Nunca, nunca

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El ruido escandaloso llenaba el ambiente, en donde botellas chocaban entre sí al igual que los cuerpos de un par de adolescentes que se movían improvisando pasos de baile.

Las fiestas nunca habían sido el fuerte de Gus, pero aún así asistía. Le gustaba sentirse parte de algo, como cualquiera. Le gustaba encajar, sentirse normal, como un chico de su edad, haciendo cosas propias de adolescentes.

Gus ignoraba los ojos burlones con los que sabía, estaba siendo observado desde la esquina de la sala. Él no estaba haciendo nada malo. Ahora mismo solo estaba jugando con sus amigos, como lo haría cualquiera.

Estaban sentados en círculo, en el piso, todos con sus manos extendidas. Risotadas se escuchaban, algunas de ellas demonstrable el patético estado de quienes las emitían.

—¡Bien! Yo nunca, nunca he besado a alguien que acabase de conocer —una chica rubia decía, mientras bajaba uno de sus dedos.

—¡No se vale, no puedes decir un "nunca, nunca" que sí hayas hecho!

—¡Cierto!

—Dejen de quejarse y bajen los dedos, maricones.

Los gritos iban y venían, contaminando el ambiente. Habrían seguido, de no ser porque uno de ellos gritó:

—¡Gus se ha quedado sin manos!

Todos empezaron a vitorear, pensando en el castigo indicado para él. El chico solo tenía una sonrisa tonta plasmada en el rostro, riendo con cada comentario sin sentido que hacían quienes consideraba sus amigos.

—¡Que beba, que beba, que beba! —animaban el ambiente, mientras uno de ellos colocaba un vaso lleno de licor frente a Gus.

Besar a desconocidos, escabullirse a discotecas, haber recibido una felación... En todo eso pensaba Gus mientras vomitaba en el baño.
Todas esas cosas mentiras.

—Todas esas cosas que decía para quedar bien, para parecer uno de ellos. Todo ello algo que no era. No importaba, con tal de encajar, se decía Gus a sí mismo. No importa si digo que tuve sexo en mi primera cita, cuando en realidad no lo hice, ellos me van a creer y me van a alabar por eso.

Gus seguía vomitando mientras escuchaba a su amigo decir todas esas cosas. Le estaba echando en cara todo lo que había dicho esa noche.

Cuando terminó de vomitar, se incorporó como pudo, para ver a su amigo a los ojos. Él estaba haciendo ese puchero del demonio de nuevo sobre su cara de bebé, mientras fruncía sus delgadas cejas. A pesar de que había pasado tanto tiempo desde que se habían conocido, no había perdido esa aura de ternura que lo rodeaba, y seguía usando esas prendas con rayas. Esta vez era un suéter de rayas verdes.

—¿Y a ti eso qué mierda te importa, eh? —Gus arrastraba las palabras, efecto del alcohol en su sistema.

—Me importa porque finges ser como ellos. Pretendes ser algo que no eres. Te has vuelto un pretencioso. ¡Gus, tú no eres como ellos!

Eso colmó su paciencia, porque se fue contra él, apresándolo contra la pared del baño, presionando su cuello. Sus ojos estaban inyectados en sangre, pero a Fionn pareció no interesarle, porque solo le sonrió. Esa estúpida mueca que Gus tenía ganas de borrar.

—¡Escúchame bien: yo soy como ellos! ¡Soy igual a ellos!, no me importa lo que tú digas, en realidad... no eres nadie.

—Apestas a alcohol.

—¡Vete a la mierda! ¡Vete de aquí, no te quiero ver!

Gus soltó a Fionn, y abrió la puerta del baño, dirigiéndose a su cama. Se tumbó allí, cansado de todo. Él nunca le había gritado de esa forma a Fionn, porque siempre lo había visto como su luz, pero en los días presentes, sentía que algo andaba mal.

Ese algo cobró más fuerza cuando, al estarse quedando dormido, sintió un peso sobre él.

Su corazón empezó a latir desbocado al ver a Fionn sobre él, mirándolo atento. Estuvo a punto de pronunciar algo, cuando descorrió el cobertor y se recostó a su lado. Lo abrazó con ese toque de seda que lo caracterizaba, y Gus se fundió en ese abrazo. Sentía que de esa forma se estaban perdonando muchas cosas.

Fionn profundizó el abrazo, y mordió uno de sus hombros con fuerza. Gus gritó por el dolor y la sorpresa inicial. Sintió como su carne se desgarró allí en donde Fionn estaba mordiendo con descaro. Intentó apartarlo, pero Fionn se aferraba a él con fuerza, y Gus no se atrevía a lastimarlo.

Fionn lo soltó, y bajo la luz de la luna, pudo apreciar su boca llena de sangre. De su sangre. Gus se sentía desvanecer allí, aún cuando su hombro estaba sangrando. Se iba envuelto en el aroma de su amigo, en su tacto relajante.

El muchacho de sonrisa imborrable se inclinó ante él, y lo besó en la mejilla.

Nunca, nunca vuelvas a decir que eres como ellos, Gus.

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