación del hospital. Se veía terrible, sin lugar a dudas. Su cabello igual al mío estaba despeinado, su ropa arrugada como si hubiera estado durmiendo sobre ella, sus ojos hundidos tras bolsas oscuras y marcadas. Hasta había un rastro de barba de tres días sin afeitar. Él nunca era así.

-Ven aquí. -Dijo, y me acerqué a él. Tenía mucho tiempo sin abrazar a mi padre, porque era eso a lo que se refería, a abrazarlo. Tanto tiempo, que no recordaba la última vez que eso había sucedido.

Y algo muy malo tenía que haber sucedido para que él me estuviera pidiendo un abrazo, muy malo.

Sus brazos me rodearon fraternalmente, y eso fue suficiente para calmar mi nerviosismo. Había olvidado que un abrazo de mi padre era tan tranquilizador como el silencio luego de una acalorada discusión. Pero, aún así, estaba un tanto preocupado. La verdad, de lo poco que recordaba me daba miedo, quería que nada de ello fuese verdad y que mi padre desmintiera todas esas alucinaciones.

-Thomas, no estamos en Miami. Volvimos a New York cuando podimos. Estabas muy mal con todo lo de tu madre. -Él se sentó cuando nos separamos.

-¿Cómo es posible que este en New York y no recuerde nada de lo del viaje de regreso hasta aquí? -Me senté a su lado, el sillón frío gracias al aire acondicionado.

-Es algo complicado. Pero ahora tengo que preguntarte como te sientes en verdad, dime la verdad.

Guardé silencio. ¿Cómo me sentía? Abrumado, cansado, preocupado, nervioso. Nada había cambiado, pero ahora nada más me cabía en la cabeza que todo este espacio vacío que dejaba la oscuridad una vez que salías nuevamente de ella. Una vez que sobrevivías. Y no quería preocupar a mi padre al respecto, así que le dije la verdad a medias.

-Asustado.

-¿Asustado, nada más?

-Sí, asustado.

Respiré profundo y me abracé a mí mismo. Mi padre me miraba tras sus gafas con preocupación. Quien sabe que estuviese preguntándose al respecto, pero yo nada podía hacer. Sólo debía dejar que sacara sus propias conclusiones.

-¿Podrías decirme que fue lo que me pasó?

-Otra vez te alejaste, Thomas. Por eso a tu madre le preocupaba que fueras a Miami. Te alejaste de tu cerebro, por así decirlo. Te perdiste. Vas a ese lugar en tu zona de confort donde nadie, absolutamente nadie puede penetrar. No veías así tuvieras los ojos abiertos, no hablabas, no escuchabas, no comías... Nada. Sarah se dio cuenta de que estabas mal otra vez y llamó a emergencias. Quién sabía que podía llegarte a pasar, podías haber tenido un colapso cerebral.

Morir Es Una PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora