1. La chica misteriosa.

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Pasaba por delante de la escuela, volviendo de mis clases de baile contemporáneo. Unos chicos estaban sentando allí, tomándose sus canutos.

–¡Eh, bollera!

Uno de ellos se puso delante de mí, bloquénadome el camino.

–Quédate con nosotros un ratito, lesbiana.

–Déjame pasar, Juan.

–Eh... No. Si yo lo que quiero es hacerte un favor. Mira, chúpamela y así verás como sabe bien.

Se rieron. Me giré para bordearle, pero otro de los muchachos me cortó el paso.

–Azuleima, una pregunta, ¿si estuvieras en una isla abandonada y solo hubiera en ella un tío buenorro, no te lo follarías?

–¿Lo harías tú?

–¡Por supuesto que no! ¡Yo soy un tío!

–Lo que eres es gilipollas.

–¡¿Perdona?! –Me empujó– ¡Será maldita la bollera!

Caí al suelo, raspándome la rodilla. El chico que tenía detrás me atizó una patada en la espalda.

Vi lanzar un golpe que nunca llegó. Algo había levantado al muchacho en el aire. Miré detrás de él. Era una mujer enorme.

–¿Repite eso? –Lo lanzó al suelo con fuerza– Yo soy lesbiana, ¿algo que decir?

Negó con la cabeza asustado.

–Si tuvierais una pizquita de inteligencia sabríais que lo que define a un hombre o un a mujer no es a quién se lleva a la cama. –Me miró. Tragué saliva intimidada– Venga, chica, no te quedes aquí con esta escoria. –Miro mi rodilla poniendo mala cara– Mi casa está cerca, te curaré eso.

Asentí. Me alejé de ellos, que no intentaron retenerme.

–Gracias. 

–No hay de qué. Estaría de más. Esos putos machomens se creen que son los mejores del mundo, pero sólo hay que levantarles un poco la voz para que se vayan con el rabo entre las piernas.

–Hombre, que seas tan enorme ayuda.

Ella sonrió de medio lado, con la comisura izquierda.

–¿Eres de aquí? –pregunté– Quiero decir, no te he visto nunca.

–Sí, sólo que iba al instituto de en frente.

–No hay ningún instituto en frente...

–¿Te has fijado bien?

–La cárcel de menores –comprendí.

–Exacto.

–¿Qué hiciste para acabar allí?

Ella respiró hondo, mirando al cielo.

–Es una larga historia, pequeña. Una historia teñida de sombras con las que no me gustaría asustarte.

–Puedo soportarlo. Soy más ruda de lo que crees.

Sonrió levemente con la comisura izquierda.

–Seguro que sí.

–¿Saliste hace mucho?

–Algunos meses. En cuanto cumplí los dieciocho.

–¿Tienes dieciocho?

–Sí, ¿por qué?

–Bueno, me sacas sólo dos años... Me habías parecido mucho mayor.

–Me suele pasar. Ser muy alta, fornida, seria, tener una cicatriz que me cruza la cara... En fin, me hacen parecer vieja.

Los delirios del arte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora