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Diciembre, 1943. Auschwitz, Polonia.

Las sábanas se revolvían suavemente, dejando entrever el cuerpo del chico quien se había dado el impulso para sentarse en el borde de la cama, los párpados se elevaron con pereza a la vez que un bostezo era emitido por aquellos labios pálidos, ligeramente colorados por un tono azul por el clima.
El albino se pasó las manos por los brazos casi por instinto, percatándose inmediatamente la gélida sensación que le llenaba por completo la piel y le erizaba los vellos, aquel día había sido el más frío de ese invierno en su opinión, o al menos así lo había sido por el momento; sus manos buscaron el reloj que reposaba en la mesa de noche, tomándolo con sus largos dedos y revisando la hora para cerciorarse de que no se había descuidado, pero, muy para su sorpresa, se había levantado más temprano de lo usual; faltaba un cuarto de hora para que se llegaran las cinco de la madrugada. Se estiró un poco y revisó su entorno, mirando el caballete que tenía a los pies de la cama, con el lienzo medianamente colorido, no había terminado por completo aquella pintura.

Miró una vez más el reloj, aún tenía el tiempo suficiente como para avanzar al menos un poco; con completa calma, se dirigió de nuevo ahí y tomó sus pinceles y pinturas, decidiendo qué paleta de colores utilizaría para crear un brillo y textura convenientes para los siguientes detalles a trazar; él era un artista, desde que era niño había comenzado a desarrollar un interés importante por la pintura y dibujo, no era para menos, pues su destreza al hacerlo era impresionante. Ahora, sin embargo, le era aún más de ayuda, olvidarse de la fría amargura de la guerra era algo que consideraba necesario, casi vital. Todos los días habían sido así desde hacía al menos cuatro años.

Su pincel bailaba a la par de su imaginación sobre el lienzo, plasmando todas sus ideas en él a través de un paisaje de tonos cálidos. Pobre de él, que no se dio cuenta del pasar de los minutos y antes de que pudiera si quiera continuar con su obra toda inspiración fue cortada al ver la hora. Dejó todo a un lado y sin limpiar sus pinceles fue a tomar una ducha rápida en la tina, secándose a una velocidad increíble e intentando colocarse su uniforme en un par de minutos. Con prisas, había logrado llegar casi a tiempo a uno de los tantos espacios libres que quedaban próximos al campo de concentración en el cual ofrecía su servicio de origen militar, uniéndose a la formación de soldados ahí presentes; no era algo que a él le gustara personalmente, pero de igual forma las opciones que había tenido no abundaban tanto como él mismo lo hubiese deseado, la vida era difícil, a veces, incluso para un alemán. 

Trabajar en las SS no había sido su primera idea, de hecho, era algo que jamás había considerado incluso cuando comenzó la guerra; él había estudiado de forma autodidacta para convertirse en pintor, su amor por las artes era completamente incondicional, su mayor pasión, lo que le hacía sentir al menos un poco en aquel vacío que las personas llamaban "alma"; una pena para él, pues en época de guerra el valor una pintura bien trabajada era mucho más insignificante que un grano de arena entre los dedos, sin considerar la fuerte censura y limitaciones que ejercía sobre los artistas las normas del Tercer Reich.

—Ink, llegas tarde de nuevo, tienes suerte de que  Der Herr Kommandant no se diera cuenta. ¿Volviste a distraerte con eso, verdad? —

Preguntó con fina sonrisa un joven de ojos claros, celestes como el agua cristalina del mar, y de melena y piel blancas como la leche. Un suspiro salió de los labios del aludido, atinando a asentir suavemente con la cabeza y mirando al frente sin decir palabra alguna, al menos por el momento, hablar en el discurso que les era dado cada mañana era una falta de respeto gravísima y como tal, debía procurar evitarla. Der Kommandant era una persona bastante fría, con poca paciencia ante aquellos gestos maleducados y, por ende, se debía tener cuidado con él. 
Tantas personas, tantos brazos, elevados a la par de un saludo que sería recordado por la historia con completa y fría amargura. Devoción, lealtad, fidelidad, la marca de una nación movida por el odio de la sangre que era considerada sucia, de la existencia de algo insignificante. La fila se rompió, cada uno iría a sus respectivas áreas para hacer guardia.

—No puedo evitarlo, Blue, es lo único que me distrae de esto.—

— Recuerda lo que pasó la última vez, no creo que quieras terminar igual que Fell.— 

— Lo sé, pero ahora, sólo debemos ir a hacer nuestro trabajo. —

— Recuerda que iremos con los chicos a tomar un café luego de esto, ¡te veo en la salida!  —

Una vez más, sólo optó por mover su cabeza de arriba a abajo sin decir palabra alguna y ambos emprendieron camino a donde debía realizar su trabajo, Blueberry debía irse a tomar lista de los prisioneros del campo, era algo sencillo, pero además de eso se veía en la obligación de hacer guardia también; él, por su parte, se encargaba de recibirlos, era el inicio de su turno y el fin de la esperanza para otros. Se mantuvo recto, plantando los pies firmemente sobre la nieve, la cual era aplastada por sus brillantes botas de cuero limpio, parte de su impecable uniforme.
El vaho salió por sus labios, mezclándose con la frialdad del aire matutino, según tenía entendido un nuevo tren de carga llegaría desde Varsovia más o menos en una media hora;  no tenía idea de cuántos judíos serían esa vez, muchas veces solían ser irregulares, en ocasiones eran vagones llenos de mujeres, sino únicamente hombres, o bien podrían ser ambos completo de personas de todas las edades,  tanto ancianos, como adultos,  jóvenes o niños.
El estruendoso sonido del ferrocarril y la estela importante de humo que dejaba le avisaba que no tardaría en arribar; cumpliría con su rutina de siempre.

Con el tiempo se había llegado a acostumbrar a escuchar gritos, llantos y penas viniendo del interior tanto de los vagones como del interior del campo, sabía que sin importar lo que ellos hicieran el mismo destino les esperaba a todos; estaba acostumbrado a ver cadáveres, a ver como algunos de sus compañeros asesinaban sólo porque tenían el poder de hacerlo. Debía admitirlo, no era algo que le gustara, es más, incluso era algo que le parecía cruel e inhumano; pero era su trabajo y debía guardarse sus opiniones. Defender o tan siquiera hablar bien de aquellas "ratas" era considerado una traición.

Al final aceptó que no se debía cuestionar al Führer.

Verräter. [ErrorInk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora