Corro por todo el bosque, sintiendo como las ramas arañan mi blanca piel, sintiendo como las hojas golpean mi rostro y como mis zapatos pisan la tierra con rapidez y fuerzas. La luna sigue iluminando todo a mi paso, pero me es difícil distinguir la lejanía. Solo puedo correr lo más rápido que pueda, mientras que los sonidos de la noche me acechan.
Siento que me falta el aliento, pero mis pies me obligan a seguir corriendo, a hacerlo hasta estar segura y fuera del bosque. Pero éste no parece tener fin. Al contrario, parece que el bosque, a cada paso que doy, se hace más y más largo.
Oigo una rama crujir a mis espaldas, y espero que sea un ciervo. Me giro, pero no hay nada. Y es cuando tropiezo con algo y caigo de bruces al suelo. Me clavo algo en la mano derecha, pero me da igual. Intento levantarme, pero me es imposible. Es como si una fuerza sobrenatural me impidiese hacerlo. Una gota de sudor recorre mi frente, haciendo un cosquilleo por donde pasa. Miro mi mano y veo como cientos de gusanos están pegados a ellas. Intento gritar, pero no me sale la voz. Sacudo mis manos intentando quitar los gusanos, pero no ocurre nada. Veo como más aparecen por mis piernas y me empiezan a subir por todo el cuerpo. Algunas rozan mis labios, y estoy cubierta de gusanos.
- Bienvenido a tu infierno, Kylie -susurra una voz, una voz que hace que un escalofrío recorra todo mi cuerpo al oírlo. Una voz que me resulta familiar, pero no logro recordar de qué. La voz sigue en mi mente mientras los gusanos se apoderan de mí. Miro sobre mí, y veo la sombra de una persona, no distingo si hombre o mujer, y sus dientes brillando en una maliciosa sonrisa que hace que me desmaye y caiga en seco sobre la tierra.
Despierto gritando. Tengo el cuerpo empapado en sudor. Miro a mis alrededores y todo sigue oscuro. Me cuesta segundos reconocer que es la habitación de mi nueva casa, en Mystic Falls. La puerta se abre con fuerzas y entran mis padres con la cara adormecida pero a la vez preocupada.
- ¿Qué pasa? -Pregunta mi padre al borde de la desesperación.
- Nada, solo ha sido una pesadilla -digo en un pequeño susurro, no muy convencida de mí misma. Aún puedo sentir los gusanos recorrer mi piel, y aquella voz y esa sonrisa no se me quitan de la cabeza-. Perdón por haberos despertado.
- ¿Estás bien? -Pregunta mi madre en ese todo dulce que emplea cuando tengo pesadillas. Me ocurre muy a menudo, y aquello se ha ido intensificando desde que llegué a Mystic Falls. Asiento con la cabeza, intentando no preocuparles más de la cuenta.
- Id a dormir tranquilos -les digo. Me levanto de la cama y salimos los tres. Ellos, a su respectiva habitación, yo, a la cocina.
Abro el frigorífico y lleno de agua un vaso que había por la encimera. Me tomo mi tiempo bebiendo el agua. Doy pequeños tragos, intentando tardar en beber. No quiero volver a dormirme y ver otra vez esa sonrisa.
Dejo el vaso y cuando estoy dispuesta a irme a mi habitación, una brisa helada recorre mi cuerpo. Miro hacia el balcón, pero está cerrado. Un escalofrío recorre mi cuerpo y mi corazón empieza a latir con fuerzas. Voy rápidamente hacia mi habitación.
Las ventanas están abiertas de par en par, tal como las dejé, pero las cortinas se mueven con brusquedad debido a las fuertes ráfagas de viento. Me acerco para cerrar la ventana y me fijo en el bosque de enfrente. Hay una farola con la luz parpadeando. Pero lo que de verdad llama mi atención, es la persona que se encuentra apoyada en la farola, de brazos cruzados, observando, al parecer, en mi dirección.
Deseo que esté esperando a algún amigo, y que solo haya fijado su vista en mí al ver movimiento en unas de las ventanas y tenga curiosidad. Cierro la ventana y me vuelvo a tumbar sobre la cama. Miro al techo y la voz resuena en mi cabeza, al igual que solo puedo ver esas sonrisa. Tengo miedo de volver a dormir y que vuelva a aparecer, pero el cansancio me gana y termino cerrando los ojos hasta dormir profundamente.