Prólogo

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El frío se colaba entre mis huesos mientras caminaba por la nieve. Mi madre bien me había dicho que nunca cruzara a medianoche por la única carretera abandonada que había en nuestra ciudad, pero como yo era un cabeza dura no le había hecho mucho caso que digamos.

Tenía que encontrar alguna estación o gasolinera que estuviera cerca para reparar mi camioneta Jeep. No sabía si había sido una falla del motor o si simplemente era el carburador molestando de nuevo, y ahora estaba atrapado completamente solo en medio de la nada. Pero era importante no perder la esperanza, al menos, esa era otra de las cosas que tanto me había repetido Anabelle.

-Mira el lado bueno. –Me dije a mí mismo. –Luke no está aquí para burlarse de ti por ser un terco.

Me aferré a mi chaqueta de cuero como si mi vida dependiese de ello. Odiaba el frío con mi alma. El invierno era la peor estación del año para mí, no soportaba que las articulaciones se me entumecieran y que los ojos me picaran a causa de la nieve, y lo peor de todo era que estaba nevando. Ya se darán cuenta de mi suerte, una muy pésima suerte de mierda.

Caminé unos metros lejos de la camioneta. No esperaba que se robaran nada, por supuesto, ya que no había nadie aquí que se quisiera robar algo mío. No creía que alguien tuviera las agallas para salir en medio de la noche y entre el frío de la nieve para robarse una simple camioneta, esa persona tendría que estar totalmente loca. Y qué cosas de la vida, ahora me encontraba pensando como lo haría Luke.

-Ayuda, por favor. –Una voz llenó mis oídos y me hizo detenerme en seco. Al principio creí que me lo había imaginado, pero luego, al ver un bulto marrón arrojado sobre la nieve blanca, sabía que era la realidad.

Estaba a tan solo unos metros de mí, casi no se movía, es como si se hubiera dado cuenta de un momento a otro que pedir ayuda no le serviría de nada, porque solo unos instantes después volví a escuchar la voz débil proveniente de ese bulto.

-Ayúdame, te lo suplico.

Corrí hacia allí. No podía dejar a alguien morir en la nieve en medio de la nada, y a pesar de que yo era por completo inservible en estos momentos, tampoco podía permitir que muriera solo. Eso sería lo más horrendo que alguien pudiera cometer. Después de todo, había escuchado su voz, y por lo tanto, tenía que ir a socorrerlo. No solo podía hacerme de oídos sordos y luego irme, yo nunca haría algo como eso.

Olvidé el asunto de la gasolinera, o siquiera de llegar a algún lugar con techo y estar a salvo. Solo quería ayudar a esa persona que estaba revuelta entre unas mantas sucias, manchadas, de hecho. Me acerqué, y pude ver a una pequeña chica de ojos marrones asustadizos y llenos de dolor.

Ella se calló por un momento, viéndome atentamente con una expresión de desespero en su rostro. Abrió la boca para hablar, y sin dudarlo dos veces tomé eso como una señal para examinarla, tenía que hacerlo cuanto antes, el clima podía empeorar su estado si no la llevaba a mi camioneta para salvarla. Pero me di cuenta de que su caso estaba mucho más allá de un intento de salvación.

-Tranquila, no pasa nada. –La alenté con vacilación. Una mancha roja se extendía por su ropa desde un punto, y manchaba el puro color blanco de la nieve para convertirla en un tono rojizo sangre. Y me asusté. No sabía cómo curarme una herida a mí mismo, y mucho menos cómo curar a otra persona.

La recogí en mis brazos, la única otra forma que conocía para retener el calor, aparte de darle mi cazadora. Ella estaba tan fría que casi pensé que ya era un cadáver, y solo había venido a mí para darme el susto de mi vida. Pero no era así, ella estaba tan viva como la sangre en sus mejillas, y como la que seguía cayendo a chorros desde su herida.

-¿Quién te hizo esto? –Pregunté con mis labios temblorosos. Ella sólo me observó, y de verdad me desagradó la idea de que me mirara como si yo fuera su salvación, porque no lo era. Ni nadie más lo sería. -¿Recuerdas cómo te heriste?

-Eres un ángel. –Las palabras salieron de su boca casi en un susurro. Negué con la cabeza, aunque no podría detener los delirios de una malherida. –Has venido a salvarme.

Volví a negar. Ella sonrió.

Era hermosa, eso no lo había notado. Su cabello castaño rizado caía con delicadeza sobre la nieve, logrando que pareciera una joven de película; sus ojos estaban levemente achinados a gracia de su sonrisa, sus pómulos eran delicados y tenían un maravilloso rubor rosado. Y su boca, era de verdad la pieza más hermosa de su rostro, con ese tono rojo, pero sin estar realmente maquillada con lápiz labial. Era una belleza natural.

Casi pude vomitar. Una chica tan linda como ella estando a punto de morir, casi en la empinada colina de la muerte, solo para caer hacia el olvido. Cerré mis ojos con dolor, para volver a abrirlos y admirar su belleza una vez más.

-Mira tu cabello. –Dijo. –Es tan blanco como todo esto, combina perfecto con la nieve. Es maravilloso.

Mis manos empezaron a temblar, no estaba para nada preparado. No estaba preparado para dejar morir a una mujer en mis brazos, ni nunca lo estaría. Y así fuese una mujer desconocida, era de todas formas alguien que no merecía morir aún, lo notaba en su rostro angelical. Decidí que era mejor llevarla a la camioneta para tratar de hacer algo al menos.

-Sujétate de mi cuello, puedes hacerlo. Te llevaré a la camioneta e iremos al hospital, estarás a salvo.

Pero cuando intenté levantarla, ella se negó. Su cabeza se movió de un lado a otro, casi diciéndome que no tenía salvación alguna, y que más bien ella quería que esto pasara.

-Ángel mío, nunca hagas la promesa de morir.

Sentí como su cuerpo se relajaba al tiempo que perdía toda su fuerza, y su piel se heló más de lo que ya estaba. Solo podía admirarla y pensar, ¿Qué habría querido decirme con eso? 

Morir Es Una PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora