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Ambos padres se encontraban al fin en casa. La madre llevaba a su hijo en sus brazos mientras el padre les daba el paso para que entraran en su dulce morada. Aurora deseaba que el primer momento de su hijo en casa fuera único, maravilloso. Que los ojos de aquel crío vieran donde se encontraba o que se mantuvieran cerrados, demostrando que estaba descansado y que se sentía tranquilo en su hogar, pero su hijo no podía vivir ninguna de esas dos cosas. Quería susurrarle todo lo que había alrededor. Al menos solo hablarle, y que reconociera la voz de la mujer que lo mantuvo durante nueve meses en su vientre, y que, durante esos nueve meses, aprendió a amarlo aun así no saliera a la luz todavía.

Se la describió de la manera en que ella creía que era más razonable para un bebe y para un ciego.

Un bebe seguro miraría los objetos con bastante claridad, pero bueno, su hijo no era el caso. Su hijo "mirara" donde "mirara", no sabría qué era lo que se encontraba ahí. Ella cogió el valor de explicarle, para ver si en un futuro eso le ayudaría y su hijo podría saber los obstáculos en los que vive.

Seguro en no lo recordaría, pero ella quería decírselo, ayudarlo, explicarle como era la vida, como era todo y nada a la vez. Le susurró al oído la mayoría de las cosas que había en el salón principal.

Un sofá color verde pálido un tanto desgastado por la mudanza, las paredes de color marfil, una lámpara que su luz era blanca como la de una estrella, el piso de madera de roble oscuro, un cuadro con un marco negro y una imagen de ella con su marido en la playa, junto a la casa de los padres de su esposo. Ella con un traje de baño amarillo y rayas blancas, el con una pantaloneta naranja y el torso al descubierto, y una playa llena de varios colores, en la cual la que más resaltaba, era el del mar con su tonalidad aguamarina y que en el fondo parecía tornarse más oscura. Ambos sonreían como los recién casados que eran. Emocionados, exaltados, contentos, enamorados.

Sus sonrisas eran más radiantes que el sol de aquel día.

Una mesa de vidrio, en el que se encontraban varios libros de tonalidades secas y hojas de color hueso y otras con tonalidades amarillas por su antigüedad, y más objetos como dos bolígrafos, unos cuantos papeles importantes, una taza de café a medio tomar apoyada en un plato que tenía la mancha que demostraba el descontrol que había tenido Caroline antes de romper fuente.

Caroline sentía que hijo su en verdad si entendía lo que ella le estaba explicando. A veces hacia ruidos como si estuviera de acuerdo con algo o como si algo de la habitación le hubiera gustado, y eso que aún no había visto su propia habitación.

Su esposo se dio cuenta del desorden y se puso rápido a limpiar todo aquel desastre que había en el salón, mientras que Caroline se dirigió hasta la habitación especial.

Llegaron hasta un pequeño cuarto, el cual estaba perfectamente decorado para un bebe recién nacido que iría creciendo con el tiempo hasta convertirse en un gran niño.

La habitación era blanca, con tonalidades del gris más claro que encontraron, pero el techo, el techo era de azul oscuro que parecía casi negro. El color del espacio, del universo. Estaba lleno de estrellas y planetas, cometas, constelaciones, meteoros y meteoritos, y hasta naves espaciales. Caroline se lo explicó a su niño, le explicó cómo era su habitación mientras se dirigía hasta la cuna de él. Hecha de madera por el propio padre de Caroline, pintada de blanco, con una manta color azul pastel y decorada también con estrellas, pero estas eran de color amarillo. Su pequeño niño que viviría en las estrellas.

La verdad es que a la hora de elegir como decorar la habitación, sus padres querían hacer algo diferente, algo no muy común para la habitación de un niño. Samuel, el esposo de Caroline, quería decorarla como si fuera un bosque. Con árboles, pájaros rondando entre las ramas y las hojas, animales que saltaban y caminaban alrededor de los árboles. Le parecía bastante hermoso, pulcro y tenía un aire de tranquilidad que ayudaría mucho a su hijo, pero Caroline quería el espacio. Desde pequeña ella y su hermano se habían interesado con el espacio, sus historias, su creación y todo lo que guardaba. Todo gracias a su padre, que cada noche les traía una nueva historia a ambos antes de irse a la cama, y sus favoritas eran las que tenían que ver con astronautas, alienígenas, viajes o hasta odiseas espaciales y como alguien salvaba un planeta o incluso el universo entero. Se le hizo un nudo gigante en la garganta y los recuerdos querían ganar y arrasar con su mente para traerle aquel dolor de hace varios meses atrás.

Realidad vista ante los ojos del ser humano o realidad que nos muestran pero que no ha sido vista por todos los seres humanos. Al final lo hicieron por votación, no solo entre ellos dos, sino que también con su familia. Fueron tres votos por bosque, tres por espacio. El hermano de Caroline dio su voto por el espacio, y al final, con una diferencia de un voto, que había sido por parte del padre de Samuel, el espacio triunfó. Al principio los que habían perdido se sentían un poco resignados, pero al final, al ver el trabajo que había creado la hermana de Samuel, quedaron maravillados y encantados completamente.

A la hora de pintar, la hermana de Samuel se prestó felizmente para trabajar. Varios ayudaron, pero ella fue la que más hizo. Quería probar su talento con la pintura, y eso hizo, hasta que al final con esmero y dedicación, pudo crear una gran obra de arte para su sobrino.

Caroline dejó lentamente a su hijo sobre su cuna y los tapó con una manta. El bebé se encontraba cansado, ya que en pequeños intervalos de tiempo entrecerraba los ojos y los volvía a abrir. Estaba muy cansado. Caroline pasó su mano derecha por su cabeza y se la acarició. Después de meses de haberse encontrado en su vientre, su hijo ya había salido a la luz. Ya había salido de su vientre. Luego de acariciarlo, puso su mano donde se encontraban sus ojos, y cerró los ojos. Ella no quería eso, quería que su hijo fuera completamente sano. Que pudiera ver, que la viera a ella y a su esposo. Quería que el niño viera a sus padres, a las personas que le habían dado la vida, y ver en sus rostros amor, cariño, afecto. Quería que él viera aquellas sonrisas que le brindarían. En su interior anhelaba que su hijo al día siguiente pudiera ver. Pero si no era así, ella se juró que no importaba, que igualmente lo amaría y nunca dejaría de hacerlo. Fuera como el fuera, fuese como fuese que tuviera que hacerlo. Le demostraría el amor de una madre, de una madre a su hijo, y le haría saber lo bello que era. Lo bello que era sentir el cariño de una persona, que te protege, te ayuda, que daría su vida por ti. Sentía las mejillas frías por las lágrimas que bajaban lentamente y caían en la cuna de su hijo. Volvió a abrir los ojos y se secó las lágrimas y la mucosidad que salía de su nariz. No quería llorar, pero igualmente lo hizo. Quiso dejar salir ese dolor que tenía por dentro. Se alejó lentamente de su hijo, hasta que salió de la habitación y la cerró, dejando a un bebé en un baño de estrellas.

Afuera, recordó a su hermano.

Recordó aquellas palabras que le había dicho hacía ya varios meses.

- Ámalo por favor. Ámalo como se lo merece. Ámalo por cómo va a ser. Ámalo como jamás nos amaron, y añóralo como jamás nos añoraron.

Y el dolor volvió.

¿Y si llenamos el mundo de estrellas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora