capitulo 2

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Se quedaron en silencio hasta llegar al consultorio del médico.
Ella intentaba apartar del pensamiento el robo del coche, apretaba
cariñosamente las manos del marido entre las suyas, mientras él, con
la cabeza baja para que el taxista no pudiera verle los ojos por el
retrovisor, no dejaba de preguntarse cómo era posible que aquella
desgracia le ocurriera precisamente a él, Por qué a mí. A los oídos le
llegaba el rumor del tráfico, una u otra voz más alta cuando se detenía
el taxi, también ocurre a veces, estamos dormidos, y los ruidos
exteriores van traspasando el velo de la inconsciencia en que aún
estamos envueltos, como en una sábana blanca. Como una sábana
blanca. Movió la cabeza suspirando, la mujer le tocó levemente la
cara, era como si le dijese, Tranquilo, estoy aquí, y él dejó que su
cabeza cayera sobre el hombro de ella, no le importó lo que pudiera
pensar el taxista, Si tú estuvieras como yo, no podrías conducir,
dedujo infantilmente, y, sin reparar en lo absurdo del enunciado, se
congratuló por haber sido capaz, en medio de su desesperación, de
formular un razonamiento lógico. Al salir del taxi, discretamente
ayudado por la mujer, parecía tranquilo, pero, a la entrada del
consultorio, donde iba a conocer su suerte, le preguntó en un
murmullo estremecido, Cómo estaré cuando salga de aquí, y movió la
cabeza como quien ya nada espera.
La mujer explicó a la recepcionista que era la persona que había
llamado hacía media hora por la ceguera del marido, y ella los hizo
pasar a una salita donde esperaban otros enfermos. Estaban un viejo
con una venda negra cubriéndole un ojo, un niño que parecía
estrábico y que iba acompañado por una mujer que debía de ser la
madre, una joven de gafas oscuras, otras dos personas sin
particulares señales a la vista, pero ningún ciego, los ciegos no van al
oftalmólogo. La mujer condujo al marido hasta una silla libre y, como
no quedaba otro asiento, se quedó de pie a su lado, Vamos a tener
que esperar, le murmuró al oído. Él se había dado cuenta ya, porque
había oído hablar a los que aguardaban, ahora lo atormentaba una
preocupación diferente, pensaba que cuanto más tardase el médico en
examinarlo, más profunda se iría haciendo su ceguera, y por lo tanto
incurable, sin remedio. Se removió en la silla, inquieto, iba a comunicar
sus temores a la mujer, pero en aquel momento se abrió la puerta y la
enfermera dijo, Pasen ustedes, por favor, y, dirigiéndose a los otros,
Es orden del doctor, es un caso urgente. La madre del chico estrábico
protestó, el derecho es el derecho, ellos estaban primero y llevabanmás de una hora esperando. Los otros enfermos la apoyaron en voz
baja, pero ninguno, ni ella misma, encontraron prudente seguir
insistiendo en su reclamación, no fuera a enfadarse el médico y les
hiciera pagar luego la impertinencia haciéndolos esperar aún más, que
casos así se han visto. El viejo del ojo vendado fue magnánimo,
Déjenlo, pobre hombre, que está bastante peor que cualquiera de
nosotros. El ciego no lo oyó, estaban entrando ya en el despacho del
médico, y la mujer decía, Gracias, doctor, es que mi marido, y se
quedó cortada, en realidad no sabía lo que había ocurrido realmente,
sabía sólo que su marido estaba ciego y que les habían robado el
coche. El médico dijo, Siéntense, por favor, y él personalmente ayudó
al enfermo a acomodarse, y luego, tocándole la mano, le habló
directamente, A ver, cuénteme lo que le ha pasado. El ciego explicó
que estaba en el coche, esperando que el semáforo se pusiera en
verde, y que de pronto se había quedado sin ver, que había acudido
gente a ayudarle, que una mujer mayor, por la voz debía de serlo, dijo
que aquello podían ser nervios, y que después lo acompañó un
hombre hasta casa, porque él solo no podía valerse, Lo veo todo
blanco, doctor. No habló del robo del coche.
El médico le preguntó, Nunca le había ocurrido nada así, quiero
decir, lo de ahora, o algo parecido, Nunca, doctor, ni siquiera llevo
gafas, Y dice que fue de repente, Sí, doctor, Como una luz que se
apaga, Más bien como una luz que se enciende, Había notado
diferencias en la vista estos días pasados, No, doctor, Y hubo algún
caso de ceguera en su familia, No, doctor, en los parientes que he
conocido o de los que oí hablar, nadie, Sufre diabetes, No, doctor, Y
sífilis, No, doctor, Hipertensión arterial o intracraneana, Intracraneana,
no sé, de la otra sé que no, en la empresa nos hacen reconocimientos,
Se dio algún golpe fuerte en la cabeza, hoy o ayer, No, doctor,
Cuántos años tiene, Treinta y ocho, Bueno, vamos a ver esos ojos. El
ciego los abrió mucho, como para facilitar el examen, pero el médico lo
cogió por el brazo y lo colocó detrás de un aparato que alguien con
imaginación tomaría por un nuevo modelo de confesionario en el que
los ojos hubieran sustituido a las palabras, con el confesor mirando
directamente el interior del alma del pecador. Apoye la barbilla aquí,
recomendó, y mantenga los ojos bien abiertos, no se mueva. La mujer
se acercó al marido, le puso la mano en el hombro, dijo, Verás cómo
todo se arregla. El médico subió y bajó el sistema binocular de su lado,
hizo girar tornillos de paso finísimo, y empezó el examen. No encontrónada en la córnea, nada en la esclerótica, nada en el iris, nada en la
retina, nada en el cristalino, nada en el nervio óptico, nada en ninguna
parte. Se apartó del aparato, se frotó los ojos, luego volvió a iniciar el
examen desde el principio, sin hablar, y cuando terminó, de nuevo
mostraba en su rostro una expresión perpleja, No le encuentro
ninguna lesión, tiene los ojos perfectos. La mujer juntó las manos en
un gesto de alegría, y exclamó, Ya te lo dije, ya te dije que todo se iba
a resolver. Sin hacerle caso, el ciego preguntó, Puedo sacar la barbilla
de aquí, doctor, Claro que sí, perdone, Si, como dice, mis ojos están
perfectos, por qué estoy ciego, Por ahora no sé decírselo, vamos a
tener que hacer exámenes más minuciosos, análisis, ecografía,
encefalograma, Cree que esto tiene algo que ver con el cerebro, Es
una posibilidad, pero no lo creo, Sin embargo, doctor, dice usted que
en mis ojos no encuentra nada malo, Así es, no veo nada, No
entiendo, Lo que quiero decir es que si usted está de hecho ciego, su
ceguera, en este momento, resulta inexplicable, Duda acaso de que yo
esté ciego, No, hombre, no, el problema es la rareza del caso,
personalmente, en toda mi vida de médico, nunca vi un caso igual, y
me atrevería incluso a decir que no se ha visto en toda la historia de la
oftalmología, Y cree usted que tengo cura, En principio, dado que no
encuentro lesión alguna ni malformaciones congénitas, mi respuesta
tendría que ser afirmativa, Pero, por lo visto, no lo es, Sólo por
prudencia, sólo porque no quiero darle esperanzas que podrían luego
resultar carentes de fundamento, Comprendo, Es así, Y tengo que
seguir algún tratamiento, tomar alguna medicina, Por ahora no voy a
recetarle nada, sería recetar a ciegas, Ésa es una observación
apropiada, observó el ciego. El médico hizo como si no hubiera oído,
se apartó del taburete giratorio en el que se había sentado para
efectuar la observación y, de pie, escribió en una hoja de receta los
exámenes y análisis que consideraba necesarios. Le entregó el papel
a la mujer, Aquí tiene, señora, vuelva con su marido cuando tengan los
resultados, y si mientras tanto hay algún cambio, llámeme, La
consulta, doctor, Páguenla a la salida, a la enfermera. Los acompañó
hasta la puerta, musitó una frase dándoles confianza, algo como
Vamos a ver, vamos a ver, es necesario no desesperar, y, cuando se
encontró de nuevo solo, entró en el pequeño cuarto de baño anejo y
se quedó mirándose al espejo durante un minuto largo, Qué será eso,
murmuró. Luego volvió a la sala de consulta, llamó a la enfermera,
Que entre el siguiente.

ensayo sobre la cegueraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora