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Lola

Estábamos sentados en el sillón de su casa. Sin hablar, sin nada.

Sentía la mirada de Luke sobre mi, sin embargo, yo no hacía más que observar un punto fijo. De repenté, tuve un escalofrío.

—¿Tienes frío? —preguntó —. Puedo traerte un abrigo, si quieres...

—No, no, está bien —lo miré, dedicándole una pequeña sonrisa.

Al verlo allí, sentado, mirándome con una inmensa preocupación en el rostro, no pude sentir nada más que muchísima ternura. Por eso mismo, en un abrir y cerrar se ojos, me acerqué y lo abracé, como por sexta vez en el día.

—Gracias, Luke, en serio —dije, oliendo su perfume. Sí, de ahora en más era mi aroma favorito.

—No tienes que agradecerme —respondió, acariciando mi cabello.

—Sí, tengo que hacerlo —me separé y lo observé —. Estuve enojada contigo por más de una semana por una estupidez, te pateé en las bolas, te dije idiota más de veinte veces, cancelé nuestra cita a último momento y tú, sin embargo, lo único que has hecho fue preocuparte por mí y cuidarme, pero lo peor es que sigo sin entender por qué.

—¿Qué no es obvio? —preguntó, rascando su nuca con nerviosismo.

—¿Qué cosa? —pensé en lo que Cass me había dicho. Quizá existía la posibilidad de que...

—Me gustas, Lola.

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