Las torturas empezaron a partir del día siguiente. El rubio platinado la veía a lo lejos, casi encerrado en su habitación, mientras lloraba con ella el dolor que ambos sentían. ¿Estaba demente acaso? Podían matarlo a él también.
-CRUCIO- la voz de su trastornada tía y los llantos de la pequeña Hupplepuff -dos años menor que él- lo estaban llevando a punto del desquicio.- ¿NO ME DIRÁS, PEQUEÑA? ¿QUIERES SEGUIR ASÍ? ¡CRUUUUCIO! VEO QUE ERES TAN FUERTE COMO TU ESTÚPIDA MADRE... QUE LÁSTIMA- Cayó la pequeña. La matarían en cualquier momento si no hacía nada... ¿dejaría que la maten? Era solo una pequeña de 14 años. Realmente, ¿tan cobarde podía ser?
-Puedes hacer lo que quieras conmigo, ¡MÁTAME DE UNA VEZ SI QUIERES! No te diré nada de lo que sé
-¡CRUCIO!- Los ojos de la mujer se desorbitaron en otra tortura más. Pero la dejó ir. La dejó ir porque sabía que no podía matarla en esos instantes, no sin antes conseguir al menos un dato. Si no lo hacía, su destino sería peor frente al Señor Tenebroso.
Colagusano la arrastró a su celda una vez más.
-MUERE DE HAMBRE- gritó, tirando la reja frente a ella y escupiéndole posteriormente. Cerró la puerta de madera que aislaba la celda de la pequeña del resto de la mansión y bajó sin decir más.
La niña tomó sus rodillas y comenzó a llorar. Le dolían todos los huesos y sabía que no resistiría un segundo más a otra tortura: No era tan fuerte como su madre. Perdió la noción del tiempo entre tanto llanto y recuerdo perdido, hasta que cayó en sueños.Soñó que estaba con ella, con su madre, una vez más. Salían a comer al aire libre, sin tener miedo de quien las estuviera buscando para terminar con ese "felices para siempre"
No se dio cuenta, si no hasta abrir poco a poco los ojos, que alguien la estaba mirando.Se topó entonces con unos ojos preciosos: Grises, decorados por unas pestañas rubias que los adornaban a la perfección. "Debo estar soñando"- se dijo a sí misma, dejando escapar una sonrisa que le movió el suelo al chico que no dejaba de mirarla y volvió a colocar su cabeza en el suelo enlodado.
Nadie sabe cuánto tiempo estuvo él allí frente a ella. Ni él mismo lo supo: el tiempo se pasaba volando. No dejaba de pensarla, ni en la forma en cómo reaccionaría ella al enterarse que era él quien la miraba a escondidas en el Gran Comedor desde el primer momento en que lo pisó. Le era imposible si quiera imaginarse en como decírselo. Le daba miedo, jamás lo había experimentado así...
Pasaron unos minutos más y ella abrió los ojos. Unos ojos mieles enormes, con unas pestañas que parpadearon al verlo frente a ella y al cerciorarse que no era un sueño, si no la realidad.
Su cara no se convirtió en otra cosa que en una mueca que indicaba repulsión hacia el ser que tenía frente a ella. Sí, "ser".
No merecía ni siquiera llamarse humano a aquel que presenció la tortura y no tuvo la valentía para salvarla. Sí, ella notó su presencia.
-Lárgate.
El rubio la miró con miedo. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar frente a esa palabra.
-¿No me has entendido? ¡Lárgate! ¿O irás a decirle a tu amada tía que te estoy echando?
-No te entiendo.
-Solo lárgate. Sé el tipo de persona que eres.
-No me conoces
Ella levantó la mirada y vio como el rubio se iba, dejándole el plato de comida frente a la reja de metal, como la noche anterior.