Brianne

66 1 0
                                    

1858;  Suburbios de Londres, Inglaterra

“Muñequita de dar,

Muñequita de quitar

Acércate esta noche

Que te voy a agasajar

Suspiro de luna,

Tiempo de partir.

Te muestro solo una,

Hoy te vas a divertir.

Es la hora de llegar

No me dejes marchar

Como una buena niña

Me he de portar

Muñequita de dar,

Muñequita de quitar.

Acércate esta noche

Que te voy a agasajar.”

La dulce melodía de la canción se asemejaba al canto de un ángel. Era como una tenue luz de esperanza que escapaba de los callejones de aquél horripilante lugar.

 Salía de los pequeños labios de una desgraciada niña. El color azulón oscuro de estos era consecuencia  del frio que la noche de invierno trajo consigo; parecían temblar mientras se movían al cantar. Su delicado cabello rubio como el sol del medio día, ahora estaba empapado por la incesante lluvia que arreciaba las calles. No tendría más de diez años la criatura y parecía buscar el calor que le faltaba en los alegres versos que salían de su boca. Las notas continuaron recorriendo los húmedos y sombríos callejones  del lugar; hasta que se toparon con un oído que se interesó en ellos…

_ Pequeña, ¿qué haces en un sitio como este sola? Es muy tarde, tu madre ha de estar buscándote.

Se trataba de un caballero bien posicionado, o al menos eso se podía vislumbrar de sus caros ropajes. Una casaca color azabache que arropaba una camisa de seda en ton marfil y unos pantalones hechos a medida del mismo tono que la capote, culminaba en un sombrero de copa. Portaba en la mano un paraguas grisáceo, rematado en una empuñadura de madera de nogal e incrustaciones de hueso y en su habla, desprendía un marcado acento francés.

_ ¿Cómo te llamas?-volvió a insistir el hombre ante el silencio de la chiquilla-

_ Brianne -dijo ella con la voz algo temblorosa-

_ No tengas miedo pequeña damita.-contestó en tono amable mientras la guarecía bajo su paraguas- Mi nombre es Jean Girardon.  ¿Estás perdida? ¿Dónde está tu madre?

_ Mi madre se fue hace dos inviernos señor, ahora solo estoy yo y mi padre, pero ahora se ha ido a dormir con la señorita Stella-dijo ella mientras señalaba a la entrada de un ruinoso local de mala moral- Me ha dicho que me recogerá aquí, así que lo estoy esperando.

_Estás pálida, déjame acompañarte a mi carruaje, así no te mojarás. Me quedaré contigo hasta que venga tu padre. Podemos comer algo.

_ Muchas gracias señor.-dijo Brianne, mientras que con una dulce sonrisa prosiguió hablando- Hace días que no me llevo algo a la boca.

La noche no parecía dar tregua, el agua apretaba más y más. El encapotado y la cría pasearon guarecidos por la fina tela del paraguas entre vagabundos, prostitutas y miseria. En las estrechas calles se podían sentir el gentío en las tabernas de mala muerte, las peleas entre borrachos, y los mentirosos gritos de placer de las concubinas de una noche ante sus inocentes clientes, aquellos que creen ser amados por una mujer que les roba su cartera mientras ellos empujan como cochinos. El olor era nauseabundo, las cubetas con los excrementos eran arrojadas a las calles para que se perdieran entre el agua de lluvia en invierno, o se secaran al sol en la época de estío. Al fondo de la calle se podía vislumbrar una majestuosa carreta tirada por caballos; cuatro grandes bestias de color tordo.

Relato CortoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora