Prólogo.

1K 37 7
                                    


Este lugar solía ser muy aburrido la mayoría de las veces; con sus paredes de color blanco, el constante olor a rancio y los extraños dibujos grabados detrás de las puertas de los baños o en las mesas del comedor, dibujos que en mi mente de pequeño no lograba entender todavía. Sólo podíamos encontrar un poco de diversión a la hora de la cena, donde estábamos todos los niños y podíamos interactuar con facilidad, pero eso sólo pasaba si nos portábamos bien y no era común. Por lo general nos daban una pequeña bandeja con un jugo y un emparedado de jamón y queso para que comiéramos en nuestras habitaciones. No siempre estaba rico, pero al menos tenía sabor a algo.

Cuando el director estaba de buenas, nos obligaban a usar el comedor... o cuando trataba de impresionar a alguien de alto rango e incluso cuando quería reunirnos a todos para asignarnos las obligaciones de ese día.

Esta tarde estábamos muy emocionados. Nos habían avisado que hoy llegaría una nueva niña. No me gustaban las chicas, siempre lloraban por todo y no se podía jugar con ellas porque no aguantaban un pequeño rasguño, pero al menos eso significaba tener una nueva compañía para cuando mis amigos estuviesen castigados. A mí también me castigaban casi siempre, pero esta vez decidí portarme bien sólo para conocerla. El director del centro de acogida dijo que ella llegaría alrededor de las seis de la tarde y apenas eran las cuatro y media; y aunque era bastante común que entraran y salieran niños de vez en cuando, la llegada de un nuevo miembro nos ponía expectantes.

Cerca de una hora después del anuncio, Thomas y yo nos reunimos en el patio de juegos justo después de terminar nuestros deberes. Él me hizo señas para que me acercara a donde se encontraba y eso hice.

Thomas era uno de los niños más grandes en el centro de adopción, tenía trece años y siempre estaba metido en problemas. Nunca hacía caso a lo que le ordenaban y tenía una actitud rebelde. Habíamos sido amigos desde que tenía memoria y él siempre me había apoyado en mis momentos difíciles con Héctor.

Justo ahora se encontraba en el columpio, balanceándose con lentitud mientras observaba el césped bajo sus zapatos desgastados.

—¿En qué piensas, Tom? —pregunté.

—En la niña nueva —contestó él, sus grandes ojos marrones me observaron con atención—. Quizás tenga suerte y ella sea de mi edad.

—¿Y qué importa si es de tu edad?

—Importa, mucho. Tal vez consiga novia en esta ocasión.

Fruncí el ceño y me senté en el columpio vacío de la par, dejando que mis pies colgaran y que no tocaran el suelo.

—¿Por qué quieres una novia? Las chicas solo causan problemas... Además de tener piojos y otras enfermedades.

—Eso dices ahora que tienes diez, espera a que cumplas mi edad y dejarás de pensar lo mismo.

—¡Puaj! Jamás quiero llegar a los trece.

Él rió y comenzó a impulsarse un poco más fuerte en el columpio.

—Yo también pensaba igual que tú, hasta que la conocí a ella... la niña que me plantó los pies sobre la tierra, la que hizo mover el suelo por el que camino.

—No entiendo. ¿Cómo te pueden plantar los pies sobre la tierra, o moverte el suelo? ¿Significa que es una súper chica, como la de los comics?

Thomas se puso incómodo, tensando la boca y luciendo pensativo mientras trataba de explicarme qué significaba cuando alguien te ponía los pies sobre la tierra.

Déjame MentirteWhere stories live. Discover now