8. Mía.

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Ishtar se acercó a mí sonriendo, bajando las escaleras de su piso. Se paró en seco cuando vio que Raquel se despedía de mí dándome un beso en la mejilla y un cachete en el culo.

Volvió a subir. Yo la seguí.

–¿Qué ocurre? –pregunté mientras abría la puerta.

–Eso me lo dirás tú. ¿Qué hacías?

–Nada. Me estaba despidiéndo de Raquel.

Entró. La seguí cerrando la puerta detrás de mí.

–¿Suele tocarte el culo?

–A veces. ¿Por qué?

Me miró entrecerrando los ojos, como si intentara adivinar si mi pregunta era una broma de mal gusto o si realmente no la entendía.

Me cogió de la muñeca pegándome a ella.

–Porque tú eres mía. Y no me gusta que otras chicas te manoseen. Eres mía, ¿entiendes? En eso consiste que seas mi novia.

Me mordió el cuello, llegando a hacerme daño. Me quejé, pero aún así tardó unos segundos más en soltarme.

–Voy a pegarme una ducha. Ve poniendo las pizzas en el horno.

Se alejó hacia su cuarto de baño. Me miré al espejo. Me había dejado la zona un tanto roja. Pasé mis dedos sobre ella. Dolía. Cuando los miré vi que tenía un poco de sangre.

Metí las pizzas en el horno y me limpié la herida con cuidado. Tenía una sensación extraña que me extrangulaba el estómago y me hacía temblar el resto del cuerpo, con un pequeño mareo. Algo parecido a cuando estás viendo una película de terror y los protagonistas se adentran en el sótano en vez de huir de la boca del lobo.

Ishtar volvió justo cuando el horno pitó. Sacó ella misma las pizzas, poniéndola sobre la mesa. Mientras yo me comía una pizza pequeña ella se tomaba una familiar entera. Observé la mesa. Aquellos círculos parecían reflejar nuestros propios cuerpos. Me senté.

Partí un pedazo y comí en silencio, sin levantar la mirada del plato. Ella me miró. Parpadeó varias veces.

–Siento la herida en el cuello.

Asentí levemente. Ishtar se acercó a mí para examinarla mejor.

–¿Te has echado alcohol?

Negué. Ella fue a por un poco de algodón y alcohol y limpió mi herida con sumo cuidado.

–Lo siento, enanita. Me ofusqué.

–Está bien.

–Lo siento. –Acarició mi cabello, me hizo mirarla y me besó con dulzura– Te quiero, cielo. Siento haberte hecho daño, de verdad.

La miré directamente a los ojos.

–¿Por qué te has enfadado tanto?

–Porque te quiero y me da miedo perderte porque te vayas con otra.

–Pero yo te quiero a ti... No voy a dejarte por otra.

–Entiende que es complicado para mí creer eso con mi pasado, nadie me ha querido nunca.

–Pero sólo me ha tocado el culo, muchas amigas lo hacen.

–Pero tú eres mía –contestó con sencillez, acercándome a ella. Me sentía arropada entre sus brazos–. No quiero que se aprovechen de ti, cariño, entiéndelo. Te quiero.

–Si Raquel es hetero...

–¡Oh, venga! ¿En serio nunca has dicho la trola de que eres hetero para poder toquetear y hacer lo que te diera la gana?

–Es mi amiga desde que éramos crías.

–Y mi padre era mi padre desde que nací. No se puede confiar en nadie.

Me besó en la mejilla varias veces. Sonrió mirándome.

–Te quiero. Eres el amor de mi vida, ¿sabes?

–Yo también te quiero. –La besé– Tú eres el amor de la mía.



Me encaminé a la puerta dispuesta a salir hacia el instituto.

–¡Espera, cielo!

Me detuve.

–Saca la basura, por favor. –Se acercó para darme la bolsa. Frunció el ceño mirando mi pañuelo– ¿No tienes calor?

–No. Creo que me estoy resfriando, por eso me la he puesto.

Asintió. Besó mi frente.

–Ten un buen día, cielo.

–Gracias, mamá. Te quiero.

–Y yo a ti. Corre que no llegues tarde. 

Los delirios del arte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora