Los osos malosos

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El Sol caía suave en mi rostro desde el centro del azulenco cielo, pudorosamente cubierto con el potente verde de las hojas del verano, y apenas si tenía que entrecerrar mis párpados para que éste no me lastimase, solo un poco. No había estado así de relajado en ya bastante tiempo. Era yo y el canto de las aves, con el cómodo y repetitivo chasquido en las llantas de la carreta... y una rama golpeando mi cara.

- No era necesario que me lanzara eso.

- ¿Una piedra te hubiera gustado más? Te dije que no te pusieras tan cómodo porque no iba a ser un viaje muy largo.

- Doctor, entiendo que usted suele duerme cuando le da la gana, pero para los que estamos vivos dormir es una necesidad.

- Para eso tienes la noche, y mejor revisa que haya al menos dos barriles vacíos para la miel, que la casa de nuestro proveedor ya se ve de aquí.

Me recompongo y abro la pequeña puerta en el techo que da al interior del carro. La camilla bien amarrada a la pared izquierda, y en la derecha instrumentos de los que tres cuartos no me he de saber sus nombres, pero lo que sí puedo hacer es a primera vista notar que no falta uno solo. En el piso hay otra puerta, pero contrario a lo lógico, ésta no es alguna especie de salida de emergencia. La abro con la cadena y sale la escalera para el cuarto de inventario, un lugar por lo menos quince veces más grande que la carreta arriba.

Paso entre las macetas de plantas medicinales y su centenar de aromas entremezclados con un olor gredoso que da una vida rústica al almacén, uno que hace que ni el más miedoso sienta temor aquí a la oscuridad. Llego a donde están los barriles y quito las tapas una a una. Son ocho en total y había tres desocupados.

Subo a dar mi reporte cuando los caballos ya se detuvieron.

- Aquí es. - El Doctor Muerto me esperaba volteando a la casa con los puños en la cadera y el pecho alto como un capitán de barco apuntando hacia el horizonte, aunque poca presencia puede hacer alguien sin músculos... o piel. Me extrañaba verlo tan emocionado, más cuando su rostro de calavera suele resultar muy carente de expresión.

- No es que yo ponga mucha atención a como prepara las medicinas, pero creo que recordaría si usted usara tanta miel como para tener que cargar dos barriles. -

- Exacto, porque no pones atención.

Había un arroyo que encajaba a la perfección con el profundo verde oscuro de este bosque; y un puente que al cruzar daba a la casa al frente, la cual por razones que no hallo tiene su entrada principal en el segundo nivel, con las escaleras pegadas a un modesto salto de agua donde el dueño tenía una rueda hidráulica.

El Doctor Muerto subía de a dos escalones, no por ser especialmente alto, pero estaba ansioso por esa miel.

- José, los barriles serán bastante pesados, así que no quiero que andes de marica. - Sonríe al tocar con ritmo y firmeza. Nada. Toca y toca. Nada. Sigue tocando y pasan un par de minutos. Nada. Ahora toca con más fuerza. Nada. Más fuerza, y ahora el doctor está molestandose. Los dos puntos de luz rojos que flotan en sus cuencas y que hacen el trabajo estético de suplir a lo que alguna vez fueran sus ojos (si es que alguna vez fue un humano) se están encendiendo. 

Continua azotando la puerta hasta que al fin alguien contesta.

- Váyase, aquí no está lo que busca.

- Oh, ¿en serio? Que vergüenza, disculpe usted buen hombre, seguramente me equivoqué y mi miel la tienen en la casa de enseguida. - Se pone la palma en la frente como cubriéndose del Sol y mira sarcásticamente a los alrededores desprovistos de presencia humana.

Se mantuvo en esa posición un par de segundos, y más rápido de lo que pude percibir tiró una patada y tumbó la puerta.

- ¡Mira, maldita basura!¡Pagué buen dinero por esa miel! - Reclama y como un remolino comienza a tirar todo a su paso.

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⏰ Last updated: Aug 30, 2017 ⏰

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Los viajes del Doctor MuertoWhere stories live. Discover now