Sé que no viene a pedir perdón por lo que sucedió, puedo verlo en su mirada lastimera. Me mira como si tuviera casi pena de hacerlo. Sus ojos esmeralda no tienen ese brillo que me hace el día y la noche. Su mirada viaja nerviosa entre el espacio de la estancia y yo. Sé cómo luzco; no he cepillado mi cabello en días, mis ojos están hinchados e irritados de todas las lágrimas que he derramado y mi atuendo deportivo tampoco me hace un favor, sin embargo, me veo mucho mejor de lo que me siento.
No sé por qué ha venido, pero reitero mi idea de que no ha venido a remediar el desastre en el que me he convertido desde lo que pasó.
— ¿Puedo pasar?—murmura con timidez, la ronquedad de su voz siendo la más profunda que le he escuchado.
Sé que debido a la impresión de encontrarlo bajo el marco de mi puerta mi voz saldría como un sonido inestable y tembloroso así que me limito solo a asentir y apartarme un poco para que él pueda pasar hasta la sala. Se queda inmóvil justo en el centro de la habitación y me mira con suma tristeza.
Hago acopio de la poca fuerza interior que me queda y me aventuro a decir: —Sé que no has venido a arreglarlo...—mascullo con voz temblorosa. —Solo dilo.
—Lo siento tanto, pero...—se calla y ese pero me da el indicio de lo que dirá y sé de antemano que me lastimará en lo más profundo del alma. —Se acabó.
Ha venido a terminarlo todo, a concluir lo que tuvo conmigo, a acabar completamente con lo último que queda de mí. Las lágrimas se abren camino de nuevo sobre mis mejillas, lágrimas silenciosas y pesadas que comienzan a fluir sin cesar.
Sus ojos verdes se han clavado en mí y solo puedo ver la lástima que siente por lo que está haciéndome. Al menos siente algo al verme ahora. Puedo ver en sus ojos la ausencia del amor con la que alguna vez me miró.
—No quiero lastimarte.
—Lo sé. — chillo, porque no puedo decirlo con estabilidad.
Y lo sé. Estoy segura que su intención nunca ha sido lastimarme a pesar de todo lo que ha sucedido.
No sé en dónde ha pasado las últimas dos noches. No sé qué haré con este lugar una vez que él ya no esté. No sé qué haré con el vacío y su ausencia presente en cada pequeño rincón de lo que hasta hace poco era nuestro hogar.
—Vendré por mis cosas después. No quiero molestarte ahora. Yo...
—Quédate. — escupo en una hilo de voz, una súplica.
No le pido que no me deje, solo que se quede una noche más. Solo una más.
Puedo ver cómo la tortura y contrariedad se mezclan en su expresión ante mi petición y no lo culpo.
—Solo esta noche. — aclaro y él baja la mirada hacia sus pies inquietos. —Que sea la última. Por favor.
—No puedo lastimarte así. —murmura, clavando toda la intensidad de su mirada otra vez en mí.
—No será nada más. No me lastimarás. Solo quédate conmigo esta noche, es lo último que te pido. —añado y hasta este punto no me importa pedirle algo así, sin importarme lo que pasó, sin importarme que ya no me ame. —Por favor. —Déjame amarte solo una vez más.
Suspira con fuerza y sus manos caen con pesadez a sus costados, es entonces que me doy cuenta de lo que está usando; no se ha cambiado de ropa desde la última vez que lo vi. Viste completamente de negro; lleva esa camisa negra que le obsequié en su último cumpleaños. Puedo notar que se ha duchado y no puedo evitar preguntarme en dónde.
Estoy esperando que de media vuelta y me deje sola con la petición que le he hecho, pero en lugar de eso se acerca a mí con una lentitud tortuosa hasta que me envuelve en sus brazos. No huele a su loción de siempre pero hay un aroma agradable que inunda mi olfato por completo y me aturde durante unos segundos; huele a él. Mi aroma favorito, uno que nunca podré describir con palabras.
Siento sus manos grandes acariciando mi espalda con suavidad y su aliento cálido golpea mi coronilla.
—Déjame recordar. — murmuro contra la piel caliente de su cuello.
Me separo un poco de él y sin decir más, choco con torpeza mis labios contra los suyos, lo siento dudar unos segundos pero al cabo de un momento cede y se deja llevar. Encuentro mi ritmo en el beso y me atrevo a enterrar mis dedos entre las hebras castañas de su cabello. Gruñe. Me gusta pensar que lo que he escuchado ha sido un gruñido de satisfacción por mi caricia.
No sé cómo llegamos hasta nuestra habitación y ahí, en nuestra cama, hago lo que le pedí hacer hace algunos momentos; lo amo y nada más. Recuerdo cada momento juntos en cada beso último que me da. No me importa que su pasión no sea la misma, no me interesa que sea la última noche en que será mío. Solo quiero amarlo como nuestro adiós.
—Te amo. — murmuro una y otra vez para dejárselo claro.
No me importa que él no lo diga de vuelta ahora.
[...]
Está recostado a mi lado y no puedo evitar admirarlo, lo hago porque sé que será la última vez que pueda hacerlo, así que lo observo sin pudor alguno; su cabello está enmarañado a pesar de que ya no es tan largo como hace unos meses, su rostro luce tan relajado y pacífico que parece que nada lo molesta, parece el mismo chico que se enamoró de mí hace algún tiempo, sus labios mullidos están entreabiertos como siempre que duerme y puedo escuchar leves ronquidos escapar de su boca. Es el hombre más hermoso que he conocido y fue mío.
Me acurruco a su lado y cierro los ojos, tratando de absorber este sentimiento de plenitud y felicidad a su lado por última vez antes de quedarme dormida, porque sé que al despertar todo será diferente.
[...]
Al despertar él no está a mi lado como todas las mañanas de los últimos años. La cama se siente vacía y de repente esa misma sensación se asienta en toda la casa, en mis huesos y en mi corazón. Lo amé una última vez y se fue.
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Historias Cortas | Mitzi Arlene. ©
RomanceColección de historias cortas inspiradas por sueños, canciones y otras cosas. © 2016, MitziArlene | Código Safe Creative: 1708283376841 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. Este libro contiene material protegido por leyes internacionales de copyright...