1. Un antiguo recuerdo

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William Charpentier era un hombre sumamente ocupado, pasaba gran parte del día entre su oficina, reuniones y eventos públicos. Siendo el primer ministro de Francia, no se podía esperar algo diferente, puesto que, junto con su cuñado, Asher Aigrefeuille, habían logrado formar un gobierno que impulsaba a la visión de un país mejor, una potencia y un lugar apacible donde vivir.

Pero William era mucho más que un respetado político, ya que descendía de una de las familias nobles de la antigüedad francesa que, aunque ya no eran de relevancia en la Francia Republicana, aún eran poseedores de una cuantiosa fortuna y propiedades.

Todo lo anterior ocasionaba una disputa constante con su madre, puesto que, al ser un hombre colmado de obligaciones, la necesidad de una esposa se hacía cada vez más evidente. Y el problema era, que William no parecía interesado en el tema, se enfocaba en su trabajo y las doncellas eran, a sus ojos, igual que los papeles de su escritorio, necesarios, pero sumamente inconvenientes.

Estaba por demás decir que, al ser el único varón de su familia, se había llevado rápidamente la responsabilidad y, con dos hermanas como las de él, cualquiera entendería por qué había quedado exhausto mucho antes de encontrar a la mujer con la que se casaría.

—Primer ministro —entraron a su despacho—. Tengo el papeleo que mandó pedir de la última reunión del senado. Y ha llegado esto.

—Gracias, Larry —dijo ensimismado en sus reportes.

El caballero se inclinó respetuoso ante la figura de su superior y salió en un total silencio, se sabía que no se debía interrumpir los pensamientos de ese hombre, quizá el caballero Charpentier llevara poco tiempo al mando, pero era sumamente respetado.

William se había enfocado tanto en su hacer, que había olvidado por completo que su ayudante había dejado algo muy alejado a ser un reporte, puesto que era imposible que alguien se tomara la molestia en escribir con aquella letra tan rimbombante un extenso escrito, como el resto que había en su escritorio.

El hombre estiró la mano y abrió el sobre con interés, sorprendiéndose al leer la invitación que se le hacía para asistir a la boda de Alice Miller, la mejor amiga de su hermana menor. Sin saber por qué, sintió un extraño revolcón en su estómago y la bonita cara, siempre sonrojada de la joven, se coló como un recuerdo lejano.

Siempre supo que aquella dama tenía una inclinación por él, jamás pudo corresponder sus sentimientos, siempre la vio como otra hermanita, menos revoltosa y gritona que la suya, pero al fin de cuentas, su sombra.

Suspiró.

Ahora esa chiquilla se casaría, ¿Qué edad tendría? Ni siquiera recordaba la última vez que la vio... No, sí que lo recordaba, fue en aquella tarde, en casa de alguna mujer que deseaba casar a sus hijas. Alice había estado ahí, prendada de su brazo, solía llevarse muy bien con ella. Recordaba claramente como habían comenzado a burlarse de ella y de su aparente... amor, hacía él.

William jamás pensó que los sentimientos de la amiga de su hermana llegarían a algo tan potente como el amor, pero las chiquillas eran crueles y la habían hecho llorar. Así que la siguió hasta ese laberinto de arbustos y la obligó a detenerse.

Alice, espera, no debes hacerles ningún caso —le había dicho—. Esas chicas lo hacen para avergonzarte, nosotros somos amigos y eso las fastidia.

Los ojos de aquella damita subieron lentamente hasta toparse con los suyos, Alice tenía unos ojos hermosos, podía recordarlo. Lo había mirado como jamás pensó y, cuando ella se sonrojó, supo que había hecho mal en ir tras ella.

Lo Que Oculta Un Corazón (Saga Los Bermont 6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora