6. ENAJENACIÓN ESPIRITUAL

9 0 0
                                    

Llegué a creer que todo el mundo era malo,
eso incluía a mi familia. Andaba por las calles hablando en lenguas, reprendiendo y temblando por la presencia de Dios, al menos eso creía yo.

La conocí años atrás, y aunque su caso es radical, representa a muchos que viven encerrados en su propio mundo. Ella asistió por años a una iglesia de dudosa doctrina, donde todo lo del mundo era malo y sólo los que asistían a esa congregación eran buenos. Tal era el poder de convencimiento de sus líderes, que todos creían en sus enseñanzas a pies juntos, sin cuestionamientos, dudas u observaciones. La palabra del pastor era ley, y él hacía y deshacía en la vida de sus feligreses con plena autoridad. No somos secta —afirmaban—, pero la vida de sus adeptos parecía decir otra cosa.

Una característica en común rodeaba a todas las ovejas de este corral, vivían en una especie de esfera donde nadie podía entrar, sólo ellos y sus hermanos de fe; una esfera invisible pero real -al menos para ellos-, donde las luchas con huestes celestiales, reprensiones a Satanás y revelaciones divinas eran el pan de cada día. Los servicios dominicales, y también los de entre semana, eran sólo eso: luchar, luchar, luchar... ¿con quién? Anda a saber, pero ellos luchaban alzando sus voces con gritos espeluznantes, ademanes con las manos y pies, emitiendo sonidos guturales, induciéndose el vómito para ser liberados e incluso cayendo al piso en una especie de éxtasis paranormal. Toda esta descripción parece invento mío pero no lo es, es algo que existe «aquí y en la quebrada del ají» (chilenismo).

La mujer con la que comencé el relato logró salir de esa iglesia, gracias a Dios. Con lágrimas en los ojos nos relató a todos los que participábamos de la cátedra «Análisis de la Guerra Espiritual y Teología de la Prosperidad», cómo llegó a ese grupo, cómo iniciaron el lavado de cerebro (cita textual) y su posterior deterioro. Estábamos atentos a sus relatos pues parecían obra del mismo Hitchkoc.

Susana —así la llamaremos—, nos dijo:

—Llegué a creer que todo el mundo era malo, eso incluía a mi familia. Andaba por las calles hablando en lenguas, reprendiendo y temblando por la presencia de Dios, al menos eso creía yo.

Nos dijo también:

—A veces cuando conversaba con personas, sentía cosas raras en mi interlocutor y no tenía reparos en comenzar a «reprender al diablo» mientras la otra persona me preguntaba que si estaba bien, qué me pasaba y por qué decía esas cosas.

Debo reconocer que escuchar a esta dama fue una de las partes más tétricas y apasionantes de la clase, lo digo con propiedad porque yo era el profesor de ese curso. Pero la tragedia no había terminado aún, todo acabó cuando sus hijos debieron internarla en una casa de reposo bajo un diagnóstico siquiátrico: ¡se había enajenado!

¿EXISTE LA GUERRA ESPIRITUAL?

Respecto a esta pregunta no sería justo responderla en un párrafo o dos, al menos con la seriedad que se merece. El curso que dicté en aquel seminario contenía al menos veinticinco horas presenciales, además de bibliografía para leer, ejercicios en clases, trabajos grupales, debates, exposiciones de temas y también tuvimos invitados especiales que nos relataran sus puntos de vista. Todo esto hizo que la clase adquiriera peso académico, además de sensibilidad espiritual. Dentro de los alumnos había unos tres «bandos» o estilos de pensamientos.

✤ Estaban los que opinaban que la guerra espiritual sí existe con demonios, luchas, reprensiones, revelaciones y demás, aunque guardando un equilibrio sano.

✤ También estaban los alumnos que sostenían que esta guerra era más bien interna, la lucha del cristiano con sus propios demonios; es decir, consigo mismo, con sus malos hábitos, pensamientos y actitudes.

Libro: REFLEXIONES DE UN PEREGRINAJEWhere stories live. Discover now