Tabaco y menta

1.2K 109 21
                                    

Edificio tres, segundo piso, departamento cinco, viejos y descarapelados muros color gris. Las cortinas de aquel cuarto se tambalean en movimientos bruscos, pues el chico rubio ha olvidado cerrar la ventana.

Fuertes y heladas ráfagas de viento se adentran en su cuarto arremolinando a su paso envolturas de comida y las páginas de un libro abierto.

Se puede vislumbrar en la lejanía un pedazo de lo que es hoy el cielo; tonos grises y matices negras ciñen las nubes que en cualquier momento se dejarían romper en una cortina de agua fría. El ambiente del barrio luce más oscuro y solitario que de costumbre. No era de extrañarse, incluso amanecer luce como una pintura triste.

El viento trae consigo el aroma de la calle. Tragos de alcohol, cigarrillos, una pizca de menta y, piedad, le ruega a su asfixiante y genuino deseo. El recuerdo de su rostro llena su cabeza: semblante dulce, ojos color almendra que, apacibles lo miran; impregnan en lo profundo de su ser el querer hacer realidad sus más insanos deseos.
Su mente divaga en el extasis que le provoca dibujar las mejores partes de su cuerpo a base de recuerdos. El vaivén de sus caderas, la curva de sus pechos. Ah, ni se diga, el blanco de sus piernas y la suavidad de su piel. Y sus labios, sus labios, ¡si tan solo pudiera besarlos otra vez!

Desconoce que diría Uraraka al escuchar de la boca de Katsuki las mil y un maneras en que este la ha profanado. Las incontables veces que la ha desnudado en sus pensamientos, deleite personal. Cual manzana de Adán y Eva es tallarla en sus sueños a su merced; vulnerable, siendo reconfortada por las frías manos de él. Si tan solo fuera real.

Dichosa fantasía eterno delirio. Aviva el recuerdo de aquel primer beso con la llama de sus casi nulas esperanzas. Se repudia a si mismo. Miserable soñador de relatos eróticos inexistentes. Que imaginación la suya. Es patético, admite casi siempre. Y es que, ¿por qué limitarse a fantasear? Para él nada es imposible. Lo que quiere lo obtiene. No obstante, por mas que a ella la quiera, no la tiene. Aquella mujer que yace ajena a los sueños de un rubio confundido, jamás accedería a quebrantar sus principios para apagar aquella sed que arde como fuego en el pecho de este.

Su cama fiel testigo de sus largas noches de insomnio. Su almohada, confidente de muchas historias que involucran una única e irremplazable protagonista. Entre cuatro paredes, se esconde aquel nombre que entre murmullos y gruñidos se escupe: Uraraka. ¿Qué fue tan bueno para él que le permite arrinconarlo en la miseria del placer? ¿tan agradable fue qué no lo olvida? Fue un beso. Un beso y tan absurda la manera en que se dio. Que bajeza la de darse el lujo de pensar en alguien que no fuese él mismo cuando apenas hace unas semanas solo importaba su infinito orgullo.

Egocéntrico, presumido, siempre superior a los demás; ese era él frente a todos, sin excepciones, ese era. Que hilarante, pues tras bastidores, al caer la noche, con la nueva cara de la moneda a pie, se desconocía. Se sentía perdido. Las palabras nunca eran suficientes para describir cuan desorientado estaba por las sofocantes emociones que parecían no culminar. Lo que a ciencia cierta reconocía es que no había amor de por medio. Bastante claro quedaba que sus intenciones con aquella chica eran insultantes. Deseo meramente sexual.

¿Por qué? ¿y por qué no? Después de todo, era un humano. También sentía, erraba, y pecaba. Inmundo pecador. ¿Qué tanta culpa tiene él? Si lo pasado, de una estúpida manera se dió. Inevitable fue. Tabaco y menta. De vuelta a aquel día. Tabaco y menta. El recuerdo surge, como si hubiese sido apenas ayer. Así ha sido por mucho tiempo. Proyecta las imágenes en la penumbra de la noche. Una maraña de sensaciones sin final. Todo se vuelve claro, es como estar de vuelta ahí. El licor, la comida rápida. El pastel sobre la acera. Cajas de cigarro, Urakaka con su agua de menta. El cumpleaños número dieciocho de Katsuki. Como si la multitud reviviese, parada a su costado, gritan. Las voces se reproducen tal cual. No haberse negado al aclamado beso entre ellos dos fue el error.

¡Que vehemente deleite era el contacto de sus bocas, que cálido regocijo rodear sus cuerpos en un violento abrazo!

Fríos labios sabor tabaco. Cálidos labios sabor a menta. Eran como cazador y presa. Un insano deseo estaba naciendo en la inocente acción que representa un beso. La unión de dos bocas el roce de dos paladares. Una pizca de endulzante metálico. No había tacto en ese beso: ¡era apasionado, feroz!

Era ridículamente bueno para él. Demasiado. Que atrocidad, que deseo mas perverso surgió. Mordió la manzana. No fue un simple beso, mas allá del acto, se esconden dobles intenciones. Quizá es tonto el motivo de su obsesión, y aún así, nadie puede juzgar su posición pues, en carne y hueso fue él quien lo vivió. Su primera chica. Que gran mujer, diferente a cualquier otra. Pura e inocente.

Así que, comenzó a soñarla. No fue solo ese día, también fueron los siguientes. Aún molesto por haberlo disfrutado, la desnudó. Ella nunca lo sabría, pero ese era su castigo. Naufragó en sus recuerdos y buscó el mejor ángulo de su cuerpo, la mas bondadosa vista de sus pechos. Recreó la textura de su piel. Jura, con la mano en el corazón, que puede oler los polvos sabor cereza que desprende siempre, jura incluso a ciegas, que la puede ver, clara como el agua, en la soledad de sus desvelos.

Y, no fue solo ese día, también fueron los siguientes.

Uraraka, pobre y tonta al ser la presa, que con ojos de amor a él le mira, que con fidelidad lo admira y con gustoso encanto espera del chico algo de compasión. Pobre es la presa. En cambio, astuto como zorro, pecador es el cazador, que de ella no espera nada mas que su profanación.

Tabaco y mentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora