Silbido de la libertad

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No recuerdo a mis padres, probablemente ellos tampoco me recuerden; lo que nunca olvidaré es mi primera embarcación La Nadida.

Con unos cinco años, ni humano ni elfo, una combinación aberrante de ambas especies, vendido al circo por unas cuantas piezas de oro. Mi rostro cicatrizado para parecer una bestia, cortes en las mejillas y marcas de fierros en los brazos. Realmente era un espectáculo, un hijo de bestias bizarras de una tierra muy lejana. Por lo menos eso decía el letrero en mi jaula.

Ese día el circo se encontraba en un puerto, hice mi rutina de acrobacias sobre el fuego; los aplausos señalaban la hora de volver a mi celda. Detrás del escenario me esperaban con cadenas, el domador me lanzó a la jaula.

-¡Otra vez te saltaste el final!- Me gritó -En tres días nos presentaremos al gobernante del pueblo, y te quiero ver volar sobre esas llamas, no habrá excusa.- Me amenazó mientras sacaba del balde un trozo de carne cruda y salada -Y si no lo logras serás la cena del maestre y el gobernante.- Se carcajeó mientras me tiraba lo que acostumbraba ser mi comida.

Al día siguiente, por la mañana solía llegar la gente y pagar por ver a las bestias descansar. Recuerdo abrir los ojos y ver el rostro de una mujer, confiada y determinada, con una mirada que podía despedazar un batallón entero. Me miró fijamente, metió su mano en la jaula, acarició mis orejas puntiagudas y rasgadas, examinó mis brazos, miró al guarda que llegó a prohibirle tocarme.


-Quiero a este niño- dijo la mujer.

-Señora, no es un niño, es una bestia de la tierra llamada...-

-No es más bestia que usted o yo- Le interrumpió -Me lo llevo-

-Lo siento pero las atracciones no están en venta-

-No pensaba comprarlo- Lo miró fijamente a los ojos.


El hombre quedó paralizado, el silbido de la mujer rompió el silencio. Ese silbido que ahora me guía y llena de confianza durante el abordaje de los navíos, el que indica que es el momento de la victoria. El mismo silbido que me liberó, es nuestro grito de guerra e inspiración.

En ese momento dos hombres llegaron, uno de ellos dobló los barrotes de acero con sus propias manos, el guarda gritó por refuerzos y unas navajas de aire que creó el segundo hombre le rebanaron la garganta.

Bonn, la capitán, mi primer capitán me agarró entre sus fuertes brazos. Yo no entendía bien lo que ocurría, pero por primera vez sentí el calor del amor que cubría mi cuerpo.


-No importa lo que pase en este mundo de oscuridad, niño; siempre deja que la libertad brille en tu corazón.-


Recuerdo escuchar gritos de los guardas y del personal del circo, yo no dejaba de ver su rostro, el poder de su alma rebosaba su mirada.

Quizá nunca supe lo que era tener un padre o una madre, en la Nadida era el hijo y hermano de la tripulación.

Por primera vez disfrutaba haciendo piruetas en los mástiles, saltando de un lugar a otros El halfling Hoogan me enseñó el arte de la música, con sus flautas y violines bailábamos todas las noches después de cenar.

Las comidas eran deliciosos vegetales sacados del huerto mágico del barco. La alimentación se basaba en los principios de igualdad, por lo que nuestra dieta no incluía bestias o animales, ya que eran almas destinadas a la libertad.

La limpieza era divertida junto al semiorco El Manco Rug, con quien limpiaba la borda por las mañanas. Nunca faltaban los ejercicios al amanecer.


-Un corazón valiente y un alma determinada siempre serán victoriosos- Nos recordaba el gnomoblin Hiruk, encargado del entrenamiento.


Después del almuerzo aprendía sobre batalla con la... (nunca supe su raza la verdad) su nombre era Ty la azul. Destacaba por su perfecta combinación entre fuerza y agilidad.

Llegada la hora de dormir Bonn se sentaba junto a mí, ella reía con mis historias del día. Luego, me contaba aventuras, cuyo final era una reflexión sobre algún tema que ella deseaba que aprendiera.

Principalmente nos dedicábamos al comercio de piezas exóticas, joyas y telas entre los diferentes países del infinito. Sin embargo, cuando el almirante Rack conseguía noticias de algún navío o mercado de esclavos sabíamos que escucharíamos el silbido.

Cuentan que así fue como se formó la tripulación de esclavos, desertores de ejércitos, mujeres destinadas a sacrificios para algún dios, marginados, seres despreciables por ser la combinación de razas, bastardos e idealistas. Todos éramos parte de la familia Nadida.

He cumplido los 17, y ahora Bonn ha confiado en mi futuro. Es tiempo de crecer, tal como lo hizo ella y su predecesor. El mundo es demasiado grande para que exista solo un Nadida.

Nadida - Piratas de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora