7. No se admiten vampiritos aquí (I)

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La profesora profirió una de mis mayores pesadillas: trabajo en grupos  de cinco.

Sí, sé que siendo estudiante de Psicología no debería tener pavor a hablar con otras personas, pero lo tengo. Y... Bueno, aún estoy en primero de carrera, tendré tiempo para aprender, ¿no?

–¡Ey, tú!

Miré a la enana forzuda que me llamaba. Por un momento, se me heló la sangre. Me penetraba con esos helados ojos negros repletos de odio.

–¿Tienes grupo?

Negué con la cabeza.

–No, claro que no, quién iba a querer estar contigo... –Bufó– Vente, anda, nos falta uno en el grupo.

Me quedé unos momentos parado. ¿Habría otra posibilidad? No era por discriminar, pero no me apetecía estar con una persona que te humillaba y soltaba comentarios sagaces y crueles a cada oportunidad que tenía. Aquella chica tenía fama de pisotear a la gente. A mí ya me habían  humillado bastante.

–¿Tienes tapones en los oídos o qué? ¡Vamos, que no tenemos todo el día!

Me levanté. La seguí hasta un grupo de mesas al fondo de la clase, alejadas de las demás. Ella y la chica rubia siempre evitaban cualquier tipo de contacto social imprescindible. Daban bastante mal rollo al resto de la clase, ya que nos miraban de lejos con los brazos cruzados, como si fuéramos especímenes a los que estudiar. 

–¿Nos conoces?

Negué con la cabeza. No me sabía los nombres de casi nadie de la clase.

–Aquel es Marco, este Carlos, ella Silvia y yo soy Leia. ¿Tú eres...? Además del Caballero Solitario.

Abrí la boca lentamente para responder. El tal Carlos se me adelantó:

–Es Nicolás, ¿cierto? 

Asentí.

–Se lo he preguntado a él –apuntó Leia.

–Mira, guapa, mantén la boquita cerradita si no es para decir algo del proyecto, ¿quieres? –le dijo Carlos.

Tragué saliva. Menudos huevos tenía aquel hombre. La chica sería pequeña pero todo el mundo conocía su mal genio.

Su reacción fue instantánea y amenazante, levantando el puño hacia él. Marco corrió a sujetarla, a pesar de que ella ganaba en fuerza a cualquiera de los dos.

–A mí nadie me manda callar, ¿te enteras?

–Tranquila, Leia... Está de mal humor –intentó intervenir Marco. 

–¡Pues que no lo pague con Leia! –se interpuso Silvia.

–¡Ella lo hace con todo el mundo! –se quejó Carlos.

–Chicos... –me forcé a hablar con calma– Entiendo que no os llevéis bien, pero hagamos rápido el proyecto y así no os tendréis que soportar, ¿vale?

Leia se dejó caer en su silla.

–Me gusta la idea del grandullón.

Nos pusimos a trabajar. Carlos sacó su enorme portátil de última generación, en el que pronto compartió pantalla con Leia. 

A mí me hizo gracia contemplar como ambos chicos tenían un roll de autoridad con sus respectivos amigos, Silvia por el lado de la chica y Carlos por la del chico, papel que se rompía cuando se juntaban, formando rencillas entre ambos.

Era un grupo extraño y disparejo, pero era lo normal cuando buscas a los estudiantes que se han quedado sin grupo y los juntas en un amasijo desordenado.

One-shots Just be yorselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora