Cero

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Nunca nadie dolió tanto. Y necesitaba desahogarme. De ti. Porque, a veces, me ahogas.

A punto de asfixiarme, sintiendo como mis pulmones quedan inundados. Cuando estoy a punto de hacerlo, apareces con un soplo de oxígeno que me hace creer que tendré la fuerza suficiente para impulsarme. Que me hace creer que me ayudarás a llegar a la superficie.

Tonta de mí.

Mientras que con una de tus manos agarras la mía, con la otra me atas los pies.

Como si no te importara en absoluto ahogarme. Como si no me importara a mí aprender a respirar bajo el agua.

Porque siempre estuve dispuesta a todo por ti.

Porque siempre quise aferrarme antes que dejarte ir. Porque nunca me dejaste que lo hiciera y preferiste dejarme atada a dejarme libre.

Y vuelta a empezar.

Siento que me quemo. Prendes un mechero al vacío y en ese vacío me encuentro yo. Pequeña. Insegura. Débil. Y te pido que me salves.

Era lo único que siempre te pedí.

Sálvame.

Acabo prendida.

Y te miro desde abajo, desconsolada, te grito que estoy fundida hasta que me desmonto en cenizas.

Tú solo miras.

Y me recoges.

Me enamoré de ti aún estando muerta. Imagínate si me hubieras dejado algo de vida en vez de arrebatármela del tirón.

Estoy a tu lado. Tú sigues intacto. Al completo. Tan increíble a mis ojos desde el maldito día que te conocí. Tu boca, tus ojos, tu pelo. Impecable.

Yo estoy ahí, chamuscada y con agua en los pulmones.

Y me siento pesada. Y me esfuerzo en sentirte a ti.

Siempre fuimos aparte.

Siempre fuiste más fuerte que yo.

Siempre tuviste la capacidad para destrozarme.

Y yo con la maldita esperanza de que no lo harías.

Pero lo hiciste.

Y yo dormía sola, imaginando todo aquello que me quedaba por darte.

Y tú, regalando besos a quién nunca te dio nada.

Nunca quise aceptarlo. Pero algo de mí lo supo siempre.

Mientras yo te daba vida, tú me la quitabas.

Latiendo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora