Capítulo 1

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Emma brincó de su asiento, alterada por el repentino movimiento de la turbulencia. El avión estaba a punto de aterrizar. Con la vista aún nublada por el sueño, prestó atención a su alrededor; lo único fuera de lo común que distinguió dentro del panorama, fue a una anciana, que dejó escapar una pequeña risa, mostrando dos filas de dientes incompletas, mientras la observaba desde el asiento opuesto.

Respiró hondo, y se peinó los mechones de cabello que caían sobre su frente. La noche antes del viaje, se la había pasado hablando con su prima Christine por el teléfono; habían quedado para encontrarse en el aeropuerto; no había pegado ojo desde entonces, la emoción de volar lejos de su hogar, para realizar uno de sus más grandes sueños como escritora le había cortado toda sensación de agotamiento. O por lo menos, hasta hacía unas horas, cuando el champagne había hecho lo suyo. No solía beber más de una copa, pero esa era una ocasión especial, y a pesar de que no fueron más de cuatro, su cabeza le hacía sentir que había bebido la botella entera.

Emma desembarcó entre los primeros pasajeros. Cuando pisó tierra firme, afloró en ella una extraña ansiedad; no tenía idea de donde ir, aquel lugar era tan enorme que sólo el mero hecho de encontrarse allí, le provocaba una sensación de agorafobia, sumada a su disgusto por las multitudes. Lo que le había acarreado ciertos problemas con anterioridad, en diversas ferias y firmas de libros. 

Su desesperación disminuyó en cuanto tomó su equipaje, y se dispuso a encontrar la salida. El lugar estaba repleto ese día, muchas personas viajaban para celebrar las festividades con sus familias. Se permitió explorar levemente los extensos pasillos del aeropuerto de Gatwick. Deambuló frente a los numerosos puestos de venta que había en el lugar: perfumes, ropa, calzado, comida, cosméticos; era como estar en un enorme centro comercial.

Finalmente, luego de varios minutos recorriendo el lugar —y esquivando pasajeros que llegaban tarde a su vuelo—, encontró la salida. El frío le penetró en los huesos al cruzar la puerta, ni siquiera su grueso abrigo era suficiente para mantenerla totalmente cálida. Se asombró al ver el blanquecino paisaje con el que Inglaterra la recibía; era su época favorita del año, comenzó a sentirse nostálgica al recordar la última navidad que pasó en Nueva York con sus padres.

Interrumpió el recuerdo antes de que se volviera algo triste. Sujetó su maleta y la colocó frente a ella. Se peinó el cabello tras la oreja y comenzó a buscar con la mirada entre la multitud; pasaron varios minutos entre los que sus ojos fueron de una persona a otra sin descanso. Comenzaba a creer que se congelaría ahí fuera, antes de que llegasen por ella. 

Llevaba varios minutos frotándose las manos para calentarlas, cuando, pareciéndole que era hora de tomar el tren a Londres, una mano le tocó el hombro por detrás.Se volteó rápidamente en la misma dirección. Abrió los ojos como platos al ver una sonriente mujer que la miraba con los brazos abiertos. Se lanzó sin pensarlo dos veces a rodearla con sus brazos, palpando con sus manos la estrecha espalda que se escondía tras los sedosos cabellos castaños. Un leve aroma a miel y rosas se coló en su nariz, evocando más de algún recuerdo de su niñez:

— ¡Christine! ¡No imaginas lo feliz que estoy de verte!

—Has cambiado tanto desde la última vez que te vi cuando éramos niñas, Emma.

—Tú también has cambiado...

Emma se apartó de su prima; un hombre alto, de aspecto pulcro y barbilla afilada, sonreía levemente, mientras las observaba a unos pasos de distancia:

—Tú debes ser Nathan, el esposo de Christine —dijo Emma, al ver cómo se acercaba a ellas.

—Es un gusto conocerte, Christine no ha parado de hablarme de ti durante las últimas dos semanas.

El Secreto de la Reina consorte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora