Tengo el manuscrito en mis manos y lo primero que me llama la atención es la ilustración de la portada. Evoca primavera, explosión de vida. El verde de las hojas me lleva a pensar en brotes nuevos. El colorido del escarabajo habla de contrastes y de una extraña belleza que recubre un interior desconocido.
Pero, ¿qué hay dentro de este libro, encuadernado con dos gruesas grapas, que su propietario me acaba de tender con cierta timidez? Intuyo lo que contiene porque antes yo me vi en una situación se- mejante, por eso sé que los sentimientos habitan sus páginas. Casi puedo sentirlo palpitar entre mis dedos.
—No sé si te gustará... —me advierte, expectante.
Levanto la vista y me encuentro con sus ojos. El impacto de su mirada profunda y vivaz me hace retroceder en el tiempo y descubro en ella al niño al que vi crecer y que hace años había perdido de vista. Me sor- prendo y no sé muy bien por qué. Los años han pasado para todos. Tal vez acabo de ver en su rostro a aquel abuelo alto como él, y de gran co- razón, seguramente también como él, que se marchó antes de tiempo.
Eso pienso llevada por mi vena romántica. Pero estamos a otra cosa...
El libro.
Lo vuelvo a mirar y lo abro al azar. Leo unos versos y siento que hay mucho amor dentro. Sigo hojeando y veo la soledad. Lo cierro. La poesía hay que descubrirla a solas y luego tal vez, solo tal vez, compartirla.
Más tarde, cuando me encierro en mi mundo, con un vaso de té negro y la mente abierta a la aventura, abro La piel del escarabajo y me dejo llevar por la poesía.
Sí, poesía.
El libro empieza a hablar y me cuenta muchas cosas de Jorge, por- que el autor siempre deja entre las páginas un poco, o tal vez mucho, de su esencia. La esencia de Jorge está hecha de optimismo, de recuerdos, de familia, de un amor que no llegó a ser eterno. También de compromiso con el mundo y de amor incondicional del que perdura. Me descubre a un hombre joven, reflexivo y autocrítico que busca la justicia y asume su fracaso preguntándose: «¿Somos sordos de conciencia o es nuestra voz interior muda?».
Eso es lo que me cuenta el libro.
Lo que cuenta Jorge, en una secuencia de poemas cortos, de versos sueltos que parecen otar en la enormidad de la página blanca, son casi «lágrimas que caen como goteras a través de una sura en el alma». Así parece sentirlo él desde ese aislamiento creativo donde se ha refugiado para vaciar el corazón; y, una vez vertido, sentirlo tan frágil, tan vulnerable...
«Qué frágil debió
sentirse el escarabajo
para cargarse a la espalda con tan pesada armadura».
La piel del escarabajo, como una coraza defensora, envuelve la poesía de Jorge y nos la entrega así, protegida, en su delicada estructura de versos pensados para pensar.
Se presiente la soledad asumida del autor en cada línea, se palpa una dudosa esperanza en los largos espacios que deja de un pensamiento a otro, invitando al lector a dejarse llevar a ese lugar que habita, y a prestar el oído y el corazón para empaparse con esa luz tenue que se adivina en el hogar al que siempre se vuelve.
Hogar y patria
El lugar al que pertenece, donde el padre y la madre, con la sonrisa siempre dispuesta, avivan la llama que ilumina el hogar para poner calidez y abrigo a los que aman. Las puertas de esa patria están abiertas siempre para los hijos que ya volaron, pero que van y vienen a traer abrazos, a escuchar consejos, a intercambiar amor.
Hace tiempo que Jorge aprendió a escuchar y a ver la vida desde ese silencio donde se refugian los poetas para mirar el mundo. Uno más que se agarra a la imaginaria soga para tirar con fuerza e intentar ponerlo en pie antes de que se derrumbe. La palabra es la herramienta. Mientras haya un oído que escuche, valdrá la pena.
Cierro el libro y, sobrecogida aún por la lectura de ese último verso que no sé si me hunde o me agita, si me susurra, me grita, o solamente me advierte: «La vida ocurre», vuelvo a mirar la cubierta.
Brotes frescos. Primavera. Luz. Color.
¿Qué he encontrado tras La piel del escarabajo?
Un nuevo poeta. Un alma sensible con caparazón de hierro.
Carmen Manzaneque
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La piel del escarabajo
Poetry"En algún momento debió de sentirse frágil y convirtió sus alas en córneas impenetrables, en élitros con los que protegerse de un peligro que, no se sabe si real o imaginario, le llevó a renunciar a las bondades de la piel. Pero, ¿es acaso ese...