CAPÍTULO IV

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La pulcra habitación color amarillo pálido fue lo primero que pude observar al abrir los ojos. Luego, las punzadas de dolor en mi garganta.

Otra vez esa sensación.
Otra vez respirar dolía.

A mí lado, como a un metro, se encontraba una enfermera que, en cuanto me vio abrir los ojos, preguntó:

—¿Cómo está,señorita Ámbar? 

Después de varios intentos, pude hablar, y responderle que estaba bien, dentro de lo posible. Ella sólo sonrió y comenzó a explicarme lo que había sucedido.

—La inhalación de humo nocivo proveniente de materiales y gases en combustión genera irritación ocular y en toda las mucosas de las vías respiratorias ubicadas en la boca, garganta, laringe, y pulmones...—paró de hablar un momento,me sonrió,quizá esperando una respuesta. Aunque supongo que consciente de que no había entendido absolutamente nada de aquellas palabras. Luego siguió—Cuando el humo nocivo se inhala, los pulmones y vías respiratorias se irritan, inflaman y obstruyen. Los pulmones y las vías respiratorias dañadas generan el no ingreso de oxígeno en la sangre, lo que deriva en una falla respiratoria. Y eso explica tu desmayo.
Mientras la enfermera me explicaba mil cosas diferentes, mi mente sólo pensaba en Annie,Luca y Matías.

¿Dónde estaban? ¿Y cómo se encontraban? ¿Qué había iniciado el fuego? Era demasiado, y aunque mi mente no quería afrontarlo,el fuego había arrasado con todo.

Había gente allí.
Estaban mis amigos allí.
Sentí el escalofrío llegar, al mismo tiempo en que mis voz rasposa y quebrada preguntaba:

—¿Cuántos heridos hay?— y aunque no me atrevía a realizarla, la pregunta en realidad era <<¿hay muertos?>>

La enfermera sonrió con pesar

—Varios. Muchos en las mismas condiciones que tú. Otros en un estado algo peor. Ningún herido de gravedad.
La mayoría logró escapar. Otros, como tú, perdieron el conocimiento y tuvieron que ayudarlos los bomberos. Pero nada grave.

Al escuchar sus palabras, mi pecho se infló con una alegría inimaginable.

¿Había heridos? Sí
¿Había heridos de gran gravedad? No
Y esa era la mejor noticia que había recibido en días.
Cuando pregunté por Luca, Matías y Annie, la enfermera respondió que no podía saberlo con exactitud, pero que creía haber visto en la lista de pacientes a un Luca Dubois. Mismo estado que yo, según sus palabras.

Mi pecho se infló nuevamente con una gratitud terrible hacia esos bomberos.

Por otro lado, me aseguró que buscaría en los registros por Annie McCain, y Matías Devón.
Pero el tiempo siguió pasando.
A la mañana siguiente, un doctor me vino a visitar, y dijo que sólo debía firmar un papel, y tendría el alta médica.

En cuanto salí con el alta médica,me dirigí a la recepción del hospital. Si Luca aún estaba allí, lo visitaría. Y también preguntaría por Annie y Matt.
Si aún estaban. Si alguna vez estuvieron.

La alegría que iba, poco a poco, floreciendo dentro de mí, se apagó en un instante.

La recepcionista aseguraba que no había rastro de ninguno de los chicos.

Pero, si no los había encontrado en la fiesta, cuando aún el fuego no amenazaba con fritarnos. Y no había estado después cuando los bomberos evacuaban. Entonces,¿en dónde se había metido? 

En ese momento mi lamparita se prendió. Di media vuelta y me dirigí nuevamente hacia la recepción.
Esta vez pregunté por Demian Forbes.

Nada. Ni rastro de él tampoco.

Más tarde, en casa, intenté llamar a Annie.
Nadie respondió.
Llamé también a Matt.
Él sí respondió. Estaba bien, había salido de la fiesta antes de que iniciara el fuego, y cuando había ido al hospital a visitarnos, no le habían dejado entrar por no ser un familiar directo.
Luca, por otro lado, estaba bien. Le darían el alta hoy.

Annie seguía desaparecida.

Después de llamar a casa de su madre, y que ésta me asegurara que Annie tampoco se encontraba allí, mi mente estaba agotada.

Decidí tomarme una pequeña siesta, y luego, al despertar, seguiría intentando encontrar a mi amiga.
Después de todo, ella era suficientemente adulta como para valerse por sí misma.
Pero, aunque mi mente quería hacerme creer que todo estaba bien, algo en lo más profundo de mí, como un aleteo, me quemaba con el sabor amargo de la preocupación.
Haría la denuncia. No era normal.

Dulce ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora