1. De ninguna maldita manera.

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10 años después

La oficina de Mina era demasiado cursi para mi gusto, parecía que un unicornio hubiera vomitado un arcoíris en sus paredes y que hubiese orinado algodón de azúcar en sus alfombras.

Y no solo era la exótica combinación de colores lo que perjudicaba el lugar, sino que también lo eran las tétricas figuras de gnomos de cerámica que ella coleccionaba y que le gustaba presumir como si fueran su tesoro más preciado o los hijos que nunca tuvo. Habían 596 figuras exactas en tan solo su oficina (y lo sabía porque ya me había tocado limpiarlas en más de una ocasión).

En su escritorio de tamaño industrial le gustaba mantener ocho lápices en estricto orden. No podía haber ni una sola hoja o mota de polvo fuera de lugar y mucho menos podían estar mi par de botas favoritas sobre su preciado escritorio, puestas tan cerca de una de sus figuras, justo como ahora lo estaban.

—¿Cuántas veces debo repetir que bajes los pies de mi escritorio? —habló Mina, dándome la espalda mientras buscaba algún archivo en su repisa junto a sus libros con portadas de hombres desnudos que escondía en los lugares más obvios.

Rodé los ojos mientras estallaba otra burbuja en mi boca con mi goma de mascar.

—Ni siquiera estás viendo —me quejé—. No sabes si tengo o no los pies sobre el escritorio. Relájate, Min.

Se giró en su asiento y me fulminó con la mirada cuando examinó mis pies, y más que todo, mis botas ensuciando su preciado escritorio de caoba tallado a mano.

—Ba.ja.los.pies. ¡Y ya deja de llamarme Min o Mina! Soy Min-Leahn, Srita. Min-Leahn para ti.

Maldijo en su lengua natal, en mandarín, y luego siguió buscando entre los cajones de su archivero metálico.

Min llevaba tres años de ser la directora del centro de adopción... Perdón, centro de refugio para menores de edad sin protección, como ella nos obligaba a llamarlo.

El antiguo director, un hombre espantoso con signos de calvicie temprana y exceso de grasa muscular, fue detenido cuando encontraron droga en su posesión y aún más droga sembrada en el huerto de nuestro pequeño jardín.

El asunto fue bastante grande y al final el pobre hombre fue acusado a la sentencia de diez años de cárcel, de los cuales apenas y cumplía la mitad. A nosotros comenzaron a monitorearnos cada dos meses, y Min nos fue asignada por el estado.

No era que me caía bien Héctor, el antiguo director, pero era divertido entrar a ésta, su vieja oficina (mucho más desorganizada en aquel entonces), y robarle cigarrillos o tragos de buenos licores que dejaba escondidos la mayoría del tiempo.

Aunque había que destacar que Min era muchísimo más eficiente y organizada en el aspecto de la administración.

—¡Aquí está! —dijo ella dando un chillido de entusiasmo. Sacó una carpeta color crema y la colocó cerca de mi pie, casi de inmediato comenzó a leer—: S. Savannah Miranda, de diecisiete años de edad, nacida a los trece días de Agosto de...

—No nací ese día —la corregí—. No recuerdo mi fecha de cumpleaños; me pusieron esa fecha porque ese día ingresé a este lugar.

—De acuerdo —murmuró Min algo apenada—. Lo siento, volveré a la lectura. Aquí dice algo muy interesante.

—¿El qué? ¿Que soy una diosa con cuerpo escultural?

—No. Dice que has sido adoptada siete veces, y las siete veces has sido devuelta.

—Tú mejor que nadie sabe lo que me hizo la última familia loca a la que me enviaste.

Su rostro se puso escarlata y trató de aflojar el horrible moño apretado que llevaba en la cabeza.

Déjame MentirteWhere stories live. Discover now